Acierta el título del libro de Tom McCarthy C (C, 2010; Pálido Fuego, 2018) respecto a su contenido,
porque estamos ante una novela capital, catártica, caleidoscópica, cacofónica,
cósmica, a la que algunos ya han comparado con el Ulises de James Joyce y, sobre todo, con las
primeras novelas de Thomas Pynchon. No obstante, vaya por delante que la novela
de McCarthy —dividida en cuatro partes, cuyos títulos empiezan por la letra C: Corion
[Caul], Caída [Chute], Colisión [Crash] y Citación [Call]— es más accesible que la obra magna
de Joyce o V. y El
arco iris de gravedad. C cuenta la historia de Serge Carrefax, un
niño que pronto dejará de serlo. Su vida trascurre en una finca victoriana llamada
Versoie House, rodeada de crisantemos y lirios en el sur de Inglaterra en las
primeras décadas del siglo XX. Su padre, un inventor obsesionado con la radio
estática y otros inventos novecentistas de nombres largos y difíciles de
pronunciar (fonoautógrafos, reótomos, cinetoscopios), dirige una escuela de día
para sordos; su madre, que es sorda y que una vez fue la pupila del padre, se
dedica a la producción y la venta de seda. Serge y su hermana mayor, Sophie,
crecen rodeados de artilugios e insectos. El edén dura poco y la novela da el
giro esperado —quien haya leído los anteriores libros de este escritor inglés
ya sabrá que nada es lo que parece— después de que hayamos percibido todos los
detalles necesarios de esta familia entre la bohemia y la bonhomía. Cuando se
avecina la Primera Guerra Mundial, Sophie se suicida ingiriendo un vaso de
cianuro y Serge se alista como piloto de guerra en una escuadrilla —¿a que no
adivinan la letra de la escuadrilla? La C—, dando comienzo a un periplo de
viajes que le llevarán de Versoie a Londres, y de Londres a Alejandría, pasando
por El Cairo y la ciudad de los muertos: “Es como si moviéndose lo suficiente,
el mundo terminará encajando a su alrededor”. Así hasta conformar la
cartografía de una vida que no parece sometida al tiempo ni al espacio, ni siquiera “a su control, sino sacudida y
retorcida por una mano ajena”. Hay que decir que, según avanzamos en la lectura
de C, vamos cayendo en la
cuenta de que no estamos tan sólo ante una obra narrativa sino también ante una
obra que pretende ser una metáfora. Sin duda, McCarthy es un escritor
desconcertante. Si se repasa la recepción crítica hasta el momento sobre su obra —Residuos, Hombres en el espacio, C y Satin Island— queda de manifiesto que es un escritor difícil de
etiquetar o de calificar, no hay un consenso unánime sino una notable
divergencia de valoraciones que van de más a menos o de menos a más. Lo cierto es que al menos McCarthy parece tener bastante claro el camino a seguir y que cada
parada debe ser distinta de la anterior.
“La estática es como el sonido de pensar.
No el de una sola persona pensando, ni siquiera el de un grupo pensando,
colectivamente. Es algo más grande, más amplio; y más directo. Es como el
sonido del pensamiento en sí, su zumbido y su temblor”.
Tom McCarthy, C