A no dudarlo, los libros entran primero por los ojos, pero apelan al tacto y al olfato,
invitando a postergar la lectura en todos los casos a menos, claro, que se trate del último libro de Rachel Cusk, Prestigio (Kudos, 2018; Libros del Asteroide, 2018). No he podido resistirme a abrirlo en medio de la calle y empezar a leerlo al instante. Prestigio es la tercera
entrega del ciclo narrativo que comenzó con A contraluz (Outline, 2014; Libros del Asteroide, 2016) y continuó con Tránsito
(Transit, 2016; Libros del Asteroide, 2017). Conocimos por primera vez a su insigne protagonista,
Faye —una escritora inglesa en crisis, divorciada y madre de dos hijos—, cuando
se disponía a impartir un curso de escritura en una escuela de verano en Atenas
(A contraluz), después a
reformar una casa adosada en Londres (Tránsito) y ahora a participar en un festival literario en
una ciudad europea para promocionar su última novela de la que nada se nos dice en
toda la obra, salvo que en la contracubierta hay una foto de la autora de hace más de
quince años. Prestigio
nos enfrenta a las carencias e incertidumbres que plagan nuestra sociedad actual,
presentando un retrato al mismo tiempo cautivador y desolador de la familia, la
maternidad, el amor, la política, la justicia o la industria editorial. De
nuevo, al igual que en las dos novelas anteriores del ciclo, el lector no sabe por dónde
va a discurrir ese relato en primera persona que mantiene un diálogo interior,
trufado de diálogos exteriores. Pero en cuanto acompañamos a esa mujer
sin nombre hasta la página 195 (de 200), nos adentramos en un viaje inaplazable por los temas que han obsesionado a Cusk a lo largo de su carrera. El relato se
ordena en breves secuencias de estructura casi cinematográfica, algunas de las
cuales ofrecen resultados bastante cómicos, como la cola que se forma en el bar
del hotel cuando los invitados al festival —escritores, editores, agentes
literarios— intentan canjear los cupones por comida: “El problema, señaló una
mujer que estaba a mi lado, era que el valor de los cupones no se correspondía
con los precios de la comida, y aún no habían resuelto la manera de dar el
cambio. Además, algunos querían comer y beber más que otros, pero a todos nos
habían asignado la misma cantidad. Ella, personalmente, comía poco, porque era
pequeña y ya tenía cierta edad, pero un hombre con apetito necesitaría el
triple [...] Inventamos estos sistemas para garantizar la justicia, dijo, pero
las situaciones humanas son tan complicadas que siempre escapan a nuestro
control. Mientras libramos la guerra en el frente, en otro se ha desatado el
caos, y muchos regímenes han llegado a la conclusión de que el individualismo
es la causa de todos los problemas. Si todos fuéramos iguales y tuviéramos el
mismo punto de vista, nos resultaría mucho más fácil organizarnos. Y es ahí
donde empiezan las complicaciones”. La extensión de la cita compensa porque es
una muestra de la categoría del libro. Para una sociedad que ha perdido la
capacidad de reflexión, estos recordatorios son indispensables. En Prestigio, novela acusadoramente metafórica, Cusk cuestiona el papel del escritor en nuestra sociedad, y lo hace
con sus mejores armas de novelista, pero templadas con una mirada serena. Ese
tipo de mirada que sólo puede provenir de un consumado oficio. Hagan hueco.
“La historia del capitalismo se podía ver como una historia
de combustión, y no se refería únicamente a quemar sustancias que llevan
millones de años enterradas en la tierra, sino también el conocimiento, las
ideas, la cultura y, por supuesto, la belleza. [...] Piensa, por ejemplo, en
Jane Austen: he visto cómo en unos pocos años se han esquilmado las novelas de
esa solterona muerta hace tanto tiempo, cómo se iban quemando una tras otra,
convirtiéndolas en secuelas, películas y libros de autoayuda. [...] Lo que
puede parecer conservación, en realidad es el afán de consumir hasta la última
gota de la esencia. La señorita Austen ha hecho una buena hoguera”.
Rachel Cusk, Prestigio