Allá por el mes de octubre la editorial Malpaso recuperará del olvido una joya literaria de Henry Miller, Quisiera dar un gran rodeo (The
Michael Fraenkel and Henry Miller Correspondence, Called Hamlet. Volume I and
Volume II, 1939; reeditado como Henry Miller’s Hamlet Letters, 1988), uno de los epistolarios más excéntricos y concéntricos —en torno a la figura de Hamlet— de que tengamos
noticia, y que aún permanecía inédito en España. Estas cartas, fechadas
entre 1935 y 1938, son la historia
de cuatro años de conversaciones por escrito entre el librero, editor y poeta Michael
Fraenkel (a la sazón casero de Miller entre 1931 y 1934) y el autor de La
crucifixión rosada. Su relación comenzó cuando Fraenkel, “el profeta del tiempo”, le
ofreció a Miller un alojamiento en su casa situada en el 18 de Villa Seurat en París, primero
gratuitamente, y una vez que su reputación se estableció, a un precio reducido
de 700 francos al mes. Miller, impresionado por El hermano menor de Werther de Fraenkel y sus opiniones sobre la muerte,
lo convirtió en el “Boris” —y a su casa en la “Villa Borghese”— de Trópico
de Cáncer: “Vivo en la Villa
Borghese. No hay ni pizca de suciedad en ninguna parte ni una silla fuera de su
lugar. Aquí estamos todos solos y muertos. Anoche Boris descubrió que tenía
piojos. Tuve que afeitarle los sobacos y ni siquiera así se le pasó el picor. ¿Cómo
puede uno coger piojos en un lugar tan bello como éste? Pero no importa. Puede
que no hubiéramos llegado nunca a conocernos tan íntimamente, Boris y yo, si no
hubiese sido por los piojos. Boris acaba de ofrecerme un resumen de sus
opiniones. Es un profeta del tiempo. Dice que va a continuar el mal tiempo. Va
a haber calamidades, más muerte, más desesperación. Ni el menor indicio de
cambio por ningún lado. El cáncer del tiempo nos está devorando”. Quisiera
dar un gran rodeo, en
versión castellana de Carlos Manzano —traductor por antonomasia de Miller—, es un libro singular, inclasificable y único, que sigue resultando tan audaz y moderno como
lo fue en su día. La responsabilidad no es sólo de Miller en todo caso, sino
también de Fraenkel que vivió
toda su vida ninguneado por la historia y la intelectualidad oficial —sus
papeles están custodiados en la Biblioteca de la Universidad de Yale en 16
cajas a la espera de un James Boswell que repare en él— y a menudo también por
las musas. Como señala el escritor y crítico Michael Hargraves en el prólogo:
“La belleza del libro no radica en el examen de Hamlet (si bien estoy seguro de que un erudito
shakespeareano podría disfrutar enormemente con el libro), sino en la forma
como los autores se van por las ramas para revelarse”. Todo un regalo. Ábranlo. Sin rodeos.
“El mundo entero se ha vuelto Hamlet y lo que nosotros digamos no sustraerá ni añadirá nada a esta tema. [...] Pues Hamlet acecha aún en las calles. La culpa no es de Shakespeare, sino nuestra. Ninguno de nosotros ha llegado a ser de forma natural lo suficientemente moderno para abordar a dicho fantasma y estrangularlo. Es que el fantasma no es el padre, que fue asesinado, ni la conciencia, que no estaba tranquila, sino el espíritu del tiempo que ha estado rechinando como un péndulo oxidado. [...] No necesitamos saber lo que es el tiempo conforme al Sol y a la Luna, sino conforme al pasado y al futuro. Ahora estamos inundados por el tiempo: el tiempo de la Western Union, el tiempo oficial de la Costa Oeste, el tiempo de Greenwhich, el tiempo sideral, el tiempo einsteniano, el tiempo de la lectura, el tiempo de acostarse, todas las clases de tiempo que nada nos dicen sobre lo que pasa dentro de nosotros o incluso fuera de nosotros. Nos movemos en la escalera mecánica del tiempo”.
Henry Miller, Quisiera dar un gran
rodeo