Decía Cioran, en uno de sus tantos cuadernos —no recuerdo
con exactitud en cuál pero es posible que sea en Silogismos de la amargura—, que “resulta increíble que la
perspectiva de tener un biógrafo no haya hecho renunciar a nadie a tener una
vida". Afortunadamente, hay biógrafos y biógrafos, por lo que no todos
cumplen con la sentencia del filósofo rumano. Y como ejemplo, ahí está el
escritor francés Emmanuel Carrère, de quien Anagrama ha publicado toda su obra,
a falta de un título que saldrá en octubre, la biografía de uno de los autores
clásicos de la ciencia ficción del siglo XX, Philip K. Dick (1928-1982),
titulada Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (Je suis vivant et vous êtes morts, 1993), que gozó en su momento
de una excelente acogida crítica —la publicó Minotauro en 2007— y llevaba un
tiempo descatalogada. La traducción es la misma, de Marcelo Tombetta, traductor
a su vez de dos novelas de Dick: Los tres estigmas de Palmer Eldritch (The Three Stigmata of Palmer
Eldritch, 1965;
Minotauro, 2003) y Lotería solar (Solar Lottery, 1955; Minotauro, 2003). No hay juicios morales en el retrato que Carrère
presenta del autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, sino tan sólo una exposición de
los hechos conocidos y el examen minucioso de toda su obra. El resultado es una
biografía rigurosa y amena de un hombre perplejo y sensible, asaltado por
visiones y pesadillas, dotado de una melancólica amargura, que vagabundeó
durante años buscándose a sí mismo y huyendo de sí mismo, lo que le convirtió
en la personificación suprema de los temas contraculturales de la década de
1960, pese a que “Dios ya no le hablaba, casi no tenía visiones y soñaba
menos”. El retrato de Dick que se desprende de Yo estoy vivo y vosotros
estáis muertos
es el de un escritor cuyo principal misterio es su transparencia, el escritor que
hizo de la búsqueda de la verdad última una necesidad vital y literaria y que
se derrumbó —como el capitán Ahab, cuya locura arrastra hacia la muerte a su
tripulación— peleando contra lo insondable mientras narraba la poética de esa
lucha. A Dick
lo han enterrado en muchas ocasiones después de su muerte. Pero su obra se
sigue levantando una y otra vez —sin ir más lejos, en septiembre, Minotauro
publicará su novela Podemos fabricarte (We Can Build You, 1972), sobre un fabricante de
órganos eléctricos que se plantea la posibilidad de reconstruir la Guerra Civil
americana, empezando por el propio Abraham Lincoln—, sigue intentando explicar
todo lo que de inexplicable tiene nuestro presente cada vez más pretérito, como
escribió Frederic Jameson en Arqueologías del futuro: “El futuro de las novelas de
Dick vuelve histórico nuestro presente al convertirlo en el pasado de un futuro
fantaseado”. Larga vida al maestro, un escritor de otro mundo. La prueba
fehaciente de que existen.
“Siempre se había negado a
aceptar, con todo su ser, la idea de que el azar fuera el motor de lo que le
sucedía, una danza de electrones sin coreógrafo, o una serie de combinaciones
aleatorias. Para él, todo tenía que tener un sentido. Había vivido y explorado
su vida según este postulado. Ahora bien, a partir de la idea de que existe un
significado oculto en todo lo que sucede, caemos fatalmente en la idea de que
también existe una intención. Cuando alguien intenta ver su vida como una
trama, pronto ve también en ella la ejecución de esa trama, y acaba
preguntándose quién la ha tramado. Esta intuición, que todos más o menos
compartimos, más o menos vergonzosamente, alcanza su plenitud en dos sistemas
de pensamiento: el de la fe religiosa y el de la paranoia. Y Dick, por haber
experimentado las dos dudaba cada vez más que existiera alguna diferencia entre
ambas”.
Emmanuel Carrère, Yo estoy vivo y
vosotros estáis muertos