miércoles, 15 de agosto de 2018

La verdad de las mentiras

En 1951, cuando Vladimir Nabokov publicó sus memorias, que cubren las primeras cuatro décadas de su vida, con el título Conclusive Evidence (Pruebas concluyentes) el escritor ruso sugirió un título diferente para la edición británica: Speak, Memory (Habla, memoria), que es como se las conoce desde entonces—, el historiador y crítico americano Morris Bishop, a la sazón amigo de Nabokov, le escribió en una carta: “Algunas de tus frases son tan buenas que casi me provocan una erección”. Pues bien, algo parecido me sucedió a mí con la novela La serpiente (il serpente, 1966; Gallo Nero, 2018), en la magnífica versión de Juan Antonio Méndez. La ópera prima de Luigi Malerba es uno de los más inteligentes, agudos, brillantes y claros ejemplos de antinovela protagonizada por un narrador ambiguo y escurridizo que nos mete a todos (Malerba incluido) en su danza de desmontar certezas. En La serpiente, escrita con compleja sencillez, Malerba subvierte las estructuras de la novela tradicional estableciendo en su lugar sus propias convenciones, como hiciera Julio Cortázar en Rayuela, o Glenn Gould en música, con las Variaciones Goldberg de Bach. “Hacer variaciones no significa improvisar —escribe Malerba—. Abandonarse a los placeres de la improvisación puede resultar peligroso cuando esa improvisación te lleva a subvertir las estructuras, porque las estructuras no se improvisan. Si uno improvisa las estructuras es un genio”. En La serpiente, el protagonista y narrador, del que no conocemos el nombre, dice lo uno y lo contrario, retroalimentándose de sus propias mentiras. Así pues, a lo largo de todo el relato no podemos estar seguros de nada, o de casi nada, de lo que dice. Sin revelar demasiado de la trama, el narrador es un hombre de mediana edad que vive en Roma, donde tiene una tienda de sellos. A esas alturas de la vida, se siente frustrado e infelizmente casado. El tedio se ha convertido en un invitado de excepción día tras día: “Es terrible cuando no pasa nada durante un día entero y al día siguiente lo mismo, y hasta el día anterior tampoco ha sucedido nada”. Pronto, sin embargo, irrumpe en su vida una muchacha llamada Miriam y con ella unos celos demenciales —la obliga a hacerse una radiografía buscando "las señales de una traición"— que terminan convirtiéndose en una trampa mortal. En La serpiente, Malerba mezcla la verdad y la mentira como nadie lo había hecho antes que él. Después sí: Enrique Vila-Matas, sin ir más lejos. De Malerba dijo Vila-Matas, con su estilo provocador, que era “un gran gilipollas, aunque tiene una novela excepcional: La serpiente”. Como suele ocurrir con los genios, o los amas o los odias. Dos consejos: no es una novela apta para lectores que crean que la ficción aspira a decir alguna verdad, y los que busquen certezas, hechos y realidades es probable que no encuentren exactamente lo que buscan.




“El Comisario arrugó el folio y puso otro en la máquina, escribió la fecha en la parte derecha de la cabecera, escribía y hablaba repitiendo palabra por palabra, sin levantar la mirada siempre fija en el folio que iba llenando con esfuerzo, lentamente. Vamos por partes, decía. Y ¿cuándo tuvieron lugar los hechos? El abajo firmante afirma que los hechos tuvieron lugar poco tiempo después de la medianoche del día arriba mencionado, coma, en el lugar arriba mencionado. Pero arriba no hemos mencionado nada, decía, así que teníamos que empezar otra vez. El Comisario levantaba la mirada, me miraba un buen rato antes de volver a colocar en la máquina una hoja nueva. Usted afirma los hechos, decía, pero estos hechos son muy confusos, no se pueden escribir si no están claros. Si no, ¿qué escribo? Usted ya me entiende. Le comprendía perfectamente. Estoy a su disposición, decía. No se observa desaparición de muchacha alguna en Roma en el transcurso del último mes, decía. Pues supóngalo, le decía yo. Y él me decía que no, que había que ser precisos. Los hechos, los hechos”.

Luigi Malerba, La serpiente