En
1951, cuando Vladimir Nabokov publicó sus memorias, que cubren las primeras
cuatro décadas de su vida, con el título Conclusive Evidence (Pruebas concluyentes) —el escritor
ruso sugirió un título diferente para la edición británica: Speak, Memory (Habla, memoria), que es como se las conoce
desde entonces—, el historiador y crítico americano Morris Bishop, a la sazón
amigo de Nabokov, le escribió en una carta: “Algunas de tus frases son tan
buenas que casi me provocan una erección”. Pues bien, algo parecido me sucedió
a mí con la novela La serpiente (il serpente, 1966; Gallo Nero, 2018), en la magnífica versión de Juan Antonio
Méndez. La ópera prima de Luigi Malerba es uno de los más inteligentes, agudos,
brillantes y claros ejemplos de antinovela protagonizada por un narrador
ambiguo y escurridizo que nos mete a todos (Malerba incluido) en su danza de
desmontar certezas. En La serpiente, escrita con compleja sencillez, Malerba
subvierte las estructuras de la novela tradicional estableciendo en su lugar
sus propias convenciones, como hiciera Julio Cortázar en Rayuela, o Glenn Gould en música, con las
Variaciones Goldberg de Bach. “Hacer variaciones no significa improvisar —escribe
Malerba—. Abandonarse a los placeres de la improvisación puede resultar
peligroso cuando esa improvisación te lleva a subvertir las estructuras, porque
las estructuras no se improvisan. Si uno improvisa las estructuras es un
genio”. En La serpiente, el protagonista y narrador, del que no conocemos el nombre, dice
lo uno y lo contrario, retroalimentándose de sus propias
mentiras. Así pues, a lo largo de todo el relato no podemos estar seguros de
nada, o de casi nada, de lo que dice. Sin revelar demasiado de la trama, el narrador
es un hombre de mediana edad que vive
en Roma, donde tiene una tienda de sellos. A esas alturas de la vida, se siente
frustrado e infelizmente casado. El tedio se ha convertido en un invitado de excepción día
tras día: “Es terrible cuando no pasa nada durante un día entero y al día
siguiente lo mismo, y hasta el día anterior tampoco ha sucedido nada”. Pronto, sin embargo, irrumpe en su vida
una muchacha llamada Miriam y con ella unos celos demenciales —la obliga a
hacerse una radiografía buscando "las señales de una traición"— que
terminan convirtiéndose en una trampa mortal. En La serpiente, Malerba mezcla la verdad y la mentira como
nadie lo había hecho antes que él. Después sí: Enrique Vila-Matas, sin ir más lejos. De Malerba dijo Vila-Matas, con su estilo provocador, que
era “un gran gilipollas, aunque tiene una novela excepcional: La serpiente”. Como suele ocurrir con los genios, o los amas o los
odias. Dos consejos: no es una novela apta para lectores que crean que
la ficción aspira a decir alguna verdad, y los que busquen certezas, hechos y
realidades es probable que no encuentren exactamente lo que buscan.
“El Comisario arrugó el folio y puso otro
en la máquina, escribió la fecha en la parte derecha de la cabecera, escribía y
hablaba repitiendo palabra por palabra, sin levantar la mirada siempre fija en
el folio que iba llenando con esfuerzo, lentamente. Vamos por partes, decía. Y ¿cuándo
tuvieron lugar los hechos? El abajo firmante afirma que los hechos tuvieron
lugar poco tiempo después de la medianoche del día arriba mencionado, coma, en
el lugar arriba mencionado. Pero arriba no hemos mencionado nada, decía, así
que teníamos que empezar otra vez. El Comisario levantaba la mirada, me miraba
un buen rato antes de volver a colocar en la máquina una hoja nueva. Usted
afirma los hechos, decía, pero estos hechos son muy confusos, no se pueden
escribir si no están claros. Si no, ¿qué escribo? Usted ya me entiende. Le
comprendía perfectamente. Estoy a su disposición, decía. No se observa
desaparición de muchacha alguna en Roma en el transcurso del último mes, decía.
Pues supóngalo, le decía yo. Y él me decía que no, que había que ser precisos.
Los hechos, los hechos”.
Luigi Malerba, La serpiente