Con la precisión, pero también con la frialdad de un escalpelo clínico aplicado a una
disección analítica desprovista de toda consideración sociológica o moralista,
la primera novela de Garth Greenwell, Lo que te pertenece (What
belongs to you, 2016; Literatura Random House, 2018), descansa sobre dos historias diferentes que se
pliegan la una sobre la otra: la de un profesor americano que trabaja en un colegio en Bulgaria —al igual que el mismo Greenwell— y frecuenta los lavabos
del Palacio Nacional de Cultura de Sofía; y la de un chapero de veintitrés años
llamado Mitko, sin meta en la vida y con una existencia errática, que se prostituye en los
urinarios y parques públicos. El resultado es una dura radiografía de los
infiernos cotidianos —la marginación, la soledad, el sexo peligroso e indiscriminado— que bullen bajo el asfalto de las grandes urbes, narrada sin
estereotipos, con una radicalidad y una desnudez que dibujan un horizonte de brutales encuentros sexuales: “Me envolvió con los
brazos y me atrajo hacia sí, y no solo con los brazos, me rodeó también con las piernas, apretándome
contra él con las cuatro extremidades, abrazándome de tal manera que cuando
respiraba el aire me llegaba filtrado a través de él, y sabía a alcohol,
naturalmente, pero también a su olor, que provocó en mí una respuesta
completamente animal, que me inflamó”. Conviene apresurarse a decir que Lo
que te pertenece no es una
novela queer o LGTB —en la que, según John Updike, no está
en juego nada más que la autogratificación, dicho por alguien que escribió, en Parejas: “To fuck is human; to be
blown, divine” [Follar es
humano; mamarla, divino]— al uso. Al menos, no puede ser archivada en el mismo
estante en el que colocaríamos todas juntas, sin excesivos cargos de
conciencia, a Llámame por tu nombre de André Aciman, El hechizo de Alan Hollinghurst, Listo para
sostenerle si se cae de Neil
Bartlett, La hermosa habitación está vacía de Edmund White, Un hombre soltero de Christopher Isherwood o La ciudad de la noche de John Rechy. Habrá quien se refiera a Lo
que te pertenece como una
elaborada paráfrasis de Muerte en Venecia de Thomas Mann. La analogía no es desacertada, pero
en un guiño inverso, concretamente desde una perspectiva contraria a cualquier
forma de romanticismo. Greenwell teje una milimétrica descripción de los
laberintos del amor que se atreve a decir, alto y claro, su nombre. Aquí la
inocencia virginal juvenil ha quedado atrás y las enseñanzas de la vida —muerte
del padre incluida— adquieren una fuerza especial frente a los difíciles pactos
que se imponen entre lo social y lo sexual. Lo que te pertenece es una novela brillante por su negativa a
recorrer los senderos del lenguaje explorado, haciendo florecer una nueva expresión con la que
describir la belleza que exuda de la abyección.
“Al pasear por aquel sendero me sentía como alejado de mí
mismo, eufórico, agradablemente aturdido por un momento ante la fastuosa
belleza del mundo. El aire bullía de movimiento, mariposas y polillas diurnas y
también, flotando iridiscentes en el sol, minúsculas efémeras que refulgían
embalsamadas, ondeando a su pesar en la suave brisa. Las hierbas y los árboles
exhalaban una gran cantidad de cápsulas de semillas, cada diminuto grano
cobijado e impulsado por un penacho velludo a modo de paracaídas o sombrilla.
Pensé, mientras contemplaba aquella siembra de la tierra, en Whitman [...] y
por un momento entendí el deseo del poeta de estar desnudo ante el mundo, su
locura, como él dice, por sentir su contacto. Incluso llegué a sentir algo de
aquel deseo, aunque no hubiese nada de locura en mi caso, casi siempre había
vivido por debajo del tono de la poesía, una vida de inhibiciones y
oportunidades perdidas, quizá, pero también, una vida soportable”.
Garth Greenwell, Lo que te pertenece