En 1973, la película Lo
verde empieza en los Pirineos se convirtió en uno de
los mayores éxitos de taquilla de la España del tardofranquismo. La cosa tenía
mérito, ya que no se trataba de una película sobre la pérdida de vida salvaje y
de hábitats naturales —en peligro hoy en día a causa de la mano del hombre—,
sino sobre tres amigos que iban a Biarritz para ver películas prohibidas por la
censura española: El último tango en París
de Bernardo Bertolucci, La gran comilona de Marco Ferreri
o La naranja mecánica de Stanley Kubrick. Vista hoy, el mayor
valor de la película de Vicente Escrivá está en el título, que ilustraba acerca
las prácticas eróticas reprimidas por el régimen franquista. Ahora bien, dando
a la palabra su noble sentido ecológico, hoy en día podríamos decir que lo
verde empieza en los confines del universo, como predijo Ursula K. Le Guin en The
Word for World Is Forest (La palabra para mundo es bosque,
traducida en España como El nombre del mundo es bosque, en la versión canónica de Matilde Horne).
La novela de Le Guin narra la historia de Nueva Tahití, un planeta a
años de luz de la Tierra, cuya superficie está prácticamente cubierta de
bosques: “Todo lo que había aquí había sido traído de la Tierra alrededor de un
millón de años atrás, y la evolución había seguido pautas tan similares que uno
reconocía inmediatamente cada especie: pino, roble, nogal, castaño, abeto,
acebo, manzano, fresno”. No es difícil ver en El nombre del mundo es bosque una
parábola sobre el destino de todas las empresas humanas: la extinción. Si no se
pone remedio, a la larga la palabra para mundo será desierto. Por eso, debemos
saludar cada nuevo libro de Errata naturae con inmensa alegría. La editorial
madrileña, referente en libros salvajes que invitan al escapismo campestre,
acaba de publicar La frontera salvaje (A Tour on
the Prairies,1835) de Washington Irving, y Desde esta colina (On this Hilltop,
1991) de Sue Hubbell, quien ya nos había dejado un grato sabor a miel con Un año en los bosques (A Country Year.
Living the Questions, 1983), una obra
sembrada de pequeños e inopinados momentos de epifanía. En Desde esta colina
volvemos a encontrar a una mujer consumada en su vocación de horticultora, que
pasa del intimismo a la euforia y hace que ambas parezcan la misma cosa.
“Una
noche de este verano estaba tendida en la cama sin poder dormirme cavilando sobre
la habilidad de los calabacines para crecer de manera tan rápida y excesiva a
partir de diminutos nódulos verdes hasta convertirse en frutos de sesenta
centímetros de largo. Me levanté para intentar pillarlos por sorpresa y salí de
puntillas al huerto bañado por la luz de la luna con los pies mojados por el rocío. Pero se ve que los
calabacines tienen muy buen oído, porque, cuando llegué hasta ellos, dejaron de
crecer, se contuvieron y fingieron ser sólo calabazas de verano de tamaño
normal. A la tarde siguiente, eran frutos hinchados y descomunales, sólo aptos
para alimentar a las gallinas, que también empezaban a aborrecerlos”.
Sue Hubbell,
Desde esta colina