martes, 17 de abril de 2018

Yo amo, yo odio, yo sufro

De las tres hermanas Brontë, sólo la mediana, Emily, ha visto su obra llevada al cine más veces de las que puedo recordar. Probablemente a Emily Brontë no le habría hecho ninguna gracia la sobreexplotación cinematográfica de Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 1847; Alba, 2001 [2018]), pero a buen seguro le congratularía ver cómo continúa reeditándose —es de justicia mencionar la magnífica versión al castellano de Carmen Martín Gaite que se publicó por primera vez en 1984— ciento setenta y un año después de su primera publicación, bajo el seudónimo de Ellis Bell. Y eso que no las tenía todas consigo. A uno de sus primeros críticos, Henry Chorley del magazine The Athenaeum, le pareció una “historia desagradable”. La revista The Atlas calificó la novela de “extraña” e “inartística”. El crítico de Britannia fue más allá al decir que los personajes “poseen la angulosidad de los que crecen deformes, y en este sentido contrastan de modo sorprendente con las formas regulares que estamos acostumbrados a encontrar en la novela inglesa... son tan nuevos, tan grotescos, tan absolutamente desprovistos de arte que dan la impresión de salir de una mente con una experiencia limitada”. Con argumentos similares, un crítico estadounidense dijo que “salimos de la lectura de esta novela como si acabáramos de visitar un hospital de apestados”. Menos mal que Oscar Wilde estaba ahí para enderezar las cosas: “El arte no se dirige al especialista. Cualquier arte apela sólo al temperamento artístico”. Si algo es seguro, es que Cumbres borrascosas fue una obra sin precedentes ni sucesores, como no fuera la tortuosa historia de amor vivida por su hermano Patrick Branwell que murió con los bolsillos llenos de cartas antiguas de la mujer a la que había amado, según Elizabeth Gaskell, amiga y también autora de la primera biografía de Charlotte Brontë, Vida de Charlotte Brontë (The Life of Charlotte Brontë, 1857; Alba, 2000 [2016]). Emily Brontë no sólo eleva el amor de Catherine y Heathcliff hasta alturas estratosféricas, sino que nos pone en la pista de una idea de la literatura hace tiempo olvidada, y que Cumbres borrascosas, novela apasionada y tempestuosa donde las haya, se ocupa de recordarnos: que la grandeza no surge necesariamente de la historia, sino de esa fuerza que “se manifiesta a través del yo amo, yo odio, yo sufro”, como escribió Virginia Woolf.




“Si perecieran todas las demás cosas pero quedara él, podría seguir viviendo. Si, en cambio, todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el mundo se me volvería totalmente extraño y no me parecería formar parte de él”.

Emily Brontë, Cumbres borrascosas