De las tres hermanas Brontë, sólo la mediana, Emily, ha visto su obra
llevada al cine más veces de las que puedo recordar. Probablemente a Emily
Brontë no le habría hecho ninguna gracia la sobreexplotación cinematográfica de Cumbres borrascosas (Wuthering Heights,
1847; Alba, 2001 [2018]), pero a buen seguro le congratularía ver cómo continúa
reeditándose —es de justicia mencionar la magnífica versión al castellano de
Carmen Martín Gaite que se publicó por primera vez en 1984— ciento setenta y un
año después de su primera publicación, bajo el seudónimo de Ellis Bell. Y
eso que no las tenía todas consigo. A uno de sus primeros críticos, Henry
Chorley del magazine The Athenaeum, le pareció una
“historia desagradable”. La revista The Atlas
calificó la novela de “extraña” e “inartística”. El crítico de Britannia fue
más allá al decir que los personajes “poseen la angulosidad de los que crecen
deformes, y en este sentido contrastan de modo sorprendente con las formas
regulares que estamos acostumbrados a encontrar en la novela inglesa... son tan
nuevos, tan grotescos, tan absolutamente desprovistos de arte que dan la
impresión de salir de una mente con una experiencia limitada”. Con argumentos
similares, un crítico estadounidense dijo que “salimos de la lectura de esta
novela como si acabáramos de visitar un hospital de apestados”. Menos mal que
Oscar Wilde estaba ahí para enderezar las cosas: “El arte no se dirige al
especialista. Cualquier arte apela sólo al temperamento artístico”. Si algo es
seguro, es que Cumbres borrascosas fue una obra sin
precedentes ni sucesores, como no fuera la tortuosa historia de amor vivida por
su hermano Patrick Branwell que murió con los bolsillos llenos de cartas
antiguas de la mujer a la que había amado, según Elizabeth Gaskell, amiga y
también autora de la primera biografía de Charlotte Brontë, Vida de
Charlotte Brontë (The Life of Charlotte Brontë,
1857; Alba, 2000 [2016]). Emily Brontë no sólo
eleva el amor de Catherine y Heathcliff hasta alturas estratosféricas, sino que
nos pone en la pista de una idea de la literatura hace tiempo olvidada, y que Cumbres
borrascosas, novela apasionada y tempestuosa donde las haya,
se ocupa de recordarnos: que la grandeza no surge necesariamente de la historia,
sino de esa fuerza que “se manifiesta a través del yo amo, yo odio, yo sufro”,
como escribió Virginia Woolf.
“Si
perecieran todas las demás cosas pero quedara él, podría seguir viviendo. Si,
en cambio, todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el mundo se me
volvería totalmente extraño y no me parecería formar parte de él”.
Emily Brontë,
Cumbres borrascosas