viernes, 2 de marzo de 2018

Echarse al campo

He aquí uno de esos libros que desde ya mismo no me voy a cansar de recomendar. Está escrito por Edna O’Brien. Puede que, como para mí hace cinco años —cuando se publicó por primera vez en España su ópera prima Las chicas de campo (The Country Girls, 1960; Errata naturae, 2013)—, su nombre no entrañe ningún significado para ustedes, pero después de que lean sus memorias, tituladas justamente Chica de campo (Country Girl, 2015; Errata naturae, 2018), no les resultará fácil olvidarlo, y es que O’Brien es una de esas escritoras que arrastran una legión de incondicionales detrás que creen que “el mundo se construye de pequeñas historias, y no de grandes edificios”, como dijo en cierta ocasión el escritor uruguayo Eduardo Galeano. O’Brien cree firmemente en esta máxima inspiradora, y es por eso que en Chica de campo se pone a recodar las pequeñas historias que han compuesto su vida. Recordar es un arte difícil, de ahí que la autora irlandesa haya tardado 82 años en escribir estas memorias que comienzan con una visita al otorrinolaringólogo para hacerse unas pruebas auditivas, que terminan revelando que tiene el oído como “un piano roto”. ¿Es ella también un piano roto? ¿O, peor aún, una “Mollly Bloom de baratillo” como llegaron a calificarla en la prensa? Estas memorias contestan a estas preguntas tomando como punto de apoyo las diversas etapas de su vida en una pequeña localidad rural del oeste de Irlanda, donde se crió en contacto con la naturaleza y con la cruda realidad: “A muy tierna edad comprendí que yo pertenecía a un pueblo feroz, y que las heridas de la historia eran tan descarnadas y vívidas como las imágenes de los mazos de cartas revoloteados. El Norte era una zona en un mapa, y sin embargo, por la manera que tenían los vecinos de arengar, perdiendo los estribos y lanzándose mutuas acusaciones, sentí que algún día esa región ensombrecería nuestras vidas”. Al igual que en sus novelas y cuentos —reunidos en Objeto de amor (The Love Object: Selected Stories, 2013; Lumen, 2018)—, O’Brien relata con grandes dosis de valentía y franqueza no sólo su infancia y sus inicios como escritora, sino también las vivencias de todas las personas que construyen el mundo: yo; tú; él. Porque todos tenemos una historia que contar. Aunque no lo hagamos tan bien como ella. O’Brien escribe como si algo le reptara bajo la piel, aunque su estilo desprende una constante sensación de calma. Chica de campo es una narración sencilla y poderosa, pero también delicadamente melancólica, como las luces de un pub en una noche fría y desapacible.




“Para escribir me echaba al campo. Las palabras huían conmigo. Escribía historias imaginarias, historias ambientadas en nuestra ciénaga y en nuestro huerto, pero no bastaba, porque yo quería penetrar en ellas, del mismo modo que intentaba volver a la tripa de mi madre”. 

Edna O’Brien, Chica de campo