miércoles, 14 de marzo de 2018

Viajera en el tiempo

Olvidada hoy, exitosa en su tiempo, la escritora afroamericana Octavia E. Butler llamó hace ahora casi cuarenta años la atención de todos los oficiantes de la ciencia ficción más pura y cristalina con su novela Parentesco (Kindred, 1979; Capitán Swing, 2018), la más famosa y celebrada dentro de la enorme producción de su autora —a pesar de que España sus libros se pueden contar con los dedos de una mano: Imago, Ritos de madurez, Amanecer—, en la que presentaba por primera vez planteamientos de género y de lucha por los derechos de los negros hasta entonces inusitados en una historia de viajes en el tiempo. Parentesco traslada a su protagonista, Dana, una mujer negra de 26 años, de 1976 a 1819, concretamente al Sur profundo de los Estados Unidos durante la época de la esclavitud, para salvar a un niño blanco antepasado suyo, Rufus Weylin. En el ensayo Viajar en el tiempo (Time Travel. A History, 2016; Crítica, 2017) —en el que, por cierto, no viene citada la novela de Butler ni siquiera de pasada, pero sí otras más recientes como La mujer del viajero en el tiempo de Audrey Niffenegger o 1Q84 de Haruki Murakami—, su autor, James Gleick, se pregunta qué es lo que hace que aún sigamos sintiéndonos atraídos por “el viaje en el tiempo cuando ya viajamos por el espacio a tanta distancia y tan rápido”. Gleick sostiene en su libro que es: “Por la historia. Por el misterio. Por la nostalgia. Por la esperanza. Para examinar nuestro potencial y explorar nuestros recuerdos. Para luchar contra el arrepentimiento por la vida que hemos vivido, una única vida, una dimensión, de principio a fin”. De haber leído Parentesco, Gleick es posible que hubiera añadido un motivo más: por el dolor. El dolor es una razón más para viajar en el tiempo. Según Butler, Parentesco nació del deseo de homenajear a su madre, una empleada doméstica que vivió en sus carnes la segregación racial de los años cuarenta y cincuenta en los Estados Unidos: "Nunca me gustó verla entrar por las puertas de atrás. Si ella no se hubiera dejado humillar, yo nunca hubiera comido decentemente. Por eso quise escribir una novela que hiciera sentir la historia: el dolor y el miedo que los negros han tenido que aguantar para poder sobrevivir". El tiempo transcurrido desde la primera publicación de la novela invita a mirar costuras, pero éstas no existen: estamos ante una historia bien construida, que nos recuerda que el sueño de Martin Luther King (I Have a Dream) no ha terminado.




“Miré al niño que sería el padre de Hagar. No había en él nada que me recordara a mis parientes. Cuanto más le miraba, más confusa estaba yo. [...] Había algo coincidente y a la vez ajeno entre nosotros, que podía deberse a una relación de parentesco o no. Algún motivo tenía que existir para que yo me sintiera feliz por haber podido llegar a salvarle. A fin de cuentas..., a fin de cuentas, ¿qué habría sido de mí, de la familia de mi madre, si no le hubiera salvado? ¿Por eso estaba allí? No era sólo para garantizar la supervivencia de un niño pequeño proclive a los accidentes, era para garantizar la supervivencia de mi familia. Mi propia existencia”. 

Octavia E. Butler, Parentesco