Olvidada hoy, exitosa en su tiempo, la escritora afroamericana Octavia E. Butler llamó hace ahora casi cuarenta años la
atención de todos los oficiantes de la ciencia ficción más pura y cristalina con su novela Parentesco (Kindred, 1979; Capitán Swing, 2018), la más famosa y celebrada dentro de la
enorme producción de su autora —a pesar de que España sus libros se pueden
contar con los dedos de una mano: Imago, Ritos de madurez, Amanecer—, en la que presentaba por primera vez planteamientos de género y de
lucha por los derechos de los negros hasta
entonces inusitados en una historia de viajes en el tiempo. Parentesco traslada a su protagonista, Dana, una mujer negra de 26 años, de 1976 a 1819, concretamente al
Sur profundo de los Estados Unidos durante la época de la esclavitud, para
salvar a un niño blanco antepasado suyo, Rufus
Weylin. En el ensayo Viajar en el tiempo (Time
Travel. A History, 2016; Crítica, 2017)
—en el que, por cierto, no viene citada la novela de
Butler ni siquiera de pasada, pero sí otras más recientes como La mujer del
viajero en el tiempo de Audrey Niffenegger
o 1Q84 de Haruki Murakami—, su autor, James
Gleick, se pregunta qué es lo que hace que aún sigamos sintiéndonos atraídos por “el viaje en el
tiempo cuando ya viajamos por el espacio a tanta distancia y tan rápido”.
Gleick sostiene en su libro que es: “Por la historia. Por el misterio. Por la
nostalgia. Por la esperanza. Para examinar nuestro potencial y explorar
nuestros recuerdos. Para luchar contra el arrepentimiento por la vida que hemos
vivido, una única vida, una dimensión, de principio a fin”. De haber leído Parentesco, Gleick es posible que hubiera añadido un motivo más: por el dolor. El dolor es una razón más para
viajar en el tiempo. Según Butler, Parentesco nació del deseo de homenajear a su madre, una
empleada doméstica que vivió en sus carnes la segregación racial de los años
cuarenta y cincuenta en los Estados Unidos: "Nunca me gustó verla entrar
por las puertas de atrás. Si ella no se hubiera dejado humillar, yo nunca
hubiera comido decentemente. Por eso quise escribir una novela que hiciera
sentir la historia: el dolor y el miedo que los negros han tenido que aguantar
para poder sobrevivir". El tiempo transcurrido desde la primera
publicación de la novela invita a mirar
costuras, pero éstas no existen: estamos ante una historia bien construida, que
nos recuerda que el sueño de Martin Luther King (I Have a Dream) no ha terminado.
“Miré al niño que sería el padre de Hagar. No había en él nada que me
recordara a mis parientes. Cuanto más le miraba, más confusa estaba yo. [...]
Había algo coincidente y a la vez ajeno entre nosotros, que podía deberse a una
relación de parentesco o no. Algún motivo tenía que existir para que yo me
sintiera feliz por haber podido llegar a salvarle. A fin de cuentas..., a fin
de cuentas, ¿qué habría sido de mí, de la familia de mi madre, si no le hubiera
salvado? ¿Por eso estaba allí? No era sólo para garantizar la supervivencia de
un niño pequeño proclive a los accidentes, era para garantizar la supervivencia
de mi familia. Mi propia existencia”.
Octavia E. Butler, Parentesco