El misterio de por qué unos libros se publican y otros son rechazados de plano es siempre
irresoluble. Quizás el caso más llamativo es el del editor londinense Arthur C.
Fifield que rechazó la primera novela experimental importante de Gertrude Stein,
The Making of Americans —hay edición
española con el título Ser americanos,
publicada por Ediciones JC en 2005—, imitando el estilo de la novelista: “Soy
sólo uno, sólo uno, sólo uno. Sólo un ser, uno al mismo tiempo. No dos, no
tres, sólo uno. Sólo una vida por vivir, sólo 60 minutos en una hora. Sólo un
par de ojos. Sólo uno cerebro. Sólo un ser. Siendo sólo uno, teniendo sólo un
par de ojos, teniendo sólo un tiempo, teniendo sólo una vida, no puedo leer su
manuscrito dos o tres veces. Ni siquiera una sola vez. Sólo un vistazo, sólo un
vistazo es suficiente. Difícilmente una copia sería vendida aquí. Difícilmente
una. Difícilmente una. Muchas gracias, devuelvo el manuscrito por medio de un
correo certificado. Sólo un manuscrito. Por un solo correo”. Igualmente
significativo resulta el rechazo de André Gide a Marcel Proust, quien tuvo que
pagar de su propio bolsillo la publicación del primer volumen de En busca
del tiempo perdido: “No puedo comprender
que un señor pueda emplear treinta páginas para describir cómo da vueltas y más
vueltas en su cama antes de dormirse”. No menos célebre es el rechazo de Santuario de William Faulkner, cuyo editor prefirió
perder el dinero que había anticipado como derechos de autor antes que publicar
su propia sentencia de muerte: “¡Santo
cielo! No puedo publicar este libro. Terminaríamos los dos en la cárcel”. Menos
conocidos son los casos que recoge Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor (Poczta literacka,
czyli jak zostać (lub nie zostać) pisarzem, 2000;
Nórdica Libros, 2018), y que llevan la firma de la premio Nobel de Literatura Wisława
Szymborska. En los años sesenta del pasado siglo, la poetisa polaca, que
recibió el galardón de la Academia Sueca en 1996, dio respuesta escrita a los
que pretendían publicar en la revista Vida Literaria sin tener un talento definido. Algunas de las respuestas no tienen
desperdicio y son una rica materia para reflexionar sobre lo que hay que tener
para ser escritor. Porque si algo tenía claro Szymborska —al contrario de lo
que se inculca en los talleres literarios que surgen por doquier como polillas al anochecer, por no hablar del Curso de escritura para mujeres muy ocupadas de Neus Arqués (Alba, 2018)—, era que: “El
talento literario no es un fenómeno de masas”. En Correo literario,
Szymborska se
muestra más irónica que nunca, con todo su ingenio lírico enfocado sobre el oficio
de escribir.
“¿Cómo
llegar a ser escritor? La pregunta que nos hace usted es muy delicada. Es como
cuando un niño le pregunta a su madre cómo se hacen los niños y la madre le
dice que se lo explicará más tarde, que está muy ocupada, y el niño empieza a
insistir: ‘Entonces explícame, aunque sólo sea cómo se hace la cabeza...’ A
ver, intentemos también nosotros explicar, al menos, la cabeza: pues bien, hay
que tener algo de talento”.
Wisława Szymborska, Correo literario