Imagino
que muchos admiradores de Walden,
en la que Thoreau encontró su mayor vía de escape después del entreacto de
Walden Pond, donde vivió en una cabaña durante dos años, entre 1845 y 1847, se
sienten más atraídos por su feroz individualismo, por la idea de que podemos
ser autosuficientes, que no necesitamos de los demás, que por sus frases, esas
maravillosas frases concisas y cortantes que se clavan en la carne y nos hacen
aullar como lobos: "Amo lo salvaje tanto como el bien". Thoreau fue a
los bosques de Concord, Massachusetts, porque quería vivir deliberadamente. Lo
dice él mismo en Walden,
reeditada por Errata naturae con ilustraciones de Michael McCurdy y prólogo de Michel
Onfray con motivo del 200 aniversario de su nacimiento: "Fui a los bosques
porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome sólo a los hechos esenciales
de la vida, y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera
que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido". Todo en
Thoreau es deliberado, premeditado, adrede, ex profeso. ¿Pero cómo podía ser de
otra manera quien, como Thoreau, desempeñó muchos papeles en su vida como parte
de su campaña de desobediencia civil contra el conformismo dictado desde el
gobierno? No puedo dejar de pensar que Thoreau nos enseñó el camino o una
manera de concebir nuestra vida que ya no somos capaces de llevar a cabo. Pero
siempre estamos a tiempo de cambiar de sentido.
"La idea de dedicar la mejor parte de la vida a trabajar y ganar dinero, y disfrutar sólo más tarde de una dudosa libertad durante la peor parte de la misma, me recuerda a la historia de aquel inglés que se fue a la India a hacer una fortuna para volver después a Inglaterra y llevar una vida de poeta. Debería haber subido directamente a la buhardilla".
Henry David Thoreau, Walden