No siempre ni en todas partes podemos celebrar que somos libres para ir adonde queramos, salvo que te llames Henry David Thoreau. El próximo 12 de julio se cumple el 200 aniversario de su nacimiento. Libros, biografías y antologías de sus mejores pensamientos llegan a las librerías este mes,
de la mano de la editorial Errata naturae, para recordarnos al más
“humano” de los padres fundadores de la literatura norteamericana, y también al
más libre y salvaje a lo largo y ancho de los 50 estados y un distrito federal. La obra de Thoreau es, esencialmente, una literatura de ideas que, al menos en su oposición a la sumisión y la injusticia, continúa inspirándonos, a pesar de la frecuencia con la que el mundo
parece olvidar sus principios, principios que son finales. Ningún escritor antes
de Thoreau había llegado tan lejos al señalar la naturaleza baldía de la ciudad: "Cada vez estoy más convencido de que, en lo que respecta a cualquier asunto
público, es más importante saber lo que piensa el campo que la ciudad. La
ciudad no piensa mucho. Preferiría saber la opinión de Boxborough [un pueblo
del condado de Middlesex, Massachusetts] sobre cualquier asunto que la de
Boston y Nueva York juntas". Lo mejor que le podía pasar a la literatura
norteamericana fue Thoreau para hacer revivir la pasión por la naturaleza que se había perdido junto con el respeto por su modo de vida. Su obra abrió ventanas al campo como nadie lo ha hecho
después, gracias a una prosa —poética, ecológica, silvestre, huelga decirlo— que
germina en todas y cada una de sus palabras.
"No siento más aprecio por la ciudad cuanto más la
veo, sino al contrario. Es mil veces peor de lo que habría imaginado. Los
cerdos que hay por la calle son la parte más respetable de la población.
¿Cuándo aprenderá el mundo que un millón de hombres carece de la importancia
de un solo hombre?"
de un solo hombre?"
Henry David Thoreau, Todo lo bueno es libre y salvaje