Así sería el tráiler de Interestatal (Interstate, 1995) de Stephen Dixon si fuera una película: una miniván Ford blanca con matrícula de Florida aparece bajo la canícula conducida por un desquiciado que en nada tiene que envidiar al conductor del camión
cisterna de El diablo sobre ruedas. Si hay algún listillo que no haya visto la película de Steven Spielberg, basada en
el relato de Richard Matheson Duelo (Duel, 1971; hay edición
española en Pesadilla a veinte mil pies y otros relatos espeluznantes, 2016), sin embargo, que sepa que esto no es lo mismo. No, la novela de Dixon no
intenta jugar con nuestro subconsciente. Su argumento parte de una situación
tan corriente —el viaje de regreso a casa después de un largo fin de semana— que
se ofrece sin dobles lecturas; eso no quiere decir que el autor de Calles y otros relatos no repase ese
viaje en auto de Nathan Frey y sus dos hijas de 6 y 9 años hasta ocho veces,
cada vez desde una perspectiva distinta. La razón no es otra que la angustia
que sufre el protagonista, psicológicamente dañado, después de perder a una de sus hijas en el encuentro
—absurdo e irracional— con la camioneta. Dixon sabe, como el historiador inglés Tony
Judt, que "algo va mal", y ese algo en Interestatal viaja sobre cuatro ruedas.
"Nota el auto a su izquierda. Nada inusual. El auto
avanza a la par del suyo, dos tipos adentro. Los mira, el pasajero que va
adelante le sonríe y él le devuelve la sonrisa, mira al frente, el auto se
mantiene a la par del suyo, echa un vistazo, sin ninguna razón en especial,
solo algo para distraerse un poco en la ruta. [...] No eran caras agradables. Y
ese sentimiento acerca de sus caras no vino de lo que pasó ese día a
continuación. Eran rostros como... duros, casi crueles y como que ladinos,
especialmente el del pasajero. No, era definitivamente cruel y ladino y algo
mucho peor".
Stephen Dixon, Interestatal