jueves, 9 de enero de 2020

Demasiada felicidad

A veces, cuando paso el dedo por el lomo de los libros de mi biblioteca, como si estuviera buscando uno en especial, parafraseo a Gertrude Stein: "Un libro es un libro es un libro"*. Los libros nuevos se acumulan sobre los libros más viejos, pero ninguno ha conseguido hacerle sombra a un volumen de relatos breves atiborrados de cotidianidad de Elisabeth Bishop titulado precisamente Una locura cotidiana. Todo esto para decirles que si el panorama literario español fuera un tablero de ajedrez, la reina sería la editorial Lumen —fundada tal como la conocemos hoy a principios de los años 60 por Esther Tusquets, antes había sido una editorial dedicada a difundir los ideales católicos de la España franquista—,  y el rey aún estaría por ocupar su lugar. Esther Tusquets asumió la dirección de la editorial con el propósito de impulsar la literatura escrita por mujeres. A ella se debe mi primer contacto con la obra de Elisabeth Bishop, Virginia Woolf, Ivy Compton-Burnett, Sylvia Townsend Warner, Barbara Pym, Muriel Spark, Albertine Sarrazin, Natalia Ginzburg, Gertrude Stein, Flannery O'Connor, Mary McCarthy, Anne Tyler o Ana María Matute, impecablemente editadas y visualmente atractivas gracias a las portadas diseñadas por su hermano el arquitecto Óscar Tusquets. En los próximos meses Lumen, actualmente integrada en el gigante de la edición Penguin Random House, celebrará el 60º aniversario de su refundación con una colección titulada así, Lumen 60, que dará cabida a nuevas reediciones en tapa dura de Un cuarto propio de Virginia Woolf, ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? de Jeannette Winterson, Léxico familiar de Natalia Ginzburg y Demasiada felicidad de Alice Munro, entre otros clásicos inmarchitables de la literatura femenina o feminista —nunca me ha quedado claro esta categorización que cambia según el humor con que se la invoque y evoque, a menudo, sólo por el simple afán de enrarecer las cosas de este mundo, algo que jamás ocurre en sentido contrario— que suman día a día nuevos adeptos que saltan de generación en generación. Sin ir más lejos, el escritor Antonio Muñoz Molina escribía no hace mucho en su blog Visto y no visto que “creía haber leído Un cuarto propio. Y quién no: trata de que una mujer necesita una habitación propia y ciertos ingresos para escribir, etc. Lo empecé ayer a media tarde y claro que me sonaba. Al cabo de dos o tres páginas era una sorpresa incesante que tenía algo de Montaigne y de Proust, de ese fraseo nervioso que se parece tanto al flujo de los pensamientos y al de la vida misma que está en La señora Dalloway o en Al faro. Qué escritora más inmensa: más serena y rotunda en su enfado de mujer harta de limitaciones impuestas y de condescendencias masculinas, qué radical su defensa de la literatura, del oficio de escribir, de la alegría y la conmoción de leer”. Por algo y para algo se dice que los clásicos tienen diversas vidas o, cuando menos, han vivido unas cuantas, como Un cuarto propio, en la mítica traducción de Jorge Luis Borges publicada en cuatro entregas en la revista argentina Sur entre 1935 y 1936, siete años después de la primera edición inglesa. Lo cierto es que 60 años no son nada para la felicidad que siente el uno (el lector) por el otro (el libro). Demasiada felicidad.





“Los libros son la continuación unos de otros a pesar de nuestra costumbre de juzgarlos por separado”.

Virginia Woolf, Un cuarto propio


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(*) "A rose is a rose is a rose", Gertrude Stein, Sacred Emily (1913).