Imposible adentrarse en las cloacas del Nobel y salir ileso. Después de las acusaciones de abusos sexuales de 18 mujeres contra una persona vinculada al premio* y las filtraciones interesadas del nombre de los últimos ganadores —son este tipo de cosas
las que verdaderamente se merecen un libro para ellos solos— que obligaron a la Academia a no
conceder el Nobel de Literatura el año pasado, los académicos suecos han
querido curarse en salud este año otorgando el premio por partida doble. Los
afortunados ha sido la escritora polaca Olga Tokarczuk y el austriaco Peter
Handke, que han ganado el Nobel de Literatura de 2018 y 2019, respectivamente,
para “la desesperación de los
pianistas y la alegría de los aficionados”, como escribió Boris Vian en una
crítica de un disco de jazz de Art Tatum. De Olga Tokarczuk —que sabe de premios ya que tiene
en su haber el Brückepreis, el Man Booker Internacional y el
Nike, el galardón más prestigioso de los que se conceden en su país— poco
puedo decir, porque todavía no he tenido el placer de leer
ninguno de sus libros pero que a buen seguro haré pronto, cuando la editorial
Anagrama publique aquí el 23 de octubre Los errantes, un libro hecho de “historias incompletas,
cuentos oníricos” que tienen como tema el viaje. Curiosamente la obra de Peter
Handke, que ha recorrido grandes distancias a pie, por los Balcanes, Alemania, Austria y España (Sierra de
Gredos), es la obra de un viajero interior y exterior. A mí me gusta más el
primero, el viajero interior, con la mente dando vueltas mientras intenta
reconciliar la creciente conciencia de su propia insignificancia en un mundo en
el que “estamos amenazados por todos lados, y no
sólo por guerras; estamos amenazados por la falta de espontaneidad, por un
sistema organizado”. Hay un antes y un después tras acabar El miedo del portero al penalti, Carta breve para un largo adiós, La mujer zurda, Lento regreso o La doctrina del Sainte-Victoire. La obra de Handke, compuesta por novelas, relatos, ensayos, dietarios, misceláneas, ninguno de
los cuales es sólo eso, o no es exactamente eso, es un monumento al
lenguaje y al pensamiento. Handke es de ese tipo de escritor que da igual de lo
que hable, queremos sólo que siga hablando. Tan pronto como habla, en una
proximidad absoluta, “su voz es ya un rumor en mi cabeza”, como confesó acertadamente el escritor español Ray
Loriga. Por eso hay que saborearlo en pequeñas cucharadas.
“Podía decir que se
alegraba de la vida, que estaba conforme con su muerte y que amaba el mundo; y
podía advertir de qué modo, en consonancia con esto, las aguas avanzaban más
lentamente, los mechones de hierba centelleaban y los bidones de gasolina
sonaban recalentados por el sol. Vio a su lado una hoja de sauce amarilla, una
sola, junto a una rama de color rojo brillante, y supo que, incluso después de
su muerte, de la muerte de todos los humanos, esta hoja seguiría brillando en
las profundidades de este paisaje y daría perfil a todas las cosas en torno a
las cuales estaba posando ahora su mirada; y sintió con esto una beatitud que
lo elevaba por encima de todas las copas de los árboles; y su rostro se quedó
atrás como una máscara que representaba la felicidad”.
Peter Handke, Lento regreso
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(*) El fotográfo francés Jean-Claude Arnault, el “Weinstein de la
literatura”, esposo de la académica Katarina Frostenson.