jueves, 10 de octubre de 2019

La desesperación de los pianistas y la alegría de los aficionados

Imposible adentrarse en las cloacas del Nobel y salir ileso. Después de las acusaciones de abusos sexuales de 18 mujeres contra una persona vinculada al premio* y las filtraciones interesadas del nombre de los últimos ganadores —son este tipo de cosas las que verdaderamente se merecen un libro para ellos solos— que obligaron a la Academia a no conceder el Nobel de Literatura el año pasado, los académicos suecos han querido curarse en salud este año otorgando el premio por partida doble. Los afortunados ha sido la escritora polaca Olga Tokarczuk y el austriaco Peter Handke, que han ganado el Nobel de Literatura de 2018 y 2019, respectivamente, para “la desesperación de los pianistas y la alegría de los aficionados”, como escribió Boris Vian en una crítica de un disco de jazz de Art Tatum. De Olga Tokarczuk —que sabe de premios ya que tiene en su haber el Brückepreis, el Man Booker Internacional y el Nike, el galardón más prestigioso de los que se conceden en su país— poco puedo decir, porque todavía no he tenido el placer de leer ninguno de sus libros pero que a buen seguro haré pronto, cuando la editorial Anagrama publique aquí el 23 de octubre Los errantes, un libro hecho de “historias incompletas, cuentos oníricos” que tienen como tema el viaje. Curiosamente la obra de Peter Handke, que ha recorrido grandes distancias a pie, por los Balcanes, Alemania, Austria y España (Sierra de Gredos), es la obra de un viajero interior y exterior. A mí me gusta más el primero, el viajero interior, con la mente dando vueltas mientras intenta reconciliar la creciente conciencia de su propia insignificancia en un mundo en el que “estamos amenazados por todos lados, y no sólo por guerras; estamos amenazados por la falta de espontaneidad, por un sistema organizado”. Hay un antes y un después tras acabar El miedo del portero al penalti, Carta breve para un largo adiós,  La mujer zurdaLento regreso o La doctrina del Sainte-Victoire. La obra de Handke, compuesta por novelas, relatos, ensayos, dietarios, misceláneas, ninguno de los cuales es sólo eso, o no es exactamente eso, es un monumento al lenguaje y al pensamiento. Handke es de ese tipo de escritor que da igual de lo que hable, queremos sólo que siga hablando. Tan pronto como habla, en una proximidad absoluta, “su voz es ya un rumor en mi cabeza”, como  confesó acertadamente el escritor español Ray Loriga. Por eso hay que saborearlo en pequeñas cucharadas.




“Podía decir que se alegraba de la vida, que estaba conforme con su muerte y que amaba el mundo; y podía advertir de qué modo, en consonancia con esto, las aguas avanzaban más lentamente, los mechones de hierba centelleaban y los bidones de gasolina sonaban recalentados por el sol. Vio a su lado una hoja de sauce amarilla, una sola, junto a una rama de color rojo brillante, y supo que, incluso después de su muerte, de la muerte de todos los humanos, esta hoja seguiría brillando en las profundidades de este paisaje y daría perfil a todas las cosas en torno a las cuales estaba posando ahora su mirada; y sintió con esto una beatitud que lo elevaba por encima de todas las copas de los árboles; y su rostro se quedó atrás como una máscara que representaba la felicidad”.

Peter Handke, Lento regreso

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(*) El fotográfo francés Jean-Claude Arnault, el “Weinstein de la literatura”, esposo de la académica Katarina Frostenson.