sábado, 4 de agosto de 2018

Un escritor de otro mundo

Decía Cioran, en uno de sus tantos cuadernos —no recuerdo con exactitud en cuál pero es posible que sea en Silogismos de la amargura—, que “resulta increíble que la perspectiva de tener un biógrafo no haya hecho renunciar a nadie a tener una vida". Afortunadamente, hay biógrafos y biógrafos, por lo que no todos cumplen con la sentencia del filósofo rumano. Y como ejemplo, ahí está el escritor francés Emmanuel Carrère, de quien Anagrama ha publicado toda su obra, a falta de un título que saldrá en octubre, la biografía de uno de los autores clásicos de la ciencia ficción del siglo XX, Philip K. Dick (1928-1982), titulada Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos (Je suis vivant et vous êtes morts, 1993), que gozó en su momento de una excelente acogida crítica —la publicó Minotauro en 2007— y llevaba un tiempo descatalogada. La traducción es la misma, de Marcelo Tombetta, traductor a su vez de dos novelas de Dick: Los tres estigmas de Palmer Eldritch (The Three Stigmata of Palmer Eldritch, 1965; Minotauro, 2003) y Lotería solar (Solar Lottery, 1955; Minotauro, 2003). No hay juicios morales en el retrato que Carrère presenta del autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, sino tan sólo una exposición de los hechos conocidos y el examen minucioso de toda su obra. El resultado es una biografía rigurosa y amena de un hombre perplejo y sensible, asaltado por visiones y pesadillas, dotado de una melancólica amargura, que vagabundeó durante años buscándose a sí mismo y huyendo de sí mismo, lo que le convirtió en la personificación suprema de los temas contraculturales de la década de 1960, pese a que “Dios ya no le hablaba, casi no tenía visiones y soñaba menos”. El retrato de Dick que se desprende de Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos es el de un escritor cuyo principal misterio es su transparencia, el escritor que hizo de la búsqueda de la verdad última una necesidad vital y literaria y que se derrumbó —como el capitán Ahab, cuya locura arrastra hacia la muerte a su tripulación— peleando contra lo insondable mientras narraba la poética de esa lucha. A Dick lo han enterrado en muchas ocasiones después de su muerte. Pero su obra se sigue levantando una y otra vez —sin ir más lejos, en septiembre, Minotauro publicará su novela Podemos fabricarte (We Can Build You, 1972), sobre un fabricante de órganos eléctricos que se plantea la posibilidad de reconstruir la Guerra Civil americana, empezando por el propio Abraham Lincoln—, sigue intentando explicar todo lo que de inexplicable tiene nuestro presente cada vez más pretérito, como escribió Frederic Jameson en Arqueologías del futuro: “El futuro de las novelas de Dick vuelve histórico nuestro presente al convertirlo en el pasado de un futuro fantaseado”. Larga vida al maestro, un escritor de otro mundo. La prueba fehaciente de que existen.




“Siempre se había negado a aceptar, con todo su ser, la idea de que el azar fuera el motor de lo que le sucedía, una danza de electrones sin coreógrafo, o una serie de combinaciones aleatorias. Para él, todo tenía que tener un sentido. Había vivido y explorado su vida según este postulado. Ahora bien, a partir de la idea de que existe un significado oculto en todo lo que sucede, caemos fatalmente en la idea de que también existe una intención. Cuando alguien intenta ver su vida como una trama, pronto ve también en ella la ejecución de esa trama, y acaba preguntándose quién la ha tramado. Esta intuición, que todos más o menos compartimos, más o menos vergonzosamente, alcanza su plenitud en dos sistemas de pensamiento: el de la fe religiosa y el de la paranoia. Y Dick, por haber experimentado las dos dudaba cada vez más que existiera alguna diferencia entre ambas”.

Emmanuel Carrère, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos