miércoles, 20 de junio de 2018

La mujer que estuvo allí

Sin la menor publicidad, casi a escondidas, se acaba de publicar un libro que a mi juicio merece una atención muy superior a la mayoría de las novedades que se publican en nuestro país. Lleva por título El quinteto de Nagasaki (Le Poids des secrets, 1999-2004; Lumen, 2018) de Aki Shimazaki. Se trata de una pentalogía que se inició en 1999 con de Tsubaki (Camelia), pero no alcanzó renombre hasta la publicación del quinto volumen, Hotaru (Luciérnaga), el título con el que la escritora japonesa se destapó definitivamente en Canadá —donde reside desde 1981— y se embolsó el Premio Gouverneur-Général en 2005. El quinteto de Nagasaki compone un único universo narrativo, con un mismo conjunto de personajes de tres generaciones diferentes —abuelas, madres e hijos—, y en un espacio común, la ciudad de Nagasaki, antes y después de la explosión de la bomba atómica, el 9 de agosto de 1945. Fue el segundo ataque nuclear de la historia. El primero con una bomba de plutonio. Las cuatro primeras novelas de la pentalogía cuentan la misma historia desde cuatro puntos de vista distintos, mientras que la quinta se sitúa muchos años después y ofrece en cierto modo la conclusión de la trama. Este juego de perspectivas no es lo único llamativo de la pentalogía. En El quinteto de Nagasaki, compuesta, además de las mencionadas, por Hamaguri (Almeja), Tsubame (Golondrina), y Wasurenagusa (Nomeolvides), Shimazaki hace gala de un estilo sencillo, sobrio y delicado, lo que no quita para que sus frases brillen como katanas en la oscuridad. Narrada sin un orden cronológico, similar al fluir de la memoria, con saltos constantes en el tiempo en ambas direcciones —y con paradas en la guerra ruso-japonesa, el ataque de Pearl Harbor, la batalla de Manchuria, la ocupación japonesa de Corea y el gran terremoto de Kantō—, El quinteto de Nagasaki pone el foco principalmente en lo sucedido durante el verano de 1945, sumergiendo al lector en una especie de pesadilla abierta que esconde una terrible crueldad que cambiará la vida de aquellos que se creían a salvo. La terrible crueldad no es la guerra ni la bomba atómica, sino la revelación de un secreto familiar: la mañana del 9 de agosto de 1945, antes de que la bomba atómica devastara Nagasaki, Yukiko Horibe mató a su padre. Pero no es el único secreto que guarda Yukiko, y que decide compartir con su hija Namiko cincuenta años después. Sería una lástima que un libro como El quinteto de Nagasaki —al igual que sucedió con su libro anterior, Hôzuki, la librería de Mitsuko (Hôzuki, 2015; Nórdica, 2017)— pudiese pasar desapercibido en las librerías por culpa de la escasa publicidad que ha acompañado a su publicación. Resultaría más lamentable que su tema, el fondo histórico que le sirve de marco argumental —la Segunda Guerra Mundial—, despierte el desinterés del lector a fuerza de haber sido explotado por la literatura en numerosas ocasiones. Lo primero corroboraría, una vez más, el mercantilismo que se ha adueñado de la industria editorial, por el cual un libro vale tanto como se haya invertido en su promoción. Lo segundo sería una postura acomodaticia que esta magnífica obra de Shimazaki destruye por completo, poniendo en bandeja un retrato frío, bello y perturbador de la condición humana.




“¿Cómo se puede saber que la memoria desaparece? Se sabe que el cuerpo, incinerado o enterrado, se descompone, porque tiene una forma material. Pero la memoria, que no tiene forma, ¿cómo se puede saber que desaparecerá?”.

Aki Shimazaki, El quinteto de Nagasaki