En El banquete de las barricadas (Le Déjeuner des barricades, 2017; Anagrama, 2018), Pauline
Dreyfus consigue algo ciertamente difícil: que 192 páginas sobre la insurrección de estudiantes y obreros que
tomaron las calles de París el 22 de mayo de 1968 exigiendo
un cambio radical pasen como un suspiro. La idea de utilizar como bisagra
el Mayo francés para realizar un
glamouroso y crítico retrato coral de la
intelectualidad gala, refugiada en el Hotel Meurice, uno de los establecimientos
más lujosos de París, situado frente al jardín de las Tullerías, resulta un
hallazgo que
supera las expectativas que uno haya podido hacerse. Todo lo anterior no aclara
—de hecho, casi sugiere lo contrario— que estamos ante una novela divertida. ¿Es lícito que una
novela sobre el momento más importante de la historia de Francia pueda ser
divertida? Pues lo cierto es que sí. Acaso porque, como escribió Karl Marx, “la
historia se repite primero como tragedia y después como farsa”. Eso, al menos,
es lo que piensa el director-que-ha-dejado-de-serlo del Meurice cuando es apartado
del puesto que ocupa por sus trabajadores que han decidido llevar el hotel por su
cuenta: “Aquel hombre, que tenía su cultura, sabía que a la redacción de los
pliegos de quejas había sucedido la toma de la Bastilla y la guillotina y que,
las más de las veces, la historia de un país no es sino una eterna repetición”.
Si algo sorprendente y excepcional sucede con El
banquete de las barricadas es que no
importa lo lejos que quede el Mayo francés o que no hayamos oído hablar del
premio Roger-Nimier —que se otorga desde 1963 en la segunda quincena del mes de
mayo, y cuya quinta edición se celebra en el Meurice al comienzo de la novela—,
basta con empezar a leer para quedar atrapado como en un remolino por el
desguace de un periodo de impugnación propulsado por la juventud que alcanzó
también al establishment literario. En El banquete de las barricadas, un joven Patrick Modiano, “casi recién salido de los
internados donde se hiela uno de frío y se queda siempre con hambre, de esa
infancia en la que ha tenido la sensación de que siempre querían deshacerse de
él”, acude al Meurice a recoger el premio que le han otorgado por su primera
novela, El lugar de la estrella. Pese
al premio, el libro es una provocación, y algunos escritores, como Paul Morand,
le afean la falta de empatía de determinados pasajes con la comunidad judía
francesa: “¡Los judíos no poseen el monopolio del martirio! Había muchos
auverneses, perigordinos, incluso bretones en Auschwitz y en Dachau. ¿Por qué
nos machaca los oídos con la tragedia judía?”. Cualquier lector puede darse
cuenta enseguida, apenas leídos los primeros capítulos, de que El lugar de
la estrella es mucho más que una novela,
es la primera barricada del Mayo francés. Y como todas las barricadas, cierra
la calle pero abre el camino.
“Patrick Modiano no querría por nada del
mundo perturbar el ambiente, aguar el contenido de las copas, empañar el
entusiasmo que despliegan sus vecinos. [Pero] está convencido de que ese premio
es fruto de un malentendido. Se da perfecta cuenta: los miembros del jurado han
saludado en él a un casi niño que lo sabe todo sobre sus años mozos; tal vez
han valorado por encima a su protagonista, cobarde, burlón, antisemita. Sus
frases terminantes las han tenido muchas veces en la punta de la lengua. Ese
rencor enfermizo lo han experimentado con frecuencia. Los protagonistas de su
libro son ellos. El escritor se da cuenta de que con esa novela mordaz les ha
tendido un espejo. ¿Seguro que hay que jactarse de ello?”
Pauline Dreyfus, El banquete de las
barricadas