jueves, 7 de junio de 2018

La insurrección tiene premio

En El banquete de las barricadas (Le Déjeuner des barricades, 2017; Anagrama, 2018), Pauline Dreyfus consigue algo ciertamente difícil: que 192 páginas sobre la insurrección de estudiantes y obreros que tomaron las calles de París el 22 de mayo de 1968 exigiendo un cambio radical pasen como un suspiro. La idea de utilizar como bisagra el Mayo francés para realizar un glamouroso y crítico retrato coral de la intelectualidad gala, refugiada en el Hotel Meurice, uno de los establecimientos más lujosos de París, situado frente al jardín de las Tullerías, resulta un hallazgo que supera las expectativas que uno haya podido hacerse. Todo lo anterior no aclara —de hecho, casi sugiere lo contrario— que estamos ante una novela divertida. ¿Es lícito que una novela sobre el momento más importante de la historia de Francia pueda ser divertida? Pues lo cierto es que sí. Acaso porque, como escribió Karl Marx, “la historia se repite primero como tragedia y después como farsa”. Eso, al menos, es lo que piensa el director-que-ha-dejado-de-serlo del Meurice cuando es apartado del puesto que ocupa por sus trabajadores que han decidido llevar el hotel por su cuenta: “Aquel hombre, que tenía su cultura, sabía que a la redacción de los pliegos de quejas había sucedido la toma de la Bastilla y la guillotina y que, las más de las veces, la historia de un país no es sino una eterna repetición”. Si algo sorprendente y excepcional sucede con El banquete de las barricadas es que no importa lo lejos que quede el Mayo francés o que no hayamos oído hablar del premio Roger-Nimier —que se otorga desde 1963 en la segunda quincena del mes de mayo, y cuya quinta edición se celebra en el Meurice al comienzo de la novela—, basta con empezar a leer para quedar atrapado como en un remolino por el desguace de un periodo de impugnación propulsado por la juventud que alcanzó también al establishment literario. En El banquete de las barricadas, un joven Patrick Modiano, “casi recién salido de los internados donde se hiela uno de frío y se queda siempre con hambre, de esa infancia en la que ha tenido la sensación de que siempre querían deshacerse de él”, acude al Meurice a recoger el premio que le han otorgado por su primera novela, El lugar de la estrella. Pese al premio, el libro es una provocación, y algunos escritores, como Paul Morand, le afean la falta de empatía de determinados pasajes con la comunidad judía francesa: “¡Los judíos no poseen el monopolio del martirio! Había muchos auverneses, perigordinos, incluso bretones en Auschwitz y en Dachau. ¿Por qué nos machaca los oídos con la tragedia judía?”. Cualquier lector puede darse cuenta enseguida, apenas leídos los primeros capítulos, de que El lugar de la estrella es mucho más que una novela, es la primera barricada del Mayo francés. Y como todas las barricadas, cierra la calle pero abre el camino.




“Patrick Modiano no querría por nada del mundo perturbar el ambiente, aguar el contenido de las copas, empañar el entusiasmo que despliegan sus vecinos. [Pero] está convencido de que ese premio es fruto de un malentendido. Se da perfecta cuenta: los miembros del jurado han saludado en él a un casi niño que lo sabe todo sobre sus años mozos; tal vez han valorado por encima a su protagonista, cobarde, burlón, antisemita. Sus frases terminantes las han tenido muchas veces en la punta de la lengua. Ese rencor enfermizo lo han experimentado con frecuencia. Los protagonistas de su libro son ellos. El escritor se da cuenta de que con esa novela mordaz les ha tendido un espejo. ¿Seguro que hay que jactarse de ello?”

Pauline Dreyfus, El banquete de las barricadas