domingo, 10 de junio de 2018

Fotografiando el desorden amoroso

Desde que leí por primera vez Pura pasión (Passion simple, 1992; Tusquets, 1993) no he faltado a la cita con ninguno de los libros de Annie Ernaux (La vergüenza, El acontecimiento, El lugar, La ocupación, Los años, La otra hija, La mujer helada, Memoria de chica, No he salido de mi  noche). Tengo una amiga, N., que tampoco puede sustraerse al poderoso influjo de las palabras de esta escritora francesa. Y es que todo lo que escribe —acerca de su vida personal— parece surgir de un gran trance, como si estuviera en un monasterio budista en lo alto de una montaña lejana, aunque otras veces parece estar encerrada en una habitación de hotel disfrutando de los efectos de la liberación de oxitocinas y endorfinas producidas por el frenesí sexual. A esto último se entrega la autora y su amante —el fotógrafo Marc Marie, veintidós años menor que ella— en El uso de la foto (L’usage de la photo, 2005; Cabaret Voltaire, 2018), sin duda una de las cimas de la nueva literatura confesional, la que nace del dolor, y la novela —su decimocuarta— que convirtió a Ernaux en poco menos que la Anaïs Nin de nuestros días: “En la foto, sólo se ve de M., de pie, la parte del cuerpo comprendida entre el bajo de su jersey gris, de canalé grueso y trenzado, que cae a ras del vello púbico pelirrojo, y la mitad de los muslos de los que cuelga el calzoncillo, un bóxer negro con la marca Dim en grandes letras blancas. El sexo de perfil está erecto. La luz del flash alumbra las venas y hace brillar una gota de esperma en la punta del glande, como una perla. La sombra del sexo tieso se proyecta sobre los libros de la biblioteca que ocupa toda la parte derecha de la foto”. El uso de la foto está organizada en torno a esta fotografía —la única que no aparece recogida en el álbum al final del libro—, y las catorce instantáneas restantes: pilas de ropa diseminadas por el suelo, zapatos, objetos, naturalezas muertas que reflejan, al mismo tiempo que belleza amoroso, desolación. A. y M. son amantes que disfrutan del sexo, aman el placer, pero lo que les une es el dolor. A. tiene cáncer de pecho y lleva peluca para disimular la calvicie que le ha dejado la quimioterapia. M. acaba de romper con su mujer y tiene que vaciar el piso donde vivía su madre muerta. Por la mañana, después de sus noches de pasión, se dedican a fotografiar sus ropas en el mismo lugar donde habían caído para “conservar la representación material” de su desorden amoroso. En El uso de la foto, a Ernaux apenas le interesa dar una forma narrativa a su historia de amor; lo que ambiciona es dar con sensaciones y estados anímicos, bucear en los recuerdos, hasta hallar un equilibrio entre los momentos de felicidad y de miedo.




“Me doy cuenta de que me fascinan las fotos como me fascinan, desde pequeña, las manchas de sangre, de esperma, de orina, depositadas en las sábanas o en los viejos colchones tirados en las aceras, las manchas de vino o de comida incrustadas en la madera de los aparadores, las de café o de dedos grasientos en las cartas de antaño. Las manchas más materiales, orgánicas. Me doy cuenta de que espero lo mismo de la escritura. Me gustaría que las palabras fueran como manchas de las que uno no consigue desembarazarse”.

Annie Ernaux / Marc Marie, El uso de la foto