Desde que leí por primera vez Pura pasión (Passion simple, 1992; Tusquets, 1993) no he
faltado a la cita con ninguno de los libros de Annie Ernaux (La vergüenza,
El acontecimiento, El lugar, La ocupación, Los años, La otra hija, La mujer
helada, Memoria de chica, No he salido de mi noche). Tengo una amiga, N., que tampoco puede sustraerse al poderoso
influjo de las palabras de esta escritora francesa. Y es que todo lo que
escribe —acerca de su vida personal— parece surgir de un gran trance, como si
estuviera en un monasterio budista en lo alto de una montaña lejana, aunque
otras veces parece estar encerrada en una habitación de hotel disfrutando de los efectos de la liberación de oxitocinas y endorfinas
producidas por el frenesí sexual. A esto último se entrega la autora y su
amante —el fotógrafo Marc Marie, veintidós años menor que ella— en El uso de la foto (L’usage de la
photo, 2005; Cabaret
Voltaire, 2018), sin duda una de las cimas de la nueva literatura confesional,
la que nace del dolor, y la novela —su decimocuarta— que convirtió a Ernaux en
poco menos que la Anaïs Nin de nuestros días: “En la foto, sólo se ve de M., de
pie, la parte del cuerpo comprendida entre el bajo de su jersey gris, de canalé
grueso y trenzado, que cae a ras del vello púbico pelirrojo, y la mitad de los
muslos de los que cuelga el calzoncillo, un bóxer negro con la marca Dim en
grandes letras blancas. El sexo de perfil está erecto. La luz del flash alumbra
las venas y hace brillar una gota de esperma en la punta del glande, como una
perla. La sombra del sexo tieso se proyecta sobre los libros de la biblioteca que ocupa toda la parte derecha de la foto”.
El uso de la foto está
organizada en torno a esta fotografía —la única que no aparece recogida en el
álbum al final del libro—, y las catorce instantáneas restantes: pilas de ropa
diseminadas por el suelo, zapatos, objetos, naturalezas muertas que reflejan,
al mismo tiempo que belleza amoroso, desolación. A. y M. son amantes
que disfrutan del sexo, aman el placer, pero lo que les une es el dolor. A.
tiene cáncer de pecho y lleva peluca para disimular la calvicie que le ha dejado la
quimioterapia. M. acaba de romper con su mujer y
tiene que vaciar el piso donde vivía su madre muerta. Por la mañana, después de
sus noches de pasión, se dedican a fotografiar sus ropas en el mismo lugar donde habían
caído para “conservar la representación material” de su desorden amoroso. En El uso de la foto, a Ernaux apenas le interesa dar una forma narrativa a su
historia de amor; lo que ambiciona es dar con sensaciones y estados anímicos,
bucear en los recuerdos, hasta hallar un equilibrio entre los momentos de
felicidad y de miedo.
“Me doy cuenta de que me fascinan las
fotos como me fascinan, desde pequeña, las manchas de sangre, de esperma, de
orina, depositadas en las sábanas o en los viejos colchones tirados en las
aceras, las manchas de vino o de comida incrustadas en la madera de los
aparadores, las de café o de dedos grasientos en las cartas de antaño. Las
manchas más materiales, orgánicas. Me doy cuenta de que espero lo mismo de la
escritura. Me gustaría que las palabras fueran como manchas de las que uno no
consigue desembarazarse”.
Annie Ernaux / Marc Marie, El uso de
la foto