sábado, 2 de junio de 2018

Enemigos íntimos

Resulta difícil, por no decir imposible, explicar o resumir el argumento de El Nix (The Nix, 2016; Salamandra, 2018) de Nathan Hill. Podría decirse que este novelón de casi 700 páginas, con el que el escritor americano debutó hace dos años en la narrativa larga —hasta ahora sólo había publicado relatos breves en varias revistas literarias—, gira entorno de un grupo de personajes más complejos de lo parecen a primera vista, encabezado por Samuel Anderson, escritor fracasado, reconvertido en profesor ayudante de Lengua y Literatura; Faye, su madre, ex activista universitaria de la izquierda radical y ex prostituta; Pwnage, un erudito de los videojuegos; Guy Periwinkle; un editor que encarna esa manera de editar obsesionada por satisfacer los gustos del público; Laura Pottsdam, una rubia muy poco legal, tramposa habitual; Bethany, una virtuosa del violín, y su hermano gemelo Bishop, cuyo destino final como soldado en la guerra de Irak es uno de los episodios más traumáticos de la novela. Menos violento, aunque igual de traumático, es el descubrimiento que hace Samuel de los abusos sexuales a los que fue sometido Bishop durante la infancia: “Todo encajó hace unos años. Por fin ataste los cabos que no habías podido atar a los once. Por qué Bishop parecía saber más cosas de las que le correspondían por edad. Cosas sobre sexo. Como en la charca la última tarde que pasasteis juntos, cuando se pegó a ti en la posición idónea para el sexo: ¿Cómo lo sabía? ¿Cómo sabía lo que tenía que hacer? ¿Por qué tenía aquella actitud? ¿Por qué acosaba a otros niños? ¿Por qué lo habían expulsado del colegio? [...] Bishop era víctima de abusos. Abusos sexuales. Por supuesto. Y quien lo hacía era el director”. Todavía queda un personaje más en esta sorprendente novela, el Nix del título, un fantasma de la mitología noruega que se hace sentir a medida que Samuel indaga en su pasado a la búsqueda de una figura de orden. Sobre El Nix se puede enunciar a bote pronto tres juicios: es una novela que hace que te sientas menos solo; es una obra redonda, sumamente bien escrita e impecablemente bien acabada; y es una prueba tangible e irrefutable de que David Foster Wallace y Philip Roth han dejado huella en la literatura americana. El genio de ambos novelistas puebla generosamente las páginas de El Nix, tanto como el sentido de inmersión en mundos sociales y realidades múltiples de las novelas de Dickens.




“Una vez, Pwnage le dijo a Samuel que las personas con las que te topas en la vida son sin duda enemigos, obstáculos, rompecabezas o trampas. Tanto para Samuel como para Faye, alrededor del verano de 2011, los demás eran sin duda enemigos. Lo que ambos querían de la vida era básicamente que los dejaran tranquilos. Pero es imposible soportar este mundo a solas, y cuanto más avanza Samuel con su libro, más cuenta se da de lo equivocado que estaba. Porque si ves a los demás como enemigos, obstáculos o trampas, vivirás en una guerra constante con ellos y contigo mismo. En cambio, si decides verlos como rompecabezas, y si te ves a ti mismo como un rompecabezas, te llevarás una sorpresa agradable tras otra, porque si hurgas lo suficiente, si miras con suficiente atención debajo de la capota de la vida de los demás, tarde o temprano siempre terminas encontrando algo familiar. Eso da más trabajo, desde luego, que pensar que son enemigos. Comprender es siempre más difícil que odiar sin más”.

Nathan Hill, El Nix