Resulta difícil, por no decir imposible, explicar o resumir
el argumento de El Nix (The Nix, 2016; Salamandra, 2018) de Nathan Hill. Podría decirse que este
novelón de casi 700 páginas, con el que el escritor americano debutó hace dos
años en la narrativa larga —hasta ahora sólo había publicado relatos breves en
varias revistas literarias—, gira entorno de un grupo de personajes más
complejos de lo parecen a primera vista, encabezado por Samuel Anderson,
escritor fracasado, reconvertido en profesor ayudante de Lengua y Literatura;
Faye, su madre, ex activista universitaria de la izquierda radical y ex
prostituta; Pwnage, un erudito de los videojuegos; Guy Periwinkle; un editor que
encarna esa manera de editar obsesionada por satisfacer los gustos del público;
Laura Pottsdam, una rubia muy poco legal, tramposa habitual; Bethany, una virtuosa del violín, y
su hermano gemelo Bishop, cuyo destino final como soldado en la guerra de Irak
es uno de los episodios más traumáticos de la novela. Menos violento, aunque
igual de traumático, es el descubrimiento que hace Samuel de los abusos
sexuales a los que fue sometido Bishop durante la infancia: “Todo encajó hace
unos años. Por fin ataste los cabos que no habías podido atar a los once. Por
qué Bishop parecía saber más cosas de las que le correspondían por edad. Cosas
sobre sexo. Como en la charca la última tarde que pasasteis juntos, cuando se
pegó a ti en la posición idónea para el sexo: ¿Cómo lo sabía? ¿Cómo sabía lo
que tenía que hacer? ¿Por qué tenía aquella actitud? ¿Por qué acosaba a otros niños? ¿Por qué lo habían
expulsado del colegio? [...] Bishop era víctima de abusos. Abusos sexuales. Por
supuesto. Y quien lo hacía era el director”. Todavía queda un personaje más en esta
sorprendente novela, el Nix del título, un fantasma de la mitología noruega que
se hace sentir a medida que Samuel indaga en su pasado a la búsqueda de una
figura de orden. Sobre El Nix se puede enunciar a bote pronto tres juicios: es una novela
que hace que te sientas menos solo; es una obra redonda, sumamente bien escrita
e impecablemente bien acabada; y es una prueba tangible e irrefutable de que
David Foster Wallace y Philip Roth han dejado huella en la literatura americana.
El genio de ambos novelistas puebla generosamente las páginas de El Nix, tanto como el sentido de
inmersión en mundos sociales y realidades múltiples de las novelas de Dickens.
“Una vez, Pwnage le dijo a Samuel que las
personas con las que te topas en la vida son sin duda enemigos, obstáculos,
rompecabezas o trampas. Tanto para Samuel como para Faye, alrededor del verano
de 2011, los demás eran sin duda enemigos. Lo que ambos querían de la vida era
básicamente que los dejaran tranquilos. Pero es imposible soportar este mundo a
solas, y cuanto más avanza Samuel con su libro, más cuenta se da de lo equivocado
que estaba. Porque si ves a los demás como enemigos, obstáculos o trampas,
vivirás en una guerra constante con ellos y contigo mismo. En cambio, si
decides verlos como rompecabezas, y si te ves a ti mismo como un rompecabezas,
te llevarás una sorpresa agradable tras otra, porque si hurgas lo suficiente,
si miras con suficiente atención debajo de la capota de la vida de los demás,
tarde o temprano siempre terminas encontrando algo familiar. Eso da más
trabajo, desde luego, que pensar que son enemigos. Comprender es siempre más
difícil que odiar sin más”.
Nathan Hill, El Nix