En 2006 a
Tom Perrotta le tocó la lotería con el trasvase a la pantalla grande de Juegos
de niños (Little Children, 2004), una novela que pasó desapercibida en su momento pero cuyo
culto ha ido creciendo con el paso de los años —en España la publicó en 2007 la
editorial Salamandra: búsquenla— gracias a su habilidad de volver fascinantes y
significativos los pequeños detalles de la vida cotidiana en una pequeña
comunidad residencial de clase media. Su última novela, La señora Fletcher (Mrs. Fletcher, 2017; Libros del
Asteroide, 2018) constata el salto adelante de un autor que escribe sobre los
instantes decisivos que componen nuestra vida con una veracidad punzante. Si en la
película El graduado, basada en la novela
homónima de Charles Webb, Mike Nichols narraba la experiencia de una relación
sexual entre dos personas de muy diferentes edades desde la perspectiva de un
joven universitario, Benjamin Braddock, interpretado por Dustin Hoffmann, en La
señora Fletcher el observador —o más
bien el voyeur— principal es un adulto, Eve Fletcher. Eve es una mujer
divorciada de cuarenta y seis años y con un hijo que, en palabras de su autor, desea por
encima de todo dejar atrás su viejo yo: “Agarrar todos tus errores y
remordimientos y borrarlos de tu vida”. Pero La señora Fletcher no es una novela sobre las carencias y frustraciones de la madurez, o
no sólo eso. Aquí también aparecen de manera descarnada las inseguridades y
contradicciones inherentes a la adolescencia, con sus connotaciones acerca de
la sexualidad exacerbada y la cultura de la violación. Perrotta regresa con una
novela contemporánea, con un montón de jerga sobre
identidad de género, que entra a saco,
desnudándolos, en casi todos los tabúes sexuales, y en la que los
personajes no son arquetípicos como en el cine, sino gente corriente, personas
que no tienen mensajes para nadie, ni para sí mismas: mienten, traicionan,
espían, merodean, lastiman, violentan. Analista perspicaz de las relaciones
familiares afectadas por procesos de cambio social y moral, el autor de Lecciones
de abstinencia (The Abstinence
Teacher, 2007) construye una novela cruda pero impregnada por esa mirada cálida que
es consustancial a toda su narrativa. Retrato feroz de las contradicciones en
las que ha quedado atrapada una sociedad perdida en su propia búsqueda de placer
y solaz, La señora Fletcher confirma
la maestría de Perrotta a la hora de poner el dedo en las fisuras de la clase
media estadounidense. Un título y un autor llamados a convertirse, al modo de los
grandes escritores americanos del siglo XX, en lectura obligada para entender
la vida sin intimidad en la era de Facebook.
“No fue tanto la fantasía sexual lo que la echó para atrás, sino la
agobiante sensación de familiaridad que había surgido a lo largo de la noche.
[...] Podía acostarse con él, incluso enamorarse de él, pero ¿dónde le llevaría
eso? A ningún sitio en el que no hubiera estado ya, eso lo tenía clarísimo. Y
ella quería otra cosa, algo diferente, aunque estaba por ver exactamente el
qué. Lo único que tenía claro era que el mundo era muy grande y ella sólo había
rascado la superficie”.
Tom
Perrotta, La señora Fletcher