domingo, 21 de marzo de 2021

Razones para amar la pena

Pese a todo lo que se ha escrito sobre William Shakespeare, el dramaturgo isabelino continúa siendo un misterio 457 años después de su nacimiento en Stratford-upon-Avon, en Warwickshire, Reino Unido. Sus obras no se imprimieron en vida por lo que no se sabe a ciencia cierta su autoría; existen años perdidos —entre 1585 y 1592— en los que no se sabe tampoco dónde estuvo ni qué fue lo que hizo; los hay quienes arrojan dudas sobre su matrimonio, asegurando que se casó de penalti y no por amor con su novia Anne Hathaway —su primera hija, Susanna, nació seis meses después de la boda—; pero el mayor misterio de todos es la muerte de su único hijo varón, Hamnet, a los 11 años, a cuyo entierro en el cementerio de la Iglesia de la Santísima Trinidad el 11 de agosto de 1596 no asistió Shakespeare. Probablemente, quiero creer, debía de estar de gira con alguna de las obras escritas el año anterior, Trabajos de amor perdidos, Ricardo II, Romeo y Julieta o Sueño de una noche de verano. Muchos han creído ver en Hamlet, escrita hacia 1600-1, la larga sombra de la muerte de Hamnet, título incluido, aunque otros sostienen que es El rey Juan, escrita inmediatamente después de su muerte, donde el dramaturgo volcó su amargura, su dolor, su pena: “La pena llena la habitación de mi hijo ausente, yace en su cama, anda conmigo de arriba abajo, asume sus bellos rasgos, repite sus palabras, me recuerda sus graciosos miembros, rellena sus vacías prendas con su forma. Tengo entonces razón de amar la pena”. En Hamnet (Hamnet, 2020; Libros del Asteroide, 2021), la escritora irlandesa Maggie O’Farrell se apropia de este trágico episodio de la vida de Shakespeare para explorar el impacto de la pérdida en el resto de la familia, principalmente en la madre, Anne, rebautizada en la novela como Agnes. No obstante, Hamnet no está escrito con vocación de libro de duelo, como El año del pensamiento mágico de Joan Didion, Di su nombre de Francisco Goldman o Mortal y rosa de Francisco Umbral. En su perímetro externo, es un libro sobre el mundo hogareño donde se desenvuelve la vida Agnes, en Henley Street: “Están los padres [de Shakespeare], después los hijos, luego la hija, después los cerdos de la pocilga y las gallinas del gallinero, a continuación el aprendiz y, al final de todo, las criadas. Cree que su lugar, como nuera reciente, es ambiguo, entre el aprendiz y las gallinas. […] El marido de Agnes a veces está en casa y a veces no: da clases, va a las tabernas por la tarde, hace algunos recados que le manda su padre. El resto del tiempo se refugia arriba, en su cuarto, y lee o mira por la ventana”. En su perímetro interno, es un libro sobre el dolor y los medios por los cuales cada uno encuentra el modo de hacerle frente. Al igual que Constanza, en El rey Juan, Agnes busca a su hijo por todas partes, sin descanso, mientras que su marido, relegado a un papel secundario en la novela —O’Farrell nunca lo nombra explícitamente— es visto por ella como un hombre sin corazón: “Lo único que tiene dentro es eso: un escenario de madera, cómicos declamando, parlamentos memorizados, multitudes entregadas, idiotas disfrazados”. Pero la verdad es otra muy distinta. En su obra más célebre, Hamlet, Shakespeare intercambia su sitio por el de su hijo. Él es el fantasma*, el padre muerto, que viene a rogarle a su hijo —en el acto 3, escena 4—, que ayude a su madre, la reina Gertrudis: “Pero mira cómo has llenado de asombro a tu madre. ¡Oh, colócate entre ella y su agitada alma! Pues la imaginación actúa con más fuerza en los cuerpos débiles. Háblale, Hamlet”. Cómo no amar la pena con obras como Hamlet —no existe una pieza de teatro más bella, atemporal y certera, o la espléndida novela de Maggie O’Farrell, dolorosa pero bellísima, que nos invita a revisitar la obra de Shakespeare, punto de fuga de los relatos de fantasmas** de la literatura universal. 

 

 


 

“Agnes se da cuenta de que, al pensar en la fosa, el pensamiento retrocede como un caballo que no quiere saltar una zanja. Puede imaginarse andando con él hacia la iglesia, a hombros de Barthalomew y tal vez de Gilbert y de John; puede imaginarse al sacerdote bendiciendo el cadáver. Pero el descenso a la tierra, al pozo oscuro, la idea de no volver a verlo nunca más, en eso no puede pensar. No se lo puede imaginar. No puede consentir que a su hijo le suceda semejante cosa”. 

 

Maggie O’Farrell, Hamnet

 

 

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(*) Uno de los pocos papeles que está documentado que interpretó Shakespeare fue el del fantasma del padre de Hamlet.

(**) Haciendo un recuento rápido, hay fantasmas en cinco de las obras de Shakespeare: Hamlet, Julio Cesar, Macbeth, Ricardo III y Cimbelino.