domingo, 19 de julio de 2020

La lealtad me obliga

Aunque quizá no resulte del todo exacto, siempre digo que es muy probable que La hija del tiempo (The Daughter of Time, 1951; Hoja de lata, 2020) de Josephine Tey sea la mejor novela histórica que jamás se ha escrito. Y digo que es muy probable porque hace treinta años la Asociación de Escritores del Crimen (Crime Writers' Association) del Reino Unido, fundada en 1953, proclamó a La hija del tiempo como la Mejor Novela Criminal de todos los tiempos, por delante de El sueño eterno de Raymond Chandler, El espía que surgió del frío de John Le Carré y La piedra lunar de Wilkie Collins. Lo cierto es que Tey, seudónimo de Elizabeth Mackintosh (1896-1952), es una escritora difícil de acorralar en un solo género. Aunque se suele encuadrar a Tey dentro de la Edad Dorada de la narrativa detectivesca inglesa*, junto a Agatha Christie y Dorothy L. Sayers, su obra resulta mucho más sociable, flexible y divertida que la de sus congéneres. La obra de Tey —aun las novelas protagonizadas por el inspector Alan Grant, de Scotland Yard, de las que se han publicado en España por el momento Un chelín para velas, La hija del tiempo y El caso de Betty Kane**, donde Grant tiene una pequeña aparición—, esquiva cualquier clasificación, igual que ella misma supo esquivar su propia época, rehusando verse en las páginas de sociedad vistiendo traje y corbata. Comparada con Christie o con Sayers, Tey no hizo mucho ruido hasta hace unos años en la historia de la novela negra —su enorme reputación es casi enteramente póstuma—, pero si hay una obra rompedora de reglas esa es sin duda La hija del tiempo. En ella el inspector Alan Grant se encuentra postrado en la cama de un hospital tras haberse caído por una trampilla durante una persecución. Para matar el tiempo decide investigar, desde la cama y ayudado por los libros de Historia, el asesinato del príncipe Eduardo y de su hermano menor, Ricardo, duque de York, en 1443, a manos de Ricardo III, tal como han contado siempre los libros de historia: “Los pequeños inocentes y su malvado tío: los ingredientes clásicos de una historia de simplicidad igualmente clásica”. Pero no para Grant, quien ve en el retrato de Ricardo III no a un monstruo, sino a un hombre enfermo: “Un candidato a padecer una úlcera de estómago. Un hombre que había tenido problemas de salud cuando era niño. Tenía esa mirada indescriptible que deja el sufrimiento durante la infancia, menos clara que la mirada de un lisiado, pero igual de ineludible. El artista lo había entendido y lo había traducido al lenguaje pictórico”. La hija del tiempo es una novela negra marcada por la gracia, la sutileza y dotada de un inteligente sentido de la comedia. Comedia, más que sátira, a pesar de los mordaces comentarios vertidos sobre autores como Tomás Moro, cuya tendenciosa Historia de Ricardo III inspiró el drama histórico de Shakespeare, o el arzobispo de Canterbury, John Morton. Según la autora: "Parecen no tener talento para dicernir la verosimilitud de una situación. Para ellos la historia es como un espectáculo con figuras bidimensionales sobre un fondo lejano". El lema de Ricardo III era: Loyauté me lie. La lealtad me obliga. La misma que me obliga a mí ahora a recomendarles esta novela que tan gratas satisfacciones me ha proporcionado su relectura, en la misma traducción de Efrén del Valle publicada por primera vez en RBA en 2012.




“Cuando no se puede recabar información sobre un hombre, la mejor manera de hacerse una idea sobre él es investigando acerca de su madre”. 

Josephine Tey, La hija del tiempo
  
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(*) La Edad Dorada comprende las dos décadas que transcurrieron entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
(**) El caso de Betty Kane (The Franchise Affair, 1948; Hoja de lata, 2017) figura en el undécimo lugar en la lista de las 100 mejores novelas criminales de todos los tiempos de la CWA.