En la película de William Friedkin Cruising —titulada en España A la caza—, Al Pacino interpreta a Steve Burns, un
policía encubierto que se infiltra en los ambientes más sórdidos de Greenwich
Village para atrapar a un asesino en serie de homosexuales. La película, basada
en la novela homónima del periodista Gerald Walker, fue rodada con máximas
medidas de seguridad y protección tanto para el equipo artístico como para los
extras, debido a que una parte de la comunidad gay* protestó por la imagen poco
edificante que en ella se ofrecía de los homosexuales, entregados a un frenesí
orgiástico en bares de cuero y parques públicos. Para millones de espectadores,
entre los que me incluyo —recuerdo haberla visto a los diecinueve años espoleado
por la publicidad: “No la vea si Ud. no está seguro, totalmente seguro de su
sexo”—, la película supuso el primer contacto oficial con el cruising, un término que la RAE no recoge, pero sí contempla el de “cancaneo” con el que a veces se le asocia, y que el
diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define como “vagar sin
objeto determinado”. Si ellos lo dicen, será. Pero es cierto solo en parte. Lo
es porque el cruising es
un hábito para el que no hay una definición satisfactoria. Y si la hubiera no
es sencilla, como sostiene el escritor mexicano Alex Espinoza en Cruising. Historia de un pasatiempo radical (Cruising: An Intimate History of a Radical Pastime, 2019; Dos Bigotes, 2020): “Es un momento
que captura algo innombrable, pero que resulta crucial para la supervivencia.
Es un impulso tan fuerte que hace hervir la sangre, altera el tiempo, la
realidad y el sentido. Y la única manera en la que uno se recupera de ambos es
volviendo a hacerlo, una y otra vez, sin parar”. Todas las investigaciones que
se han llevado a cabo en los últimos años sobre la adquisición de la identidad homosexual por parte
de los hombres, y sobre su manera de vivir la homosexualidad, han señalado el cruising como un proceso lógico de sociabilidad gay.
Para Espinoza el cruising lejos de ser una realidad denigrante refuerza la autoconfianza en uno mismo:
“El sexo anónimo ayudó a este niño raro, tímido y con muchos defectos a
encontrarse. El cruising
me ayudó a darme cuenta de que los hombres me necesitaban y me deseaban.
Después de algunos encuentros, aprendí que mi anatomía era, de hecho, única. Y
esta conciencia me dio confianza, una arrogancia que me ayudó a ver el mundo a
mi alrededor de otra manera. [...] Encontré un lugar donde podía exhibir
control, enfrentarme a mis demonios y mis propias inseguridades”. Aunque pueda
parecer radical, el problema del cruising no es de índole moral, ni ético, sino
una cuestión numérica: “El problema del cruising es que necesitas mucha gente alrededor para hacerlo.
Necesitas extraños. Necesitas variedad”. En Cruising, Espinoza no sólo desmitifica el sexo ocasional entre
extraños como hostil, sino que proyecta sin saberlo luces y colores en un muro de prejuicios que tiene como destino el de todos los muros: caer.
“El cruising ha facilitado una salida segura a la exploración
sexual. Está desprovisto de las dinámicas de poder que infectan las
interacciones heterosexuales y existe fuera de las jerarquías tradicionales. El
verdadero cruising
permite a la gente establecer las condiciones de su deseo y que todos salgan satisfechos.
Está basado en la igualdad”.
Alex Espinoza, Cruising
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(*)
La Gay Activist
Alliance y la Gay
Task Force
calificaron la película de William Friedkin de “provocación homófoba”.