Cada siglo, cada época, cada generación tiene su propia experiencia
vital con las epidemias, llámense viruela, tifus, cólera, peste, gripe
española, Ébola o MERS. Decía Albert Camus en La peste —cito de memoria— que todo lo que el hombre
puede ganar al juego de la enfermedad y de la vida es el conocimiento y el
recuerdo. De la pandemia del Covid-19 saldrán muchos libros —de hecho ya hay en las librerías algunos ensayos tempranos, como Pandemia de Slavoj Žižek, ¿Ya es mañana? de Ivan Krastev, Un planeta de virus de Carl Zimmer y Los días de la fiebre de Andrés Felipe Solano—, y se reeditarán otros tantos. De estos últimos hay que
saludar la reedición de Diario del año de la peste (A Journal of the Plague Year, 1722; Alba, 2006, reed. 2020) de Daniel
Defoe, sobre el brote de peste que arrasó Londres en 1665, y El mapa
fantasma (The Ghost Map:
The Story of London's Most Terrifying Epidemic and How It Changed Science,
Cities, and the Modern World,
2006; Kantolla, 2008, reed. 2020 en Capitán Swing) de Steven Johnson, sobre un
brote de cólera que asoló a las clases más bajas* de Londres en 1854. Ambos
libros —el primero una narración
en primera persona basada en recuerdos personales pero totalmente ficticia, y
el segundo una investigación real sobre un hecho histórico que se lee como una
novela de misterio—, escapan a sus propios límites al poner en práctica
conceptos de periodismo duro (Diario del año de la peste) o de relato de detectives (El mapa
fantasma) de forma
imaginativa, brillante y, sobre todo, amena. Pero si hay una retratista familiar
de la sociedad inglesa subyugada por una epidemia, esa es sin duda la escritora
británica Barbara Comyns, de la que la editorial Gatopardo acaba de recuperar oportunamente su novela Los que cambiaron y los que murieron (Who Was Changed and Who Was Dead, 1954), que permanecía inédita en España**.
La primera frase de la novela es todo un titular: “Los patos atravesaron
nadando las ventanas del salón”, completado cinco líneas después con un final
que anuncia un nuevo orbe distinto del anterior: “El peso del agua las había
abierto a la fuerza, de modo que los animales entraron en el interior.
Circunnavegaron la estancia entre graznidos de aprobación, después partieron
otra vez hacia el exterior para explorar el maravilloso nuevo mundo que había
llegado durante la noche”. Cualquiera podría tomarse este libro como un
precursor del cambio climático. Pero la inundación no es más que el preludio de
la llegada de una misteriosa fiebre que de repente comienza a diezmar la vida
de los habitantes del condado de Warwickshire —donde nació Comyns en 1909—,
como si se tratase de una plaga bíblica. Los que cambiaron y los que
murieron nos recuerda que el
lector necesita de vez en cuando contundentes sacudidas que lo liberen de la
rutina y la repetición, pero sobre todo lo preparen para anticipar lo más duro.
“A medida que fue transcurriendo el día, la riada
comenzó a bajar de nivel. Abandonó el hogar de los Willoweed, y en su lugar
dejó barro, hierbajos de río y un penetrante tufo a humedad. Afuera, los niños
colocaron guijarros en la hierba para marcar la retirada del agua. El jardín
descendía hacia el río y cuando cayó la noche, volvió a ser visible media
pendiente, tapizada de flores mojadas y apelmazadas y de césped de un verdor
esmeralda. Unos cuantos objetos extraños e inertes yacían desperdigados. El
viejo Ives los recogió y los guardó en el cuarto de las calderas. Por
desgracia, Dennis vio cómo metía a la fuerza un pavo real”.
Barbara Comyns, Los que cambiaron y los que
murieron
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(*) “Sus propios nombres evocan ahora una especie de
catálogo de animales exóticos: recolectores de huesos, traperos, buscadores de
materias puras, dragadores, hurgadores del barro, cazadores de las cloacas,
captores de polvo, limpiadores de excrementos humanos, hurgadores del río,
hombres de la orilla... Eran las clases bajas de Londres, una comunidad de al
menos cien mil habitantes”. Steven Johnson, El mapa fantasma (pág., 13).
(**) Aunque no alcanza la fama de Barbara Pym o Iris Murdoch, Barbara Comyns no es una escritora desconocida en España, donde
tiene tres novelas publicadas en Alba Editorial: Y las cucharillas eran de
Woolworths
(1950), La hija del veterinario (1959) y El enebro (1985).