domingo, 14 de junio de 2020

Nuestro escritor común

El pasado 9 de junio se cumplieron 150 años de la muerte de Charles Dickens (1812-1870), el escritor inglés más leído en todo el mundo, por lo que podríamos decir que es nuestro escritor común, el tuyo y el mío y el de todos los lectores píos y religiosos de su época, quienes para evitar blasfemar con la expresión What the devil! (¡Qué demonios!), ante el cúmulo de desgracias que se ciernen en sus libros sobre sus personajes más queridos, David Copperfield, Oliver Twist y Philip Pirrip, más conocido como Pip, utilizaban la expresión What the Dickens! Para conmemorar la fecha de su muerte, el sello Penguin Clásicos le ha rendido homenaje de la mejor manera que puede hacerse —Dickens dejó escrito que no quería ningún monumento por su muerte, pero poco caso le hicieron, ya que fue enterrado nada menos que en la Abadía de Westminster—, con una edición conmemorativa de sus tres novelas más populares: David Copperfield (David Copperfield, 1950), Oliver Twist (Oliver Twist, 1939) y Grandes esperanzas (Great Expectations, 1860). Si bien hace tiempo que no he vuelto a releer ninguno de estos títulos, al repasar sus páginas ahora recuerdo el momento en el que los leí por primera vez en mi adolescencia y de cómo me hicieron sentir, en especial Grandes esperanzas, donde cada palabra parecía escrita a propósito de mis estados de ánimo: “Era uno de esos días de marzo en que el sol es ardiente y, en cambio, sopla un viento helado, es decir, esa estación en que al sol es verano y, a la sombra, invierno”. Dickens es el mejor escritor para leer en ese período de nuestras vidas en el que todo parece irse a la mierda y a la vez sientes la irremediable necesidad de tirar para adelante. Lo más ordinario de la vida, en sus novelas cobra un brillo especial. Lo dijo con mejores palabras Stefan Zweig en Tres maestros*: “Buscó sus héroes y sus destinos en las callejuelas de los suburbios, junto a los cuales pasaban distraídamente los demás escritores. [...] Quería enseñar la poesía de lo cotidiano a todos los que vivían recluidos en la vida diaria. Mostró a miles y millones hasta dónde llegaba lo eterno en sus miserables vidas”. Así de grande es el alcance de sus libros. Al menos yo con Grandes esperanzas siento, hoy como entonces, que obtuve algo que había estado faltando en mi vida.




“La verdad es que yo amaba a Estella por la sencilla razón de que la encontraba irresistible. Pero, digámoslo de una vez: a menudo comprendía, con dolor, que la amaba contra toda razón, sin contar con ninguna promesa por su parte, contra mi propia esperanza y la paz de mi espíritu, contra mi felicidad y a pesar de todo cuanto podía desanimarme. Y no la amaba menos por comprender esto, de modo pues que esa certeza no influía para contenerme más de lo que hubiera influido si la hubiese considerado la perfección personificada”.

Charles Dickens, Grandes esperanzas

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(*) Tres maestros. Balzac, Dickens, Dostoievski (Drei Meister, 1920; Acantilado, 2004, reed. 2009) de Stefan Zweig.