El pasado 9 de junio se cumplieron 150 años de la muerte de Charles
Dickens (1812-1870), el escritor inglés más leído en todo el mundo, por lo que
podríamos decir que es nuestro escritor común, el tuyo y el mío y el de todos
los lectores píos y religiosos de su época, quienes para evitar blasfemar con
la expresión What the devil! (¡Qué demonios!), ante el cúmulo de desgracias que se ciernen en sus libros sobre sus personajes más queridos, David Copperfield, Oliver Twist y
Philip Pirrip, más conocido como Pip, utilizaban la expresión What the
Dickens! Para conmemorar la
fecha de su muerte, el sello Penguin Clásicos le ha rendido homenaje de la
mejor manera que puede hacerse —Dickens dejó escrito que no quería ningún
monumento por su muerte, pero poco caso le hicieron, ya que fue enterrado nada menos
que en la Abadía de Westminster—, con una edición conmemorativa de sus tres
novelas más populares: David Copperfield (David Copperfield, 1950), Oliver Twist (Oliver Twist, 1939) y Grandes esperanzas (Great Expectations, 1860). Si bien hace tiempo que no he vuelto
a releer ninguno de estos títulos, al repasar sus páginas ahora recuerdo el
momento en el que los leí por primera vez en mi adolescencia y de cómo me
hicieron sentir, en especial Grandes esperanzas, donde cada palabra parecía escrita a propósito de
mis estados de ánimo: “Era uno de esos días de marzo en que el sol es ardiente
y, en cambio, sopla un viento helado, es decir, esa estación en que al sol es
verano y, a la sombra, invierno”. Dickens es el mejor escritor para leer en ese
período de nuestras vidas en el que todo parece irse a la mierda y a la vez
sientes la irremediable necesidad de tirar para adelante. Lo más ordinario de
la vida, en sus novelas cobra un brillo especial. Lo dijo con mejores palabras
Stefan Zweig en Tres maestros*: “Buscó sus héroes y sus destinos en las callejuelas de los suburbios,
junto a los cuales pasaban distraídamente los demás escritores. [...] Quería
enseñar la poesía de lo cotidiano a todos los que vivían recluidos en la vida
diaria. Mostró a miles y millones hasta dónde llegaba lo eterno en sus
miserables vidas”. Así de grande es el alcance de sus libros. Al menos yo con Grandes
esperanzas siento, hoy como
entonces, que obtuve algo que había estado faltando en mi vida.
“La verdad es que yo amaba a Estella por la sencilla
razón de que la encontraba irresistible. Pero, digámoslo de una vez: a menudo
comprendía, con dolor, que la amaba contra toda razón, sin contar con ninguna
promesa por su parte, contra mi propia esperanza y la paz de mi espíritu,
contra mi felicidad y a pesar de todo cuanto podía desanimarme. Y no la amaba
menos por comprender esto, de modo pues que esa certeza no influía para
contenerme más de lo que hubiera influido si la hubiese considerado la
perfección personificada”.
Charles Dickens, Grandes esperanzas
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(*) Tres maestros. Balzac, Dickens, Dostoievski (Drei Meister, 1920; Acantilado, 2004, reed.
2009) de Stefan Zweig.