A pesar de haber visto en su momento la adaptación cinematográfica que realizó David Lynch en 1984 de la novela de Frank Herbert, uno de mis
descubrimientos tardíos en la literatura de ciencia-ficción fue Dune (Dune, 1965),
aparecida en castellano en 1975 en la editorial Acervo, en traducción fluida de
Domingo Santos, que es la misma que publica estos días el sello Debolsillo del
grupo editorial Penguin Random House. Dune vuelve a estar de actualidad porque pronto —después del verano si el Covid-19 no lo
impide— se estrenará en todo el mundo la versión realizada por Denis
Villeneuve, el director de Blade Runner 2049 y La llegada. Ocurre, a veces, que uno se zambulle en una novela
sin saber muy bien adónde va a ir a parar, más tratándose de una space opera que no entiende de límites. Lo que más me impresionó de la lectura de Dune no fue su calidad literaria,
pues la presuponía —la novela obtuvo el premio Nebula en 1965 y el premio Hugo
en 1966—, sino sus temas, ácidamente críticos para la época, especialmente aquellos en los
que denuncia la manipulación del hombre de su entorno, el estrés medioambiental
y la transformación del orden genético natural. Y luego están —algo infrecuente
en las space operas que vinieron después, como Star Wars*, o las secuelas
y precuelas de Dune escritas
por su propio hijo Brian Herbert, con la ayuda del escritor Kevin J. Anderson,
basadas supuestamente en las notas dejadas por su padre antes de su muerte en
1986**— sus frases rotundas: “El hecho de que no podáis imaginar una cosa no la
excluye de la realidad”. O esta otra: “La actitud del cuchillo… cortar lo que
es incompleto y decir: Ahora ya está completo, porque acaba aquí”. O la que a
mí me parece la más perspicaz de todas: “Si deseas la inmortalidad, niega la
forma. Todo cuanto posee forma, posee mortalidad. Más allá de la forma se
encuentra lo informe, lo inmortal”. Cada cual es muy libre de extraer sus
propias frases favoritas. La realidad es que la importancia de esta saga protagonizada
por un muchacho, Paul Atreides, que debe tomar el control de un imperio de un
millón de planetas, ha marcado buena parte de la literatura de ciencia ficción
actual. Pero si algo queda después de leer Dune es la incómoda y molesta sensación de que “la gente
necesita tiempos difíciles y de opresión para desarrollar sus músculos
físicos”. No debería ser así, pero lamentablemente lo es.
“Los imperios no sufren de falta de finalidad en el
momento de su creación. Es luego cuando se produce ésta, cuando ya están
establecidos y sus objetivos iniciales son olvidados y reemplazados por vagos
rituales”.
Frank Herbert, Dune
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(*) Evidentemente, la película de George Lucas le debe mucho
a Dune. Como
dijo el escritor Hari Kunzru en el artículo Dune, 50 years on: how a science
fiction novel changed the world, publicado en The Guardian en 2015: “Actually, the great Dune film did get made. Its name is Star
Wars [En
realidad, la gran película de Dune se hizo. Se llama Star Wars]”.
(**) Véase el final de la saga: Cazadores de Dune (2006), Gusanos de arena de
Dune (2008); y
las precuelas: Dune: La Yihad Butleriana (2002), Dune: La cruzada de las
máquinas (2003),
Dune: La batalla de Corrin (2004), Dune: La Casa Atreides (1999), Dune: La Casa Harkonnen (2000) y Dune: La Casa
Corrino (2001),
todas publicadas en Debolsillo.