domingo, 12 de julio de 2020

¿Dónde cojones...?

Vaya por delante que no siempre tengo tiempo de comentar aquí todos los libros que leo a lo largo de la semana —algunos libros me llevan más tiempo que otros, incluso los voy alternando hasta que he completado todas las combinaciones posibles—, porque de lo contrario no tendría tiempo para leerlos. Hace un tiempo le oí decir al periodista y escritor Juan Tallón que “escribo para no hacer cosas peores”. Yo leo para no hacer cosas peores. Y luego, si tengo tiempo —y me dejan mis otras obligaciones— escribo sobre lo que he leído. Llevo tres o cuatro semanas queriendo escribir sobre Era tarde, muy tarde (How Late It Was, How Late, 1994; Galaxia Gutenberg, 2013) de James Kelman. No sé si es cierto, pero quiero creer que sí. Dicen que Alejandro Magno dormía con un ejemplar de la Ilíada junto a una daga debajo de la almohada. Algo parecido me ocurrió a mí con Era tarde, muy tarde. Cada vez que me vencía el sueño, dejaba el libro de Kelman debajo de la almohada junto a un lápiz con el que escribía notas al margen. Era tarde, muy tarde narra la historia de Sammy Samuels, un exconvicto escocés que al volver en sí, después de una buena borrachera, descubre que está ciego: “Te despiertas tirado en una esquina y te quedas ahí, deseando que tu cuerpo desaparezca, los pensamientos te agobian, pensamientos, pero quieres recordar y afrontar lo que sea; algo te lo impide una y otra vez, y no puedes, las palabras te llenan la cabeza: palabras y más palabras, algo va mal, muy muy mal, no eres un buen tío, no, no estás bien. Vas recuperando poco a poco la conciencia, te das cuanta de dónde estás: aquí tirado en esta esquina, con todos esos pensamientos en la cabeza. Y, dios, cómo le dolía la espalda, se le había quedado rígida, y tenía la impresión de que la cabeza iba a estallarle. Se estremeció y se irguió un poco, encorvando los hombros, cerró los ojos, se frotó los rabillos con las puntas de los dedos y vio un montón de puntos y lucecitas. ¿Dónde cojones...?”. Eso mismo pensé yo: ¿Dónde cojones se había metido este escritor de Glasgow, del que nada sabía hasta ahora, a pesar de ser un autor consagrado —Era tarde, muy tarde obtuvo el Premio Booker en 1994— y de haberse publicado en España en 1991 una novela anterior, Un desafecto*? En Era tarde, muy tarde, Kelman alterna la primera persona con la tercera borrando los límites entre narrador y personaje. Así el protagonista se convierte en narrador y narrado, haciendo saltar por los aires todas las convenciones lingüísticas. No hay trucos empáticos. No hay infección sentimental. Sólo una repetición de palabras, actos y sucesos que no están lejos de El proceso de Kafka y de su protagonista Josef K, con la diferencia de que en Era tarde, muy tarde la alienación de Sammy resulta directamente proporcional a la abrasiva fuerza del lenguaje lumpen con que se cuenta. En su día, un crítico de The Times calificó su lenguaje de excesivo —sus palabras exactas fueron “vandalismo literario”—, pero a mí me parece que en el exceso encuentra su estilo.




“Ah, putos cuentos de hadas. Claro que pillar una curda podía ser una manera de llegar a casa. Los niños y los borrachos saben de qué estoy hablando, el buen dios, la autoridad central, el que cuida. Pero a veces así era la bebida, casi una alfombra mágica. Otras veces, no. [...] Lo que era su puta culpa, joder, era que siempre se culpara a sí mismo de algo que no tenía que ver con él, eso era muy típico. ¡No era culpa suya el haberse quedado ciego, coño! ¡Ni de broma! Joder, tío. [...] Pero qué iba a pasarle, ésa era la verdadera pregunta. Y era la única que no se hacía”. 

James Kelman, Era tarde, muy tarde



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(*) Un desafecto (A Disaffection, 1989; Circe, 1991).