Vaya por delante que no siempre tengo tiempo de comentar aquí todos los libros que leo a lo
largo de la semana —algunos libros me llevan más tiempo que otros, incluso los
voy alternando hasta que he completado todas las combinaciones posibles—,
porque de lo contrario no tendría tiempo para leerlos. Hace un tiempo le oí
decir al periodista y escritor Juan Tallón que “escribo para no hacer cosas
peores”. Yo leo para no hacer cosas peores. Y luego, si tengo tiempo —y me
dejan mis otras obligaciones— escribo sobre lo que he leído. Llevo tres o
cuatro semanas queriendo escribir sobre Era tarde, muy tarde (How Late It Was, How Late, 1994; Galaxia Gutenberg, 2013) de James
Kelman. No sé si es cierto, pero quiero creer que sí. Dicen que Alejandro Magno
dormía con un ejemplar de la Ilíada junto a una daga debajo de la almohada. Algo
parecido me ocurrió a mí con Era tarde, muy tarde. Cada vez que me vencía el sueño, dejaba el libro de
Kelman debajo de la almohada junto a un lápiz con el que escribía notas al
margen. Era tarde, muy tarde narra la historia de Sammy Samuels, un exconvicto escocés que al volver
en sí, después de una buena borrachera, descubre que está ciego: “Te despiertas
tirado en una esquina y te quedas ahí, deseando que tu cuerpo desaparezca, los
pensamientos te agobian, pensamientos, pero quieres recordar y afrontar lo que
sea; algo te lo impide una y otra vez, y no puedes, las palabras te llenan la
cabeza: palabras y más palabras, algo va mal, muy muy mal, no eres un buen tío,
no, no estás bien. Vas recuperando poco a poco la conciencia, te das cuanta de
dónde estás: aquí tirado en esta esquina, con todos esos pensamientos en la
cabeza. Y, dios, cómo le dolía la espalda, se le había quedado rígida, y tenía
la impresión de que la cabeza iba a estallarle. Se estremeció y se irguió un
poco, encorvando los hombros, cerró los ojos, se frotó los rabillos con las
puntas de los dedos y vio un montón de puntos y lucecitas. ¿Dónde cojones...?”.
Eso mismo pensé yo: ¿Dónde cojones se había metido este escritor de Glasgow,
del que nada sabía hasta ahora, a pesar de ser un autor consagrado —Era tarde, muy tarde obtuvo el Premio Booker en 1994— y de
haberse publicado en España en 1991 una novela anterior, Un desafecto*? En Era tarde, muy tarde, Kelman alterna la primera persona con la
tercera borrando los límites entre narrador y personaje. Así el protagonista se
convierte en narrador y narrado, haciendo saltar por los aires todas las
convenciones lingüísticas. No hay trucos empáticos. No hay infección
sentimental. Sólo una repetición de palabras, actos y sucesos que no están
lejos de El proceso de
Kafka y de su protagonista Josef K, con la diferencia de que en Era tarde,
muy tarde la alienación de
Sammy resulta directamente proporcional a la abrasiva fuerza del lenguaje
lumpen con que se cuenta. En su día, un crítico de The Times calificó su lenguaje de excesivo —sus
palabras exactas fueron “vandalismo literario”—, pero a mí me parece que en el exceso encuentra su
estilo.
“Ah, putos cuentos de hadas. Claro que pillar una
curda podía ser una manera de llegar a casa. Los niños y los borrachos saben de
qué estoy hablando, el buen dios, la autoridad central, el que cuida. Pero a
veces así era la bebida, casi una alfombra mágica. Otras veces, no. [...] Lo
que era su puta culpa, joder, era que siempre se culpara a sí mismo de algo que
no tenía que ver con él, eso era muy típico. ¡No era culpa suya el haberse
quedado ciego, coño! ¡Ni de broma! Joder, tío. [...] Pero qué iba a pasarle,
ésa era la verdadera pregunta. Y era la única que no se hacía”.
James Kelman, Era tarde, muy tarde
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(*) Un desafecto (A Disaffection, 1989; Circe, 1991).