Confieso que me esperaba más de Borges profesor. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires (2000; Lumen, 2020), aunque no sé exactamente qué era
lo que esperaba de estas clases grabadas por sus alumnos en 1966 —cuando Borges
estaba prácticamente ciego—, recuperadas por Martín Arias y
Martín Hadis (seguro que la mantis religiosa María Kodama también tuvo algo que ver), después de
un exhaustivo trabajo de análisis e investigación, cuyo resultado está a la vista,
pero nunca estuvo a la vista del autor de El Aleph. Y esto tenía que haber sido algo muy triste para
Borges, quien escribió toda su obra con la misma técnica que utilizó Juan Rulfo
en Pedro Páramo, dicho
por él mismo: “Escribí Pedro Páramo quitando palabras”. Y ya que estamos, hubiera
quitado también autores y puesto en su lugar a otros*. Qué distinto este Borges
oral del que narra Adolfo Bioy Casares en Borges (Destino, 2006), donde el autor de La invención
de Morel recoge casi medio
siglo de amistad: escribían juntos, trabajaban juntos, paseaban, veraneaban y
comían juntos. Lo que más se agradece —y yo lo agradezco mucho— de este
voluminoso diario, en el que la mayoría de las entradas se inician con un
conciso y lacónico “come en casa Borges”, son los aspectos pocos conocidos de
su personalidad, escindida entre
un Borges privado y un Borges público. Así nos enteramos que para el Borges
privado Neruda “es un discípulo de Lorca, mucho peor que Lorca. El mejor Lorca
es el que escribe poemas andaluces y gitanos. Cuando creyó que podía escribir
de todo, cuando escribió los versos libres de Poeta en Nueva York, escribió poemas horribles. Estos poetas, en
cierto modo, son muy hábiles. No se les puede acusar de insensatos, porque
están jugando a ser insensatos” (5-6-1963). En Borges, el autor de Historia universal de la infamia da palos a diestro y siniestro, y no
precisamente palos de ciego, o sí. De James Joyce dice que: “Rompí una primera
edición de Work in Progress, que me había regalado Elvira de Alvear, porque me
daba rabia que un escritor publique borradores” (8-1-1971). De Marcel Proust
confiesa: “No lo leí por miedo de quedarme metido en ese laberinto. Ahora me
pasa eso con las novelas largas. Pienso que el tiempo que voy a perder
siguiendo esas vidas imaginarias puedo aprender algo, y no leo la novela”
(26-7-1971). Tampoco se libra el Premio Nobel de Literatura, sobre el que
Borges y Bioy sostienen un diálogo divertido. Parecen una de esas parejas
cómicas del cine, Stan Laurel y Oliver Hardy, Jack Lemmon y Walter Matthau.
Borges dice: “Le dieron el Premio Nobel a Juan Ramón Jiménez”. Bioy: “Qué
vergüenza...” Borges: “...para Estocolmo. Primero a Grabriela [Mistral], ahora
a Juan Ramón. Son mejores para inventar la dinamita, que para dar premios”
(25-10-1956). Así, miles de frases y apostillas que podrían ser discutidas una
a una, aunque de poco vale porque “todas estas polémicas literarias son como
efusiones de sangre en el teatro: después nadie muere”.
“Se ha dicho que la idea de que un hombre es dos es
un lugar común. Pero como ha señalado Chesterton, la idea de Stevenson [en El
extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde] es la idea contraria, es la idea de que un hombre
no es dos, la idea de que si un hombre incurre en una culpa, esa culpa lo
mancha. [Hyde] es un hombre que ignora todos los remordimientos y los
escrúpulos. Se entrega a ese placer de ser puramente malvado, de no ser dos
personas, como somos cada uno de nosotros”.
Jorge
Luis Borges, Borges profesor
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(*)
En Borges, el
palabrista (2013),
Esteban Peicovich recoge la siguiente respuesta de Borges: “Lo que yo
escribo es algo que se ha pulido, y cuando hablo, lo que doy es sólo lo que
puedo dar hablando: pastillas, virutas. Una especie de arcilla que no ha sido
plasmada”.