domingo, 24 de mayo de 2020

Palos de ciego

Confieso que me esperaba más de Borges profesor. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires (2000; Lumen, 2020), aunque no sé exactamente qué era lo que esperaba de estas clases grabadas por sus alumnos en 1966 —cuando Borges estaba prácticamente ciego—, recuperadas por Martín Arias y Martín Hadis (seguro que la mantis religiosa María Kodama también tuvo algo que ver), después de un exhaustivo trabajo de análisis e investigación, cuyo resultado está a la vista, pero nunca estuvo a la vista del autor de El Aleph. Y esto tenía que haber sido algo muy triste para Borges, quien escribió toda su obra con la misma técnica que utilizó Juan Rulfo en Pedro Páramo, dicho por él mismo: “Escribí Pedro Páramo quitando palabras”. Y ya que estamos, hubiera quitado también autores y puesto en su lugar a otros*. Qué distinto este Borges oral del que narra Adolfo Bioy Casares en Borges (Destino, 2006), donde el autor de La invención de Morel recoge casi medio siglo de amistad: escribían juntos, trabajaban juntos, paseaban, veraneaban y comían juntos. Lo que más se agradece —y yo lo agradezco mucho— de este voluminoso diario, en el que la mayoría de las entradas se inician con un conciso y lacónico “come en casa Borges”, son los aspectos pocos conocidos de su personalidad, escindida entre un Borges privado y un Borges público. Así nos enteramos que para el Borges privado Neruda “es un discípulo de Lorca, mucho peor que Lorca. El mejor Lorca es el que escribe poemas andaluces y gitanos. Cuando creyó que podía escribir de todo, cuando escribió los versos libres de Poeta en Nueva York, escribió poemas horribles. Estos poetas, en cierto modo, son muy hábiles. No se les puede acusar de insensatos, porque están jugando a ser insensatos” (5-6-1963). En Borges, el autor de Historia universal de la infamia da palos a diestro y siniestro, y no precisamente palos de ciego, o sí. De James Joyce dice que: “Rompí una primera edición de Work in Progress, que me había regalado Elvira de Alvear, porque me daba rabia que un escritor publique borradores” (8-1-1971). De Marcel Proust confiesa: “No lo leí por miedo de quedarme metido en ese laberinto. Ahora me pasa eso con las novelas largas. Pienso que el tiempo que voy a perder siguiendo esas vidas imaginarias puedo aprender algo, y no leo la novela” (26-7-1971). Tampoco se libra el Premio Nobel de Literatura, sobre el que Borges y Bioy sostienen un diálogo divertido. Parecen una de esas parejas cómicas del cine, Stan Laurel y Oliver Hardy, Jack Lemmon y Walter Matthau. Borges dice: “Le dieron el Premio Nobel a Juan Ramón Jiménez”. Bioy: “Qué vergüenza...” Borges: “...para Estocolmo. Primero a Grabriela [Mistral], ahora a Juan Ramón. Son mejores para inventar la dinamita, que para dar premios” (25-10-1956). Así, miles de frases y apostillas que podrían ser discutidas una a una, aunque de poco vale porque “todas estas polémicas literarias son como efusiones de sangre en el teatro: después nadie muere”.




“Se ha dicho que la idea de que un hombre es dos es un lugar común. Pero como ha señalado Chesterton, la idea de Stevenson [en El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde] es la idea contraria, es la idea de que un hombre no es dos, la idea de que si un hombre incurre en una culpa, esa culpa lo mancha. [Hyde] es un hombre que ignora todos los remordimientos y los escrúpulos. Se entrega a ese placer de ser puramente malvado, de no ser dos personas, como somos cada uno de nosotros”.

 Jorge Luis Borges, Borges profesor


____
(*) En Borges, el palabrista (2013), Esteban Peicovich recoge la siguiente respuesta de Borges: “Lo que yo escribo es algo que se ha pulido, y cuando hablo, lo que doy es sólo lo que puedo dar hablando: pastillas, virutas. Una especie de arcilla que no ha sido plasmada”.