Para cualquier escritor resumir su experiencia con la lectura y la
escritura en una recopilación razonable equivaldría a conseguir la cuadratura
del círculo con compás y cartabón, como se decía en la época en que la que el
compás y el cartabón eran gadgets externos que ocupaban un lugar destacado en el pupitre de cualquier
estudiante de EGB. Aún así, hay muchos escritores —o en su defecto, sus
albaceas testamentarios— que lo han intentado: Gustave Flaubert (Cartas a
Louise Colet), Robert Louis
Stevenson (Escribir),
Franz Kafka (Diarios),
Edith Wharton (Escribir ficción), Virginia Woolf (Una
habitación propia), Lionel
Tilling (El derecho a escribir mal), Vladimir Nabokov (Curso de literatura europea), Cesare Pavese (El oficio de vivir), James Wood (Los mecanismos de la ficción), Philip Lopate (Mostrar y decir), Philip Roth (¿Por qué escribir?), David Grossman (Escribir en la oscuridad), Sven Birkerts (Elegía a Gutenberg), David Lodge (El arte de la ficción), Haruki Murakami (De qué hablo cuando
hablo de escribir), Ursula
K. Le Guin (Contar es escuchar), David Shields (Hambre de realidad), Paul Auster (A salto de mata), Rodrigo Fresán (La parte inventada). Pese a que sobre el arte de escribir ya lo
dijo todo Augusto Monterroso con su brevedad habitual en Viaje al centro de
la fábula: “En el arte las
cosas no salen como salgan.
[...] Hay reglas”; nunca mejor dicha aquella frase, aprendida en la EGB, de
que "cada maestrillo tiene su librillo". Leyendo el ensayo La seducción del mirlo blanco (Gawayat
al-shuhrur al-abyad: nusus tachribati maa al-qiraa wa al-kitaba, 1997; Cabaret Voltaire, 2020) de Mohamed
Chukri, nadie diría por su contundencia y modernidad que está escrito por un
autor de 62 años, que moriría seis años después, en 2003, renegando de la
fama que le reportó su primera novela, El pan a secas (Al-jubz al-hafi, 1972; Cabaret Voltaire, 2012), un clásico de la literatura
marroquí: “Me siento como esos escritores aplastados por la fama de un solo
libro. Como Cervantes con Don Quijote, o Flaubert con Madame Bovary, o D. H. Lawrence con El amante de Lady
Chaterley”. En La seducción
del mirlo blanco, Chukri
explora y analiza el concepto de
la experiencia literaria: “La creación, la verdadera, sobrepasa las
experiencias meramente documentales. Lo que nos interesa hoy es que el creador
sepa cómo expresar la utilidad de su experiencia intelectual o sentimental.
[...] Las experiencias literarias que no llevan a la gente a descubrir su ser,
en situaciones de comunión perfecta con estas, no son literatura, aunque formen
parte de ella. Es lícito que los parásitos crezcan en el campo de la
literatura, pero igualmente lo es que los arranquemos”. Chukri dice en este libro
muchas cosas interesantes e importantes sobre la libertad del escritor —o de
sus héroes— de elegir su destino, aunque el desenlace sea trágico; luego cambia
para subrayar la importancia de recurrir a la imaginación creativa para
condenar la fealdad del mundo y su rechazo: “Entender el mundo y vivir en él
constituye un intento de instaurar lo bello en lugar de lo feo”. La seducción
del mirlo blanco es una
recopilación textos que se acerca en cierto modo al diario vital de Cesare
Pavese, El oficio de vivir,
que nos debería atañer a todos.
“No solo el buen lector busca un buen libro, también
el buen escritor necesita al buen lector”.
Mohamend Chukri, La seducción del mirlo blanco