Los libros que no se
ajustan a los cánones pueden resultar a veces embarazosos, molestos,
incómodos, pero a menudo acaban por fascinarnos más que los que son
abiertamente solícitos. Pensaba en esto el otro día después de conocer que en marzo llegará a las librerías españolas una nueva edición de American Psycho (American Psycho,
1991; Literatura Random House, 2020) de Bret Easton Ellis, coincidiendo con la
publicación de su último libro, Blanco (White,
2019; Literatura Random House, 2020), donde el enfant terrible —o
el superpijo como lo han calificado algunos de sus detractores— de la literatura
americana revisita su adolescencia en Los Ángeles en los años 70, recuerda las
reacciones furibundas en torno a American Psycho
y sobre todo reflexiona sobre sus filias y fobias.
El interés de American Psycho radicaba, y todavía radica, precisamente en
eso: no es un libro estándar, es esquivo, áspero y extrañamente seductor y quizás
por eso más duradero, por mucho que la célebre crítica de The New York Times Michiko
Kakutani se empeñe en acusar a Ellis de dedicar en sus obras "tanto tiempo a hacer la
crónica de un mundo que él mismo parece reconocer que es vacío, mercenario,
cínico y sin sentido: un mundo que adora y que desmitifica a la vez”. American
Psycho se abre con una cita de la banda Talking Heads:
“Y mientras las cosas se caían a pedazos nadie prestaba mucha atención”. Todavía
faltan diez años para el derrumbe de las Torres Gemelas, pero la caída de
América ya ha comenzado por sus lugares más selectos —Tunnel, D’Agostino’s,
Nell’s, Harry’s—, a los que acude el protagonista Patrick Bateman después de
cometer sus brutales y horrendos crímenes: “En la cocina trato de hacer filetes con la carne de
la chica, pero la tarea se vuelve frustrante y me paso la tarde untando las
paredes con ella, masticando los trozos de piel que le arranqué del cuerpo”. Bateman es un broker de Wall Street misógino,
racista y homófobo, versado en ropa de diseño y accesorios, a los que a menudo
recurren sus colegas cuando desean aclarar alguna duda sobre qué es adecuado
y qué no lo es. Al igual que en Menos que cero —su
novela debut de 1985 que hizo saltar todas las alarmas—, en American Psycho
Easton Ellis no puede evitar ser el ventrílocuo de un grupo de hombres blancos y
privilegiados* como él, cuyas vidas se ordenan siguiendo los deseos más básicos y las
pulsiones más primarias. Si tuvieran un escudo de armas, ese sería el ex-libris que Scott Fitzgerald encargó al popular ilustrador Herb Roth para sus libros: un
esqueleto vestido con un smoking bailando bajo una lluvia de confeti y
serpentinas sosteniendo un máscara en una mano y en la otra un saxofón, con la
leyenda en lo alto BE YOUR AGE, que podría traducirse como “Actúa según tu
edad” o más libremente “Sé joven y diviertete”. Leída hoy, la novela de Easton
Ellis no resulta en absoluto disonante con nuestra época actual. De hecho, la
anticipó: “En estos tiempos no hay sitio para los inocentes”. Y así sigue. Una
cosa es segura: American Psycho es mucho más que el
ruido —buscado, sin duda— que la rodeó, y que jugó en su contra hace casi 30
años.
“Mi máscara de cordura amenazaba con desaparecer.
Para mí era la estación más dura y necesitaba vacaciones”.
Bret Easton Ellis, American Psycho
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(*) Blanco iba a titularse originalmente White Privileged Male (Hombre blanco privilegiado).