miércoles, 5 de febrero de 2020

¿Et in Arcadia ego?

Por regla general, los autores contemporáneos precisan rodearse de un discurso, el que sea, para sentirse escritores comprometidos con su tiempo. No es el caso del británico Max Porter, cuya segunda novela, Lanny (Lanny, 2019; Literatura Random House, 2020), redunda en la poética exploración del mundo de la infancia, como ocurriera en su sorprendente debut, El duelo es esa cosa con alas (Grief is the Thing with Feathers, 2015; Rata, 2016), que tan buen sabor de boca nos dejó hace unos años.  Depurando la simpleza de lo simple, en Lanny Porter vuelve a desbordar oficio y poesía a partes iguales al darle otra vuelta de tuerca a sensaciones profundas —el dolor de la pérdida, la nada cotidiana— con un dominio asombroso de las palabras, porque tan importante es lo que pasa como la manera en que Porter describe los pensamientos de los personajes delimitados por un cinturón verde que dista mucho del referente vital romántico Et in Arcadia ego (yo también estuve/estoy en la Arcadia). De hecho llevaría más tiempo describir esta “novela de voces” que leerla. Es como esas muñecas rusas que contienen otras más pequeñas en su interior. Lanny cuenta la historia de un niño sensible y soñador, que se siente intrigado por Papá Berromuerto, un ente mitad vegetal, mitad animal, misterioso siempre, que es tan antiguo como el bosque que rodea el pueblo donde vive a las afueras de Londres. Además están los adultos: los padres de Lanny, Robert, un hombre gris que no destaca en nada (y del que su hijo pequeño no sabe nada: “Tengo un dibujo hecho por Lanny pegado encima del escritorio. Soy yo con una capa, volando por encima del perfil de una ciudad, y dice: ¿Adónde va papá cada día? Nadie lo sabe”), y Jolie, una ex actriz de teatro reconvertida en escritora de novelas policíacas. También están el loco Pete, un artista excéntrico y controvertido que toma a Lanny bajo su protección, y Peggy, la alcahueta del pueblo. Los personajes no son bloques pétreos, sino entidades complejas y capaces de albergar distintas emociones que no siempre vienen como quieren ni cuando quieren. Lanny es un libro para leer reposadamente, dedicándole toda tu atención, como el dibujo de un niño que ha sufrido abusos y busca la forma de expresarlo. Una cosa es segura: Porter puede reclamar ya su lugar entre los maestros artesanos (no se me ocurre otra palabra mejor) de la novela inglesa actual.




“Lo primero que descubrí [Mamá de Lanny] es que el pueblo era un lugar ruidoso. Los pájaros hacían ruido, el patio de la escuela hacía ruido, la maquinaria agrícola hacía ruido, las llamadas constantes a la puerta, los golpes y el martilleo a todas horas. [...] La misma idea de un lugar seguro resulta opresiva”.

Max Porter, Lanny