Cuando Marcel Duchamp se fue a Nueva York en la década de los años
veinte —“No me voy a Nueva York, me marcho de París, que es muy distinto”,
aclaró a sus amigos más cercanos—, el artista francés se mostró encantado con
los escritores y la literatura americana: “En París, en Europa, todos los
jóvenes, sean de la generación que sean, actúan siempre como nietos de un
puñado de grandes hombres [...] De Victor Hugo, en Francia, y supongo que de
Shakespeare, en Inglaterra. No lo pueden evitar. Aunque no crean en ello, lo
llevan metido dentro, de modo que cuando consiguen producir algo propio, hay
una suerte de tradicionalismo que es indestructible. Todo eso aquí no existe.
Shakespeare os importa un rábano, ¿no? Tampoco sois sus nietos. Por eso éste es
un territorio perfecto para nuevos progresos”*. Uno de esos progresos fue la
aparición de la novela negra o noir, el
fenómeno literario más importante del siglo XX —en su momento considerado como
prueba precoz del genio por venir y, por añadidura, del porvenir de la
literatura americana— por encima de otras corrientes literarias como la
generación beat, el posmodernismo, el realismo sucio y otros movimientos
contemporáneos, a juzgar por su duración hasta nuestros días. Acaso porque la
novela negra —hablo de autores como Dashiell Hammett, Raymond Chandler, James
M. Cain, Horace McCoy— tiene mucho de novela social que se empapa de la
realidad del tiempo. A los nombres mencionados, y otros más como Ross Macdonald
y James Ellory, viene a sumarse ahora el de Colin Harrison (Nueva York, 1960),
un autor que no ha tenido demasiado éxito en España —su obra apareció a
mediados de los 90 desperdigada por distintas editoriales sin pena ni gloria**—,
pero con la reciente recuperación de tres de sus novelas más celebradas, Manhattan
nocturne (Manhattan
nocturne, 1996; Navona,
2020), Havana room (The Havana Room, 2004; Navona, 2020) y Un mapa para un crimen (You belong to me, 2017; Navona, 2020), las cosas pintan
diferente. Ya del todo entronizado por la intelectualidad —Michiko Kakutani,
Rodrigo Fresán, Tom Jones—, Harrison podría ser el nieto que nunca tuvo Raymond
Chandler. No hace falta más que asomarse a las primeras líneas de Manhattan
nocturne: “Vendo confusión,
escándalo, crimen y perdición. Ay, joder, claro que sí, vendo tragedia,
venganza, caos y fatalidad. Vendo los sufrimientos de los pobres y las
vanidades de los ricos. Niños que caen de ventanas, trenes del metro en llamas,
violadores que escapan hacia las sombras. Vendo ira y redención. Vendo el musculoso
heroísmo de los bomberos y la asmática avaricia de los jefes de la mafia. El
hedor de la basura, el tintinear del oro. Vendo negros a los blancos, blancos a
los negros. A los demócratas, a los republicanos, a los izquierdistas, a los
musulmanes, a los travestis, a los okupas del Lower East Side. Vendo a John
Gotti y a O.J. Simpson, a los bomberos del World Trade Center, y venderé a
cualquiera que venga a continuación. Vendo falsedad, y lo que pasa por verdad,
y todos los matices intermedios. Vendo a los recién nacidos y a los muertos.
Les vendo la ciudad de Nueva York, miserable y magnífica, a sus propios
habitantes. Vendo periódicos”. Quien habla es Porter Wren, columnista
mercenario de un periódico sensacionalista, para quien la prioridad es desvelar
el rostro humano de la muerte. Wren sabe muy bien qué quiere contar y cómo debe
contarlo, y para ello no duda en poner en peligro su vida —y su matrimonio—
para resolver el asesinato del marido de la hermosa y enigmática Caroline
Crowley, una femme fatal a la que nada le preocupa menos que su atractivo ("se puede ser interesante más años de lo que se puede ser atractivo", según la feliz expresión de Rodrigo Fresán***) que se vuelve más escalofriante con cada vistazo a ciertas partes de su
anatomía imposibles de ignorar. Lo mismo ocurre con las novelas de Harrison, donde la tragedia, la venganza, el caos y la fatalidad son tan comunes como los renos en Finlandia.
“El degradado escenario que identificamos como
civilización urbana norteamericana es, de hecho, otra forma de la naturaleza
misma: amoral, impredecible, burbujeante, florida, frenética, terrorífica. Un
lugar donde los hombres tienen la misma muerte inútil que las tortugas marinas
y los pinzones observados por Charles Darwin”.
Colin Harrison, Manhattan nocturne
____
(*) En Duchamp de Calvin Tomkins (Anagrama, 1999; nueva edición ampliada y
revisada 2019).
(**) Las cenizas del día (Plaza & Janés, 1994); Laberinto
de corrupción
(Plaza & Janés, 1995); Manhattan nocturne (Emecé, 1998); El peso del pasado (Diagonal, 2001); Havana room (Mondadori, 2005); El
rastreador (La
otra orilla, 2008); Alto riesgo (Mosaico, 2010).
(***) En La parte soñada (Literatura Random House, 2017).
(***) En La parte soñada (Literatura Random House, 2017).