domingo, 12 de enero de 2020

De cómo Mary Karr sobrevivió a sí misma

Quizá sea Mary Karr una de las escritoras que han escrito con más arrojo y vehemencia —aunque ella tal vez no considere que estuviera forzando los límites en sus dos primeros libros de memorias, El club de los mentirosos (The Liar's Club, 1995; Periférica & Errata naturae, 2017) y Cherry [no traducido en España]— de la familia como algo peligroso, doloroso, monstruoso. Como algo que puede destrozarte y hacerte perder el norte, pero que, al mismo tiempo y como expresa el título de su último libro de memorias, también puede iluminarte o, en el mejor de los casos, “digerir experiencia y cagar literatura” (“you digested experience and shat literature”), como escribió el poeta americano William Matthews. En Iluminada (Lit, 2009; Periférica & Errata naturae, 2019), la escritora texana recurre de nuevo a la ironía para explorar la mezcla de adicción y autodestrucción de las relaciones afectivas alimentadas por el alcohol, la depresión, el divorcio, la maternidad, Dios y... el escritor David Foster Wallace, con quien Karr mantuvo una breve relación llena de altibajos y arrebatos: “Cuando David cae en esa actitud que él mismo llama un ojo morado e inyectado en sangre, tiene tendencia a arrojar toda clase de objetos, libros y mochilas en particular. Como oponente verbal es un coloso, no se le puede negar, y en cierta ocasión me aboca a lo más bajo de los ataques de patio de colegio: meterme con su aspecto físico. [...] En cualquier caso, nada que yo haya podido decirle justifica que me lance la mesilla del salón, mi único mueble intacto, que se hace astillas contra la pared. [...] La palabra desastre, me explicó un día un profesor, puede traducirse como caos en los astros. Nuestros astros, el de David y el mío, están tremendamente desalineados, y sin embargo no somos capaces de sustraernos a la órbita del otro”. No sabemos que hubiera dicho David Foster Wallace del retrato que hace de él Karr —el autor de suicidó en septiembre de 2008, un año antes de la publicación de Iluminada—, pero si sabemos que el personaje de Madame Psicosis de su célebre novela La broma infinita (Infinite Jest, 1996; Literatura Random House, 2011) está inspirado en ella. Algunos pasajes de esta novela, leídos hoy, resultan proféticos como: “Que el problema completamente secreto y oculto de abuso de sustancias que ahora había llevado a Madame Psicosis a una institución privada y de elite de tratamiento, tan de elite que ni siquiera los amigos más íntimos de Madame Psicosis sabían dónde estaba, aparte de saber que estaba muy, muy lejos, que el problema de abuso no podría haber sido más que una consecuencia de la terrible culpa que sintió Madame Psicosis a raíz del suicidio del auteur, y constituía una clara compulsión inconsciente a castigarse con el mismo tipo de actividad de abusos de sustancias que ella había obligado a dejar al auteur, simplemente sustituyendo con narcóticos el Wild Turkey [una marca de whisky]”. Antes de ser inmortalizada como personaje por David Foster Wallace, Karr fue heroína de su propia vida. Si en El club de los mentirosos contó cómo sobrevivió a un padre alcohólico y a una madre con brotes psicóticos, en Iluminada confronta sus demonios y recuerda a todos, pero sobre todo a su hijo, cómo sobrevivió a sí misma. Lo importante, en cualquier caso, es que Karr vuelve a su hábitat natural: la observación de lo que somos y la posibilidad de transformación.




“De estar escribiendo Warren esta historia, sin duda yo aparecería borracha y vociferando; gastando hasta el último centavo que cayera en mis manos; llenando su académico hogar de juerguistas y luego desapareciendo de noche para acudir a una especie de secta de rehabilitación; y nada de eso sería del todo falso. Habría preferido que mi ex vetara el manuscrito y corrigiera los fallos más notorios. Pero con suma sensatez rehusó; yo tampoco habría querido leer su versión de los hechos. [...] Existe un fenómeno psicológico que enturbia mi capacidad para retratar el derrumbe conyugal; el metraje de mi memoria, por lo común nítido, presenta en este periodo más lagunas misteriosas que las cintas de Nixon. Es posible que la agonía de nuestra desaparición fuera demasiado desgarradora para que mi mente la conservara, o que mi psique maternal esté protegiendo a mi hijo de los pasajes más feos. O que, a fin de cuentas, yo siempre iba ciega perdida”.

Mary Karr, Iluminada