Quizá sea Mary Karr una
de las escritoras que han escrito con más arrojo y vehemencia —aunque ella tal
vez no considere que estuviera forzando los límites en sus dos primeros libros de memorias, El club de los mentirosos
(The Liar's Club, 1995; Periférica & Errata naturae,
2017) y Cherry [no traducido en
España]— de la familia como algo peligroso, doloroso, monstruoso. Como algo que
puede destrozarte y hacerte perder el norte, pero que, al mismo tiempo y como expresa
el título de su último libro de memorias, también puede iluminarte o, en el
mejor de los casos, “digerir experiencia y cagar literatura” (“you digested
experience and shat literature”), como escribió el poeta americano William
Matthews. En Iluminada (Lit,
2009; Periférica & Errata naturae, 2019), la escritora texana recurre de
nuevo a la ironía para explorar la mezcla de adicción y autodestrucción de las
relaciones afectivas alimentadas por el alcohol, la depresión, el divorcio, la
maternidad, Dios y... el escritor David Foster Wallace, con quien Karr mantuvo
una breve relación llena de altibajos y arrebatos: “Cuando David cae en esa
actitud que él mismo llama un ojo morado e inyectado en sangre, tiene tendencia
a arrojar toda clase de objetos, libros y mochilas en particular. Como oponente
verbal es un coloso, no se le puede negar, y en cierta ocasión me aboca a lo
más bajo de los ataques de patio de colegio: meterme con su aspecto físico.
[...] En cualquier caso, nada que yo haya podido decirle justifica que me lance
la mesilla del salón, mi único mueble intacto, que se hace astillas contra la
pared. [...] La palabra desastre, me explicó un día un profesor, puede
traducirse como caos en los astros. Nuestros astros,
el de David y el mío, están tremendamente desalineados, y sin embargo no somos
capaces de sustraernos a la órbita del otro”. No sabemos que hubiera dicho
David Foster Wallace del retrato que hace de él Karr —el autor de suicidó en
septiembre de 2008, un año antes de la publicación de Iluminada—,
pero si sabemos que el personaje de Madame Psicosis de su célebre novela La broma infinita (Infinite Jest, 1996; Literatura Random House, 2011) está inspirado en
ella. Algunos pasajes de esta novela, leídos hoy, resultan proféticos como:
“Que el problema completamente secreto y oculto de abuso de sustancias que
ahora había llevado a Madame Psicosis a una institución privada y de elite de
tratamiento, tan de elite que ni siquiera los amigos más íntimos de Madame
Psicosis sabían dónde estaba, aparte de saber que estaba muy, muy lejos, que el
problema de abuso no podría haber sido más que una consecuencia de la terrible
culpa que sintió Madame Psicosis a raíz del suicidio del auteur,
y constituía una clara compulsión inconsciente a castigarse con el mismo tipo
de actividad de abusos de sustancias que ella había obligado a dejar al auteur,
simplemente sustituyendo con narcóticos el Wild Turkey [una marca de whisky]”. Antes de ser inmortalizada como personaje por David Foster Wallace,
Karr fue heroína de su propia vida. Si en El club de los mentirosos
contó cómo sobrevivió a un padre alcohólico y a una madre con brotes psicóticos,
en Iluminada confronta sus demonios y recuerda a
todos, pero sobre todo a su hijo, cómo sobrevivió a sí misma. Lo importante, en cualquier caso, es que Karr vuelve a su hábitat natural: la observación de lo que somos y la
posibilidad de transformación.
“De estar escribiendo Warren esta historia, sin duda yo aparecería borracha y vociferando; gastando
hasta el último centavo que cayera en mis manos; llenando su académico hogar de
juerguistas y luego desapareciendo de noche para acudir a una especie de secta
de rehabilitación; y nada de eso sería del todo falso. Habría preferido que mi
ex vetara el manuscrito y corrigiera los fallos más notorios. Pero con suma
sensatez rehusó; yo tampoco habría querido leer su versión de los hechos. [...]
Existe un fenómeno psicológico que enturbia mi capacidad para retratar el
derrumbe conyugal; el metraje de mi memoria, por lo común nítido, presenta en
este periodo más lagunas misteriosas que las cintas de Nixon. Es posible que la
agonía de nuestra desaparición fuera demasiado desgarradora para que mi mente
la conservara, o que mi psique maternal esté protegiendo a mi hijo de los
pasajes más feos. O que, a fin de cuentas, yo siempre iba ciega perdida”.
Mary Karr, Iluminada