El miedo a lo diferente, el vértigo de la inestabilidad emocional, el
fatalismo y la soledad ocupan el eje dramático de La señora Caliban (Mrs. Caliban, 1982; Minúscula, 2018) de Rachel Ingalls. Son los
sentimientos que dominan a los personajes principales de esta novela de corte
fantástico y elementos camp
—según la célebre definición de Susan Sontag en Notas sobre lo camp*, en Contra la interpretación y otros
ensayos—, encabezados por
Dorothy Caliban, su marido Fred, su amiga Estelle y Larry, un hombre anfibio,
grande, verde y apuesto. La señora Caliban hace gala de dos cualidades nada despreciables. La
primera, una trama que gira en torno a una situación límite —por no decir
inverosímil—, pero que Ingalls sabe plantear y sobre todo desarrollar y
concluir con una magnífica pirueta final que deja el
pulso acelerado; y la segunda, un estilo sencillo, tenso y sugestivo que
arroja una sombría mirada sobre el tan popular, y tan mal entendido, american
way of life. Pero veamos
primero de que trata. Dorothy es una mujer de mediana edad traumatizada por una
tragedia familiar, herida sin querer admitirlo de mil maneras diferentes. Un
buen día se enamora de un monstruo marino que irrumpe de repente en su
cocina cuando está preparando la cena para su marido. Lejos de asustarse, se
alegra de tener una visita. A pesar del riesgo que supone para ella misma,
Dorothy le ayuda a esconderse de la policía que le persigue después de
asesinar a dos vigilantes del Instituto Jefferson de Investigaciones
Oceanográficas que le mantenían en cautiverio. Este acto humanitario tendrá su
recompensa para Dorothy, cuyo marido a menudo está ausente: “Su felicidad
regresó como un resplandor, como si se hubiera tragado algo cálido que emitía
continuamente ondas de calor. Era un secreto suyo y de nadie más, pero al mismo
tiempo quería hablar de ello con alguien. Se sentía como la última vez que se
había quedado embarazada”. Ingalls convierte a Dorothy —una suerte de ama de
casa en tránsito entre Doris Day y Carrie Bradshaw de Sexo en Nueva York— en un testigo silencioso que observa la
vida de unos personajes vulnerables, incluida ella misma, que parecen moverse
en una maqueta iluminada con neón. La señora Caliban no está lejos de novelas como Diario de un ama de casa desquiciada (Diary
of a Mad Housewife, 1967; Libros
del Asteroide, 2010) y Caída libre (Falling Bodies, 1974; Círculo de Tiza, 2017) de Sue Kaufman, la única diferencia estriba en que Ingalls
aporta elementos de sátira y surrealismo al tema, confirmando la visión única de una escritora dispuesta a inocular algo de locura a la rutina
que acecha en muchos matrimonios. Absoluta obra maestra.
“En varias ocasiones, durante aquellos días, Dorothy
había apoyado la cabeza en la pared, con la sensación de haber dejado de vivir,
pues ya no formaba parte de ningún mundo en el que el amor fuera posible. Y en
esos momentos se había preguntado: ¿de verdad lo único que había mantenido
unida a la gente era la religión, la falsa creencia de que les iban a pasar
cosas horribles después de morir? No, todas esas cosas pasan antes. En especial
los divorcios”.
Rachel Ingalls, La señora Caliban
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(*) “Muchas cosas en el mundo carecen de nombre; y hay
muchas cosas que, aun cuando posean nombre, nunca han sido descritas. Una de
éstas es la sensibilidad —inconfundiblemente moderna, una variante de la
sofisticación pero difícilmente identificable con ésta— que atiende por el
culto nombre de camp. [...] Aunque únicamente me refiero a la sensibilidad —y a una
sensibilidad que, entre otras cosas, convierte lo serio en frívolo—, se trata
de cuestiones graves”.