A estas
alturas ya ha quedado más que claro que la historia ha tomado partido por la
novela Hermanos (Fratelli, 1978; Anagrama, 1983) de Carmelo Samonà, convirtiéndola en una obra de culto no
solo de la literatura italiana de los años setenta, sino de cualquier época,
como predijo Natalia Ginzburg en La Stampa: “Cada día surgen enjambres de libros que en el momento provocan algún
revuelo, pero que no tienen destino alguno. No es el caso de Hermanos”. En 2008, la reeditó la editorial Sellerio de Palermo
cosechando las mismas críticas que en su momento celebraron el talento de
Samonà para hacer de la escritura un torrente de emoción pura. Más que
una novela, Hermanos, que
ahora reedita en España la editorial Elba en la misma traducción de Carmen Artal
Rodríguez, es un estado de ánimo en sí mismo. Dos hermanos viven en un inmenso
caserón en una ciudad italiana indeterminada. Uno de ellos está enfermo, el
otro lo acompaña y lo atiende. La comunicación entre ellos es difícil, hecha de
pocas palabras, de muchas miradas, de silencios y de juegos. Hay novelas donde
el lugar de los acontecimientos se erige como personaje real, hecho que, si se
refiere a las casas desabitadas —me viene a la mente la casa encantada donde
transcurre la acción de La maldición de Hill House de Shirley Jackson, en la que “cualquier cosa que
por allí apareciera, aparecía sola”—, multiplica por pura inercia las
posibilidades de extraer una historia de proporciones trágicas. Así ocurre en Hermanos, donde los dos últimos vástagos de una
estirpe familiar viven sumidos en la más absoluta soledad, como fantasmas que
se resisten a abandonar un lugar que ya no les pertenece: “Moverse por la casa
es como una paciente y laboriosa búsqueda. Cada uno de nuestros gestos y
movimientos tropieza con la desnudez agresiva de una pared, con el final o el
repentino recodo de un pasillo, con la cavidad de una recámara que aparece ante
nosotros por sorpresa y nos obliga a cambiar de itinerario o a detenernos
bruscamente. [...] Recorremos la casa de arriba abajo, degustamos su amplitud,
nos detenemos en zonas que nos parecen, durante algún tiempo, confortables y
propicias; luego volvemos a irnos. En esto, nuestras posibilidades de
exploración no conocen límites. [...] Es como si nuestra existencia consistiese,
más que en la presencia de nuestros cuerpos, en un continuo tira y afloja de
lejanías y de vacíos”. Hermanos es un libro enfermo en cierto modo, que ayuda a quien lo
lee a sanar de muchos de los males de esta sociedad que nos aísla y nos hace
ajenos al mundo que nos rodea. Samonà escribió otras novelas, pocas, que alternó con ensayos sobre Calderón de la
Barca, Lope de Vega y Tirso de Molina, aunque ninguna igualó la fama de Hermanos, que, según él mismo llegó a decir en una ocasión, acabó
drenándolo por completo.
“Nuestra memoria se ha ido debilitando con la progresiva
desnudez de los lugares”.
Carmelo Samonà, Hermanos