Para situarnos. Un libro no es
necesariamente bueno por el hecho de ser personal ni, por el contrario,
necesariamente malo por el hecho de ser impersonal, lo cual tampoco significa
que no existan buenos libros personales y malos libros impersonales. Sin
embargo, la cuestión de la personalidad o la carencia de la misma en la
práctica de cualquier rama de la creación artística sigue suscitando
malentendidos en el campo de la crítica especializada: ¡cuántos escritores
mediocres inundan el panorama literario actual y, gracias a la hábil
explotación de un nombre, un estilo, o una marca de fábrica, pasan por ser
grandes escritores, sin que importe lo que cuentan y el cómo lo cuentan! Viene
todo esto a cuento de la publicación de Chica, chico, chica: Cómo me convertí en JT Leroy (Girl Boy Girl: How I Became JT LeRoy,
2008; Alpha Decay, 2018) de Savannah Knoop, que encarnó físicamente al falso
escritor maldito JT LeRoy —un supuesto adolescente con adicciones
varias, explotado sexualmente por su propia madre, también prostituta y
drogadicta—, autor de tres libros basados en su propia vida: Sarah, El
corazón es mentiroso y El final de Harold,
publicados en España por Literatura Random House. Detrás de JT LeRoy, se
ocultaba en realidad la cuñada de Knoop, Laura Albert, de 40 años, que sufrió
en sus propias carnes un drama similar al descrito en sus libros, cuya
existencia y razón de ser están indisolublemente unidos a la personalidad de su
autora. En 2006 el New York Times destapó el engaño, o mejor dicho,
reveló la inexistencia de una personalidad llamada JT LeRoy, el chapero que
había llamado la atención de Courtney Love, Bono, Marilyn Manson, Lou Reed,
Winona Ryder, Asia Argento, Calvin Klein, Dennis Cooper, Bruce Benderson o
Gus Van Sant, y cuya enfermedad —el sida— evitó que
alguno de ellos quisieran follárselo, pero no impidió que quisieran conocerlo,
con la consiguiente decepción y posterior denuncia al sentirse estafados.
Me van a perdonar pero no veo dónde está el problema de que el
escritor JT LeRoy sea una invención de Laura Albert, al igual que la novelista Elena Ferrante lo es de Anita Raja o Benjamin Black de John Banville. No será Chica,
chico, chica el libro que mejorará la opinión que se tiene de Laura Albert —que “de pequeña, siempre había querido ser un niño: un niño guapo, el
favorito de todos; le parecía que los niños podían abrirse camino más
fácilmente por la vida. [...] De adolescente, se dedicaba a llamar a los
teléfonos de información y emergencias imitando distintas voces y poniendo las cosas
que le ocurrían en boca de jóvenes descarriados, casi siempre chicos”—, pero no
cabe duda de que ilumina sin lugar a equívocos una fauna nocturna reconocible
por sus taras emocionales que en nada tienen que envidiar a los personajes de
las novelas de JT LeRoy. Nos alegra (a mí y a N.) que esté de
nuevo con nosotros, aunque sea a través de Savannah Knoop.
Le echábamos de menos, y casi se nos olvida cuánto.
“JT era una vía de escape para muchas personas que habían
logrado sobrevivir al sufrimiento. JT era una energía que fluía por encima de
nuestras cabezas, un símbolo de esperanza para quienes habían experimentado sus
mismos traumas y habían conseguido superarlos. Laura, JT y yo éramos una
trinidad. Todavía ignoraba cuál era nuestra misión, pero sabía que era algo más
importante que nuestros problemas y rivalidades cotidianos”.
Savannah Knoop, Chica, chico, chica