Hay quien
cree que la solución a todos nuestros problemas es emprender un largo viaje y,
en parte, no le falta razón, porque como decía Ewan McGregor en la película Big
Fish de Tim Burton acerca de la importancia que tiene las dimensiones
de una pecera en el tamaño que puede alcanzar un pez: “Si tiene más espacio,
puede duplicar, triplicar o cuadruplicar su tamaño”. Es evidente que el viaje
ensancha no sólo el cuerpo sino también la mente, y si no que se lo pregunten a
Michael Jacobs, uno de los escritores viajeros más inquietos de Gran Bretaña,
fallecido prematuramente en 2014. Con El ladrón de recuerdos. Viaje por río a través de Colombia (The
Robber of Memories. A River Journey Through Colombia, 2012; La línea del horizonte, 2018), Jacobs entregó
por fin ese libro pluscuamperfecto que llevábamos tiempo esperando desde su
singular Between Hopes and Memories: A Spanish Journey (1994), que le llevó a fijar su residencia
España. No es casualidad que sus dos mejores libros de viaje, Ghost Train
Through the Andes: On My Grandfather's Trail in Chile and Bolivia (2006) y El ladrón de recuerdos, sean los que más impregnados están de
detalles de la propia vida del hispanista británico, como si sus palabras sólo
consiguieran cierta coherencia de discurso cuando bucea en sus propias
experiencias autobiográficas. Un encuentro casual con Gabriel García Márquez en
2010, hizo que Jacobs se decidiera a recorrer Colombia de norte a sur navegando
por “el río padre de La Magdalena”, espoleado por las palabras del Premio Nobel
colombiano dichas al oído: “Lo recuerdo todo sobre el río, absolutamente todo”.
En El ladrón de recuerdos, Jacobs
realiza un viaje largamente aplazado por el río Magdalena, un río que el
explorador alemán Alexander Von Humboldt describió como “grandioso y
majestuoso” hace siglo y medio, y que hoy es la mayor fosa común de Colombia.
Muchos de los 30.000 desaparecidos atribuidos a las fuerzas paramilitares y a
los sicarios de Pablo Escobar yacen en el fondo del río Magdalena, cuyo lecho turbio y
cenagoso, bien mirado, podría ser la materialización del infierno en la Tierra,
ahora que el infierno existe gracias al ex Papa Benedicto XVI que afirmó, en
contra de lo que había declarado su antecesor en el cargo, que el infierno
existía realmente como lugar físico. El infierno nunca está lejos del paraíso,
y por dura que sea la travesía para llegar hasta él, peligros aparte, nunca es inconveniente para disfrutar del viaje, como hace el autor de La
fábrica de la luz (The Factory of Light: Tales From My Andalucian Village; 2004; Ediciones B, 2010), que no escatima
detalles ni anécdotas y siempre suena sincero. De un libro así se sale con los
ojos más abiertos y más grandes, como los de un niño mirando el catálogo de iPhones de Apple.
“Nos quedamos contemplando el atardecer desde el extremo de
la barcaza, frente a un horizonte de agua marrón rojiza, sentados sobre balizas
como dos figuras en un cuadro romántico que miraran al infinito. [...] Era muy
consoladora la idea de no tener pensamientos ni recuerdos, no preocuparse por
el futuro ni recordar el pasado, incluidos sus muchos errores, decepciones y
frustraciones”.
Michael Jacobs, El ladrón de recuerdos