jueves, 19 de julio de 2018

Cuando la magdalena de Proust es un río

Hay quien cree que la solución a todos nuestros problemas es emprender un largo viaje y, en parte, no le falta razón, porque como decía Ewan McGregor en la película Big Fish de Tim Burton acerca de la importancia que tiene las dimensiones de una pecera en el tamaño que puede alcanzar un pez: “Si tiene más espacio, puede duplicar, triplicar o cuadruplicar su tamaño”. Es evidente que el viaje ensancha no sólo el cuerpo sino también la mente, y si no que se lo pregunten a Michael Jacobs, uno de los escritores viajeros más inquietos de Gran Bretaña, fallecido prematuramente en 2014. Con El ladrón de recuerdos. Viaje por río a través de Colombia (The Robber of Memories. A River Journey Through Colombia, 2012; La línea del horizonte, 2018), Jacobs entregó por fin ese libro pluscuamperfecto que llevábamos tiempo esperando desde su singular Between Hopes and Memories: A Spanish Journey (1994), que le llevó a fijar su residencia España. No es casualidad que sus dos mejores libros de viaje, Ghost Train Through the Andes: On My Grandfather's Trail in Chile and Bolivia (2006) y El ladrón de recuerdos, sean los que más impregnados están de detalles de la propia vida del hispanista británico, como si sus palabras sólo consiguieran cierta coherencia de discurso cuando bucea en sus propias experiencias autobiográficas. Un encuentro casual con Gabriel García Márquez en 2010, hizo que Jacobs se decidiera a recorrer Colombia de norte a sur navegando por “el río padre de La Magdalena”, espoleado por las palabras del Premio Nobel colombiano dichas al oído: “Lo recuerdo todo sobre el río, absolutamente todo”. En El ladrón de recuerdos, Jacobs realiza un viaje largamente aplazado por el río Magdalena, un río que el explorador alemán Alexander Von Humboldt describió como “grandioso y majestuoso” hace siglo y medio, y que hoy es la mayor fosa común de Colombia. Muchos de los 30.000 desaparecidos atribuidos a las fuerzas paramilitares y a los sicarios de Pablo Escobar yacen en el fondo del río Magdalena, cuyo lecho turbio y cenagoso, bien mirado, podría ser la materialización del infierno en la Tierra, ahora que el infierno existe gracias al ex Papa Benedicto XVI que afirmó, en contra de lo que había declarado su antecesor en el cargo, que el infierno existía realmente como lugar físico. El infierno nunca está lejos del paraíso, y por dura que sea la travesía para llegar hasta él, peligros aparte, nunca es inconveniente para disfrutar del viaje, como hace el autor de La fábrica de la luz (The Factory of Light: Tales From My Andalucian Village; 2004; Ediciones B, 2010), que no escatima detalles ni anécdotas y siempre suena sincero. De un libro así se sale con los ojos más abiertos y más grandes, como los de un niño mirando el catálogo de iPhones de Apple.




“Nos quedamos contemplando el atardecer desde el extremo de la barcaza, frente a un horizonte de agua marrón rojiza, sentados sobre balizas como dos figuras en un cuadro romántico que miraran al infinito. [...] Era muy consoladora la idea de no tener pensamientos ni recuerdos, no preocuparse por el futuro ni recordar el pasado, incluidos sus muchos errores, decepciones y frustraciones”.

Michael Jacobs, El ladrón de recuerdos