domingo, 15 de noviembre de 2020

Yo he venido aquí a gritar

Es difícil acercarse a la novela  El monstruo de la memoria (מפלצת הזיכרון, su título en hebreo, 2017; Sigilo, 2020), donde el escritor Yishai Sarid (Tel Aviv, 1965) se muestra bastante crítico con la cultura de la memoria israelí sobre el Holocausto, sin proyectarle encima la sombra de todos los libros que se han escrito sobre el genocidio nazi* hasta la fecha. Dicho esto, hay que señalar que el principal desafío que tenía Sarid ante sí era encontrar su propia voz. Y vaya si la encontró. Una voz de rabiosa actualidad que denuncia la actitud contemporizadora hacia el drama experimentado por el pueblo de Israel durante la Segunda Guerra Mundial. En El monstruo de la memoria, Sarid reelabora el drama judío mediante una carta dirigida al presidente de Yad Vashem, la institución oficial israelí que mantiene viva en Jerusalén la memoria de las víctimas del Holocausto nazi. En esa misma carta, el narrador, un joven historiador recién casado que se gana la vida como guía turístico explicando y enseñando los campos de exterminio alemanes en Polonia a estudiantes israelíes, confiesa no sentir empatía por sus oyentes, actitud que le reprochan algunos de sus superiores: “Soy historiador, pensé, no trabajador social [...] Tenía que conmocionarlos. No podía seguir con nuestras comedidas explicaciones, tan deplorables, carentes de clamor”. No obstante, los lugares donde se llevó a cabo el exterminio de sus congéneres, los cuales recorre cada día, dejan una profunda huella en su compleja personalidad y marcan toda su existencia: “La historia de los que quedaron con vida es una nota marginal. La verdadera historia es la de los muertos inmediatos que no fueron constatados, que no fueron registrados ni tatuados. Venga, directamente a las cámaras. Estoy allí frente a los chicos, sobre la sala subterránea en la que se desnudaban las víctimas y que tiene el techo pelado, como la postilla de una herida que hubiera sido arrancada, y debajo ruge la podredumbre, y perpendicular a esa sala está la cámara de gas, un rectángulo inmenso. Todo sigue clamando, allí. Esos ladrillos nos gritan. ¿Cómo no lo veis? Ahí está mamá, ahí el abuelo, el nieto, por aquí se baja la escalera, ahí están los percheros, los bancos y los letreros que indican por dónde se va a las duchas. [...] Y yo no podía gritar todo eso, sino que tenía que limitarme a exponer los hechos, a presentarlos ante ellos con comedimiento, en medio de un duelo contenido”. En El monstruo de la memoria, el narrador parece hacer suyas las palabras de Diceópolis que, en Los acarnienses de Aristófanes, dice: “Yo he venido aquí a gritar, interrumpir y hacer chacota cada vez que un orador hable de algo que no sea la paz” o, como en su caso, la verdad en toda su dimensión real.




“¿Cuál es tu trabajo, papá?, me preguntó. Hubo un monstruo que mataba a la gente, dije. ¿Y tú estás luchando contra él?, se entusiasmó el niño. Ya está muerto, intenté explicarle, es el monstruo de la memoria”.


Yishai Sarid, El monstruo de la memoria



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(*) Un estudio reciente sobre el Holocausto eleva a entre 15 y 20 millones la cifra de judíos exterminados en los 980 campos de concentración nazis.