viernes, 14 de junio de 2019

Una historia de odio

A partir de cierta estatura literaria lo que menos importa es el argumento y la historia propiamente dicha. Lo que importa es el reencuentro del lector con un puñado de temas y obsesiones, el regreso a un estilo y a una manera de hacer y decir que ya pocas veces se ven en nuestro siglo igualitarista. Por eso hay que saludar la aparición de una nueva edición de El final del affaire (The End of the Affair, 1951; Libros del Asteroide, 2019) de Graham Greene, en una nueva traducción de Eduardo Jordá —la traducción de Ricardo Baeza que circula todavía por ahí data de los años cincuenta— que devuelve a la actualidad la obra del escritor británico conocido por su ferviente catolicismo y también por poner en duda la fe religiosa, entendida sobre todo como entrega. El final del affaire, la más autobiográfica de sus novelas, nos remite a una manera clásica y sólida de construir una historia, que si bien dije más arriba que es lo que menos importa, les mentí, pues en Graham Greene importa, y mucho. Basada en la propia experiencia extramarital de Greene con lady Catherine Walston —casada con una de las grandes fortunas de la época, Henry David Leonard George Walston, barón Walston—, la novela cuenta el affaire, “con su implicación de un principio y un final”,  de Maurice Bendrix, un novelista de segunda fila, y Sarah Miles, una mujer atrapada en un matrimonio estéril con un importante funcionario del Ministerio de Seguridad. El marido de Sarah, Henry, está demasiado obsesionado con su trabajo para ver lo que está sucediendo delante de sus narices. Un día, cuando el edificio donde los amantes se encuentran clandestinamente es alcanzado por un bomba, Sarah decide acabar su relación con Maurice sin darle explicaciones. Presumiendo que lo ha dejado por otro hombre, los celos precipitan a Maurice por una pronunciada pendiente hacia el desafecto y el desasosiego hasta que un día se encuentra accidentalmente con Henry en la calle. Aquí es donde realmente comienza la historia. Pero, al contrario de lo que uno podría esperar, es “una historia de odio más que de amor. [...] El odio parece actuar sobre las mismas glándulas que el amor; incluso genera los mismos actos”. Mucho se podría decir, y se ha dicho, de esta novela clásica, admirable y hermosa, escrita por Greene en la oscuridad de sus días y en la claridad de sus noches, pero quizá sea mejor que lo descubran por su cuenta. El final del affaire nada tiene que ver con los romances de las novelas de Nancy Mitford ni con las de Evelyn Waugh, ni con las de Elizabeth von Arnim, recubiertas de melancolía, pedrería y abalorios; la novela de Greene elude la idealización o la sacralización del amor, aunque a veces el narrador recurra a frases como la “noche oscura del alma” para describir su desolación: “Simplemente me ha tocado heredar esas frases, igual que esos maridos que se tienen que quedar, a causa de la muerte, con la herencia inútil de los vestidos de una mujer, con sus perfumes, con sus cremas”.




“La infelicidad es mucho más fácil de narrar que la felicidad. Con la desdicha nos hacemos conscientes de la propia existencia, aunque sea a través de un egoísmo monstruoso: este dolor me pertenece solo a mí, este nervio que se retuerce es mío y de nadie más. Pero la felicidad, por el contrario, nos aniquila: nos hace perder nuestra identidad”. 

Graham Greene, El final del affaire