A partir de cierta estatura literaria lo que menos importa es el
argumento y la historia propiamente dicha. Lo que importa es el reencuentro del
lector con un puñado de temas y obsesiones, el regreso a un estilo y a una
manera de hacer y decir que ya pocas veces se ven en nuestro siglo
igualitarista. Por eso hay que saludar la aparición de una nueva edición de El final del affaire (The
End of the Affair, 1951;
Libros del Asteroide, 2019) de Graham Greene, en una nueva traducción de Eduardo
Jordá —la traducción de Ricardo Baeza que circula todavía por ahí data de los
años cincuenta— que devuelve a la actualidad la obra del escritor británico
conocido por su ferviente catolicismo y también por poner en duda la fe
religiosa, entendida sobre todo como entrega. El final del affaire, la más autobiográfica de sus novelas, nos
remite a una manera clásica y sólida de construir una historia, que si bien
dije más arriba que es lo que menos importa, les mentí, pues en Graham Greene
importa, y mucho. Basada en la propia experiencia extramarital de Greene con
lady Catherine Walston —casada con una de las grandes fortunas de la época, Henry David Leonard
George Walston, barón Walston—, la novela cuenta el affaire, “con su implicación de un principio y un final”, de Maurice Bendrix, un novelista de
segunda fila, y Sarah Miles, una mujer atrapada en un matrimonio estéril con un
importante funcionario del Ministerio de Seguridad. El marido de Sarah, Henry,
está demasiado obsesionado con su trabajo para ver lo que está sucediendo
delante de sus narices. Un día, cuando el edificio donde los amantes se
encuentran clandestinamente es alcanzado por un bomba, Sarah decide acabar su
relación con Maurice sin darle explicaciones. Presumiendo que lo ha dejado por
otro hombre, los celos precipitan a Maurice por una pronunciada pendiente hacia
el desafecto y el desasosiego hasta que un día se encuentra accidentalmente con
Henry en la calle. Aquí es donde realmente comienza la historia. Pero, al
contrario de lo que uno podría esperar, es “una historia de odio más que de
amor. [...] El odio parece actuar sobre las mismas glándulas que el amor;
incluso genera los mismos actos”. Mucho se podría decir, y se ha dicho, de esta
novela clásica, admirable y hermosa, escrita por Greene en la oscuridad de sus
días y en la claridad de sus noches, pero quizá sea mejor que lo descubran por su cuenta.
El final del affaire nada
tiene que ver con los romances de las novelas de Nancy Mitford ni con las de
Evelyn Waugh, ni con las de Elizabeth von Arnim, recubiertas de melancolía, pedrería y abalorios; la novela de Greene elude la
idealización o la sacralización del amor, aunque a veces el narrador recurra a frases como la “noche oscura del alma”
para describir su desolación: “Simplemente me ha tocado heredar esas frases,
igual que esos maridos que se tienen que quedar, a causa de la muerte, con la
herencia inútil de los vestidos de una mujer, con sus perfumes, con sus cremas”.
“La infelicidad es mucho más fácil de narrar que la
felicidad. Con la desdicha nos hacemos conscientes de la propia existencia,
aunque sea a través de un egoísmo monstruoso: este dolor me pertenece solo a
mí, este nervio que se retuerce es mío y de nadie más. Pero la felicidad, por
el contrario, nos aniquila: nos hace perder nuestra identidad”.
Graham Greene, El final del affaire