Llegué a Mujercitas (Little Women, 1868) por primera vez, como tantas otras primeras veces, a través
de la pequeña pantalla. Un buen día, no recuerdo cuándo —tendría unos once o doce años—, la 2
de Televisión Española emitió la película que Mervyn LeRoy realizó en 1949 de la novela de Louisa May Alcott, con June Allyson en el papel de Josephine, o Jo,
la segunda de las cuatro hermanas March, y la que a mí más me gustaba. Tanto en la
película como en la novela, Jo tiene un carácter fuerte y una férrea voluntad
de convertirse en escritora, aunque lo que más me atraía de ella era su aire
masculino y su negativa “a identificarse como una chica”, como escribe la
profesora Anne Boyd Rioux* en la introducción de la edición definitiva del libro
publicada por Lumen. De haber vivido más Louisa May Alcott (1832-1888) —murió a
los 55 años—, hubiera alcanzado la fama de Doris Lessing, quien en su obra
mejor recibida, El cuaderno dorado, le da a la mujer el papel de determinar su destino y
de cambiar las cosas tomando las riendas de su vida: “Idealmente, lo que debería
decirse y repetirse a todo niño a través de su vida estudiantil es algo así: Estáis
siendo indoctrinados. Todavía no hemos encontrado un sistema educativo que no
sea de indoctrinación. Lo sentimos mucho, pero es lo mejor que podemos hacer.
Lo que aquí se os está enseñando es una amalgama de los prejuicios en curso y
las selecciones de esta cultura en particular. La más ligera ojeada a la
historia os hará ver lo transitorios que pueden ser. Os educan personas que han
sido capaces de habituarse a un régimen de pensamiento ya formulado por sus
predecesores. Se trata de un sistema de autoperpetuación”. En Mujercitas, bajo la evocación idealizada de su propia
vida y la de sus hermanas Anna, Elizabeth y Abigail May, que crecieron contra
el telón de fondo de la guerra de Secesión —Alcott sirvió como enfermera
durante la contienda que enfrentó a los estados del Sur (Confederados) contra los estados
del Norte (Unión)—, la autora esboza modelos de comportamientos femeninos
sutilmente innovadores para la época. Ahí es donde radica la universalidad y la
rabiosa contemporaneidad de la novela de Louisa May Alcott, que ha inspirado a
otras mujeres escritoras, como Ursula K. Le Guin, Joyce Carol Oates, Patti
Smith —que firma el prólogo de la edición española—, Cynthia Ozick o Simone de Beauvoir, quien vio en Jo March “una visión de
mi futuro yo”. Todos nos hemos visto reflejados en Jo March en algún momento.
Es la grandeza de un personaje que se mueve alimentado por la rebeldía y por el poder transformador de la lectura.
“Jo sentía que estaba llamada a realizar algo
portentoso y, aunque no sabía en qué podía consistir, confiaba en que lo
descubriría con el tiempo. Mientras tanto, su principal frustración era no
poder leer, correr y montar a caballo tanto como quisiera”.
Louisa May Alcott, Mujercitas
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(*) Anne Boyd Rioux es autora de El legado de Mujercitas, construcción
de un clásico en disputa (Meg,
Jo, Beth, Amy: The Story of Little Women and Why It Still Matters, 2018; Ampersand, 2018), donde sostiene que
“Mujercitas es el texto
perfecto para estudiar con los alumnos de qué modo se construye el género y cómo,
muchas veces, es impuesto desde afuera y no desde adentro (algo que ellos ya
saben de manera innata, pero que rápidamente se les enseña a pasar por alto).
[...] Cuando relegamos Mujercitas a la lectura hogareña y solo para niñas, perdemos la oportunidad de
involucrarnos en los debates más amplios que plantea el libro acerca del género
y de lo que significa crecer”.