En Dios salve a Texas (God Save Texas: A Journey into the Soul of the Lone Star State, 2018; Debate, 2019), el periodista y
escritor Lawrence Wright afirma que de los cincuenta estados que conforman el vasto territorio americano el estado de la Estrella Solitaria es “el lugar donde
todo viene a extinguirse —el Sur, las Grandes Llanuras, México o las
cordilleras del Oeste estadounidense—; todo se difumina al llegar a Texas, cae
en un anticlímax final, despojado de toda la gloria de la que hace gala
cualquier otro lugar”. A la misma conclusión llegó la escritora texana Dorothy
Scarborough (1878-1935), pionera en la sombra del western gótico, en
su novela El viento (The
Wind, 1925; Errata naturae,
2019), donde ofreció su propia visión acerca de las áridas planicies de Texas:
“El aire ardía como un revólver de seis balas. El cielo parecía el infierno, la
tierra parecía el infierno, la arena quemaba como ardientes pavesas, el viento
parecía proceder de un horno, y los días se cernían sobre la región como
carbones al rojo vivo”. El
viento, publicada
originalmente de forma anónima, es una de las mejores novelas de toda la
literatura regionalista norteamericana. Lo es a tres niveles, como confirmación
del manifiesto interés de Dorothy Scarborough por las exigencias mínimas de su oficio, por la utilización a nivel dramático de los elementos medioambientales que acabarán imponiéndose sobre la vida de la inocente y vulnerable y hermosa y sensible Letty Mason —intrusa en el polvo al igual que el protagonista de la novela de William Faulkner Intruder in the Dust—, y
por la elegancia con la que la escritora bascula entre dos registros completamente
opuestos, el costumbrismo local y la tragedia. Los críticos e historiadores
literarios que se han acercado tardíamente a su obra tienden a remarcar su
vocación documentalista —además de escritora y ensayista, fue una respetada
folclorista, o como ella prefirió llamarse a sí misma, song catcher [cazadora de canciones]— y la voluntad de
poner de manifiesto los aspectos más trágicos de la vida de las mujeres en el
Oeste, coherente con la ideología feminista a la que se adhirió con el cambio
de siglo. La acogida entusiasta de El viento —no sin alguna polémica, que se extendió a
su adaptación cinematográfica, dirigida en 1928 por Victor Sjöström y
protagonizada por Lilian Gish*— desbordó todas sus previsiones, pero pronto se
apagó su estrella, y otras escritoras como Edna Ferber, autora de ¡Así de grande!, ganadora
del Pulitzer el mismo año de la publicación de El viento, ocuparon su lugar en el canon literario. Por ello sobre Dorothy
Scarborough no gravitan malentendidos. Simplemente, no se la ha tenido en
cuenta durante casi cien años. Ahora, eso podría empezar a cambiar. Creo
honestamente que leer hoy en día una novela como El viento sería un acto más subversivo que leer —por
ejemplo, y sin intención despectiva alguna— El cuento de la criada de Margaret Atwood. Y es que en El viento, como en cualquier western que se precie, el hombre transita y la mujer se queda, pero su atrincheramiento, lejos de ser un hecho simple, lleva dentro el complejo signo del asentimiento, según el crítico Ángel Fernández-Santos. En Johnny Guitar de Roy Chanslor, otro western en el que el paisaje es más que un telón de fondo: es una forma de existencia dramática de la naturaleza, hay un gramo de verdad cuando Vienna dice: "Tiré los baúles cuando llegué a este lugar". Letty no sólo tira los baúles, sino también los sueños y las fantasías de la adolescencia, la inocencia y hasta la cordura.
“En los viejos tiempos, el viento era enemigo de las
mujeres. ¿Las odiaba porque veía en ellas el símbolo de esa civilización que
menoscabaría paulatinamente su propio poder? ¿Porque era para las mujeres para
quienes los hombres construían casas? [...] ¿Cómo podría haber luchado contra
el viento una mujer delicada y sensible? ¿Cómo plantarle cara a una voz salvaje
y estridente que impide conocer la paz del silencio, a una fuerza arrolladora
que se ensañaba con ella todo el día, a un viento desnudo e incorpóreo, como un
fantasma, más terrible por ser invisible, que solía gemir para ella en la noche
a través de los eriales, requiriéndola como un amante demoníaco?”.
Dorothy Scarborough, El viento
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(*) El viento se
rodó enteramente en el desierto de Mojave en condiciones difíciles y en medio
de grandes dificultades, por lo que puede considerarse el primer western que
intentó la verdad y la poesía dramática. Lillian Gish contaría años después en
una entrevista: "Cuando la terminamos pensábamos que teníamos una buena
película. Y también [el productor] Irvin Thalberg. Pero los exhibidores dijeron
no a un final triste, con la mujer corriendo por el desierto para morir. Decían
que un final triste podría arruinar mi carrera ¡Y yo ya había hecho siete! Nos
obligaron a añadir un final feliz, aunque pensáramos que era moralmente
injusto. Pero incluso con este final, la película ha superado la prueba del
tiempo".