Bret Easton Ellis arranca su novela American Psycho —que Literartura Random House reeditará en
España en 2020 adelantándose unos meses al 30 aniversario de su publicación—
con la siguiente frase garabateada con letras rojo sangre en la fachada del
Chemical Bank de Nueva York: “Perded toda esperanza al traspasarme”. La misma
frase podría haber servido a Robert Stone para abrir su novela más celebrada, Dog
Soldiers (Dog Soldiers, 1974; Malas tierras, 2019), alucinada
odisea por la América de los años sesenta, la de la guerra de Vietnam, el
movimiento hippie y los viajes de ácido lisérgico capitaneados por Ken Kesey, el autor de Alguien
voló sobre el nido del cuco. A
través de la historia de John Converse, un corresponsal independiente destinado
en Vietnam que vuelve de la guerra completamente transfigurado y se convierte
en traficante de drogas con la ayuda de su mejor amigo Ray Hicks y su mujer
Marge, quienes son arrastrados súbitamente a su apocalipsis personal, Stone
dinamita muchas de las convenciones y clichés que sustentaban —según la feliz
expresión que Rodrigo Fresán utiliza en el prólogo— el “Vietnam noir” en aquel momento y aún hoy. En Dog
Soldiers, Stone no sólo hizo
suya la sentencia de Shakespeare: “Si podemos decir que esto es lo peor, es que
no lo es en realidad”, sino que también se atrevió a cuestionar desde dentro la
tradicional inocencia e idealismo norteamericanos. Al igual que American
Psycho, donde el lector
asistía a la reconversión del hippie en yuppie, Dog Soldiers repinta el mapa de una América idílica y perfecta
con litros de Johnnie Walker Black Label y kilos de polvo blanco. Sin embargo,
al contrario de lo que pueda parecer, Vietman no fue la causante de la
decadencia de los ideales de los años 60, sino que los trágicos y horrendos eventos
que tuvieron lugar durante la segunda guerra de Indochina, librada entre 1955 y 1975 —“Aquí todos los días
dejamos pasar cosas raras, extrañas, anormales”—, no fueron más que un reflejo
de la violencia y la corrupción de toda una nación que encontró en Vietnam su
patio trasero de recreo. Dog Soldiers, galardonado con el National Book Award en 1975, es uno de esos libros
de cuya lectura no se sale indemne. Como dice Converse: “Es lo que hay. Es lo que decían todos: soldados norteamericanos, periodistas, hasta soldados
survietnamitas y chicas de bar”. Es lo que hay. No esperen paños calientes.
“Una vez Converse había acompañado a Ian Percy a ver
una película en
color sobre la erradicación de las termitas rodada
por la gente de conservación del medio ambiente de las Naciones
Unidas. En un país que se parecía algo a Vietnam, donde había hierba de elefante,
tierra roja y palmeras, los soldados nativos arrasaban las praderas
con excavadoras y destruían inmensas colonias cónicas de termitas.
Había un motivo, según recordaba él: provocaban la erosión del terreno o se
comían las cosechas o las casas de la gente. Las termitas hacían algo malo.
Cuando se daba la vuelta a las colonias, las termitas salían de las
ruinas en frenéticos centenares de miles, blandiendo sus pinzas con
inútiles movimientos de defensa. Soldados con lanzallamas venían detrás de
las excavadoras abrasando la tierra y quemando las termitas y sus
huevos, que reducían a cenizas negras. Al ver la película uno sentía algo
parecido a un reparo moral. Pero el reparo moral se superaba. Las personas
eran más importantes que las termitas. A veces el reparo moral quedaba superado por
asuntos más importantes y profundos. Uno debía tener una visión más amplia.
También era cierto que determinado punto de vista podía ser demasiado amplio y hacer que el reparo moral pareciese irrelevante. La
visión de las cosas a tan gran escala era un error. Debía mantenerse el punto
de referencia humano”.
Robert Stone, Dog Soldiers