Tengo, como todo el mundo, una especial predilección por Abraham Lincoln
que me lleva a leer todo aquello que se escribe sobre él. Y como no podía ser
menos, me compré nada más salió Lincoln en el Bardo (Lincoln in the Bardo, 2017; Seix Barral, 2018), de George
Saunders, pero no lo había leído hasta ahora porque me daba miedo que no me
pareciese para tanto: “Saunders consigue sin esfuerzo lo que parece imposible” (Jonanthan Franzen). Mejor: “Saunders nos cuenta justo el tipo de historia que
necesitamos escuchar en estos tiempos” (Thomas Pynchon). Lincoln en el Bardo es una novela polifónica, en la que Saunders
se sirve de distintas voces y extractos de obras (El mundo interior de
Abraham Lincoln, Le conocían, La melancolía de Lincoln: Cómo la depresión retó
a un presidente y avivó su grandeza, etcétera) para narrar la trágica muerte del tercer hijo de Lincoln y
Mary Ann Todd. William Wallace Lincoln, llamado cariñosamente Willie, murió de
fiebre tifoidea el 20 de febrero de 1862, a los once años. A partir de este
hecho real, el autor de Guerracivilandia en ruinas construye una historia ficticia —ante la negativa de
Lincoln de dejar marchar a su hijo al otro mundo, Willie queda atrapado en el Bardo, un estado
intermedio, rodeado de otros fantasmas que no han podido avanzar hacia el
siguiente estadio— a la que ni el tono sobrenatural ni las emociones a flor de
piel restan un ápice de verosimilitud: “Durante aquellos últimos momentos
preciosos en compañía de su hijo, el presidente estaba cabizbajo; o bien
rezando, o llorando, o consternado, no pudimos verlo bien. [...] El presidente
le dio la espalda al ataúd, en apariencia con un gran esfuerzo de su voluntad,
y pensé en lo duro que debía de resultarle dejar atrás a su hijo en un lugar
tan sombrío y solitario, algo que nunca habría hecho cuando era responsable del
niño en vida. [...] Me acerqué al presidente y, cogiéndolo de la mano, le di mi
más sentido pésame. No pareció que me escuchara. Un oscuro asombro le iluminó
la cara. Willie está muerto, me dijo, como si acabara de ocurrírsele en aquel
momento”. Aunque no todas las voces resuenan con la misma fuerza —a veces uno
se pierde en el bosque—, Lincoln en el Bardo es pura elegía artesanal, una obra de orfebrería que
se lee como una abrumadora historia de fantasmas. Salvo por una cosa. No da
miedo. Ni siquiera un poco. Lo suyo es más bien reflexionar acerca de la
pérdida y la aceptación y los poderes mayúsculos e invisibles que despliegan su
dominio sin que los hombres puedan hacer nada. En Lincoln en el Bardo la literatura por primera vez está a la
altura de la realidad.
“El joven Willie Lincoln fue entregado a la tierra
el mismo día en que se anunció públicamente la lista de víctimas mortales de la
victoria de la Unión en Fort Donelson, un anuncio que causó gran escándalo
entre el público de la época, ya que el coste en vidas carecía de precedentes
en lo que se llevaba de guerra. [...] Un millar de muertos. Aquello era algo
nuevo. Ahora por fin parecía una guerra de verdad”.
George Saunders, Lincoln en el Bardo