miércoles, 4 de agosto de 2021

Todos los fuegos, el fuego

Cuando oigo a alguien decir que hay cosas que no pueden ser expresadas o descritas, como los incendios forestales que arrasan cada verano miles de hectáreas de bosques en todo el mundo, pienso en Norman Maclean. Los escritores, los que lo son y los que quieren serlo, deberían leerlo. De Norman Maclean sabía pocas cosas cuando leí por primera vez su libro autobiográfico El río de la vida, publicado por Muchnik Editores en 1993*. Sabía que el primero y el más extenso de los relatos del libro había sido el origen de la película del mismo título dirigida por Robert Redford en 1992. Sabía que ese mismo año Maclean había ganado póstumamente —murió en 1990— el National Book Critics Circle Award por su libro La montaña en llamas, basado en la tragedia de una cuadrilla de bomberos paracaidistas (smokejumpers) del Servicio Forestal de los Estados Unidos que murieron calcinados en el incendio de Mann Gulch el 5 de agosto de 1949 en el Bosque Nacional Helena de Montana. Desde hace unas semanas está en librerías La montaña en llamas (Young Men and Fire, 1992), publicado por la editorial Pepitas de calabaza en la colección Biblioteca 451: libros de fuego, libros sobre el fuego. Se ha dicho con demasiada frecuencia que Maclean es autor de un sólo libro, El río de la vida, ante el cual desmerece el resto de su producción. Sin duda es su libro más popular, escrito en una prosa luminosa, luminosa y poética. Hay una escena en El río de la vida, la escena en la que Paul se dispone a pescar, que nos da una idea cabal del talento de Maclean como narrador: “El cuerpo de Paul giró como si se dispusiera a mandar una pelota de golf a trescientos metros y su brazo subió en arco y la punta de su varita se dobló como un muelle y luego todo estalló y todo cantó. [...] Por momentos parecía un maestro con su puntero explicando a una roca algo sobre una roca”. Algo de esa magia se desprende de las páginas de La montaña en llamas, en las que, según su editor americano, “vinieron a converger, ya cerca del final, todas las vidas vividas por el autor: las de guardabosques, bombero, erudito, profesor y narrador”. Concebido como un exhaustivo reportaje de investigación sobre la muerte de 13 de los 15 smokejumpers que saltaron en paracaídas para combatir el incendio en Mann Gulch, tornó con el paso de los años en libro de cabecera para cualquier escritor que se precie, porque si algo prueba es que la literatura lo puede todo. En La montaña en llamas, Maclean combina el reportaje periodístico, el relato real (el autor entrevistó a los dos únicos supervivientes de la tragedia) y la narración de no ficción, sin importarle saltarse estos presupuestos genéricos cada vez que precisa acompañar a sus personajes al interior del fuego: “Si el narrador aprecia lo bastante el arte de narrar como para considerarlo una vocación, no puede dar la espalda —a diferencia del historiador— al sufrimiento de sus personajes. El narrador, a diferencia del historiador, debe dejarse llevar por la compasión, adondequiera que esta le conduzca. Debe ser capaz de acompañar a sus personajes, incluso al interior del humo y del fuego”. Grande es poco.

 

 


 

“Morir calcinado en la ladera de una montaña es morir al menos tres veces, y no dos, como se ha dicho en alguna ocasión; en primer lugar, y a mucha distancia del fuego, llegan al borde de la muerte tus botas y tus piernas; después, y cuando ya no puedes más, te sumes de nuevo en la región de los gases extraños y los dardos rojos y azules, donde no hay oxígeno, y ahí mueren tus pulmones; luego te hundes rezando en el fuego principal, y si eres católico, lo único que sobrevive es tu crucifijo”.

 

Norman Maclean, La montaña en llamas

 

 

__

(*) Hay una edición española más reciente en Libros del Asteroide: El río de la vida (A River Runs Through It and Other Stories, 1976), agosto de 2010, con traducción de Luis Murillo.