domingo, 17 de enero de 2021

Los norteamericanos tienen miedo a los dragones

Dice Joaquín Rodríguez, en su ensayo La furia de la lectura (Tusquets, 2021), que “la memoria es una materia acomodaticia con la que se construyen los relatos compartidos. [...] Construir un relato con fragmentos seleccionados de memoria, o con ingredientes simplemente inventados a partir de una rememoración más o menos verosímil, ha sido el hilo conductor de nuestra especie”. No recuerdo la primera vez que oí hablar de Ursula K. L Guin, pero sí recuerdo que el primer libro que leí de ella fue La mano izquierda de la oscuridad, una de esas obras que marcan de por vida, aún cuando no se tiene todavía una vida, pues debía tener por entonces catorce o quince años. La mano izquierda de la oscuridad (The Left Hand of Darkness, 1969; Minotauro, 1973, reed. 2020), premio Nebula en 1969, Hugo en 1970 y Tiptree retrospectivo en 1996, hizo de Ursula K. Le Guin una estrella de la literatura de ciencia-ficción. El libro se convirtió de la noche a la mañana en un inesperado best-seller que se ha venido reeditando regularmente hasta hoy, junto con los libros de Terramar (Un mago de Terramar, Las tumbas de Antuan, La costa más lejana, Tehanu, Cuentos de Terramar y En el otro viento). Con su primer libro de ensayos, El idioma de la noche (The Lenguage of the Night, 1979; Gigamesh, 2020) la historia pareció repetirse: otro éxito de ventas, que incomprensiblemente ha tardado cuarenta y un años en publicarse en España. Con pocas reservas, en El idioma de la noche Le Guin aborda con honestidad y claridad cómo nació su amor por la fantasía —los Cuentos de un soñador de Lord Dunsany tuvieron algo que ver en todo esto— y su convicción de que los norteamericanos tienen miedo a los dragones: “Tengo la sospecha de que casi todos los pueblos con un nivel tecnológico muy alto están más o menos en contra de la fantasía. No sólo están en contra de la fantasía, sino de la ficción en general. Como pueblo tendemos a mirar con recelo o con desprecio toda obra de la imaginación. [...] Ese rechazo de plano del arte de la ficción guarda relación con varias características nuestras como norteamericanos: el puritanismo, la exaltación del trabajo, la mentalidad encaminada a los beneficios e incluso a las cualidades que asociamos a cada sexo. [...] Espero que no se me tome por sexista si digo que, a mi entender, en nuestra cultura esa aversión a la ficción es ante todo masculina. los hombres norteamericanos han aprendido a reprimir la imaginación, a rechazarla por infantil o afeminada, por improductiva y seguramente por pecaminosa. Han aprendido a temerla, pero no han aprendido a disciplinarla en absoluto”. Cuenta la autora de Los desposeídos que su amor por la fantasía surgió en parte como reacción ante esta situación abocada al fracaso, puesto que: “No creo que sea posible suprimir la imaginación. Si a un niño pudieran extirpársela de verdad, al crecer se convertiría en berenjena. Como todas las inclinaciones malignas, la imaginación acabará por salir a la luz. Pero, si se rechaza y se desprecia, brotará desbocada, como una mala hierba; saldrá deforme”. Esto lo sabe bien la mayoría de los asesinos en serie norteamericanos que no tuvieron una infancia particularmente feliz. Escritora incisiva a la par que franca, Le Guin ofrece en El idioma de la noche ingredientes, texturas y temperaturas cercanas a los 451 grados Fahrenheit como pocos libros que se han escrito sobre el oficio de escribir: “El novelista escribe desde el interior. Lo que le ocurre fuera, durante la mayor parte de su vida, en realidad no importa”. 




 “Los peores muros no son nunca los que se encuentran en el camino. Los peores muros son los que levanta uno mismo. Son los más altos y gruesos, y carecen de puertas”.


Ursula K. Le Guin, El idioma de la noche