Al igual que el protagonista de Pickpocket de Robert Bresson, Philippe Lançon parece preguntarse
en El colgajo (Le
Lambeau, 2018; Anagrama,
2019): “¿Qué extraño camino me ha llevado hasta aquí?” Lançon sobrevivió
milagrosamente al atentado terrorista contra el semanario satírico Charlie
Hebdo el 7 de enero de 2015.
No obstante, el escritor y periodista francés tuvo que someterse a una serie interminable
de operaciones para reconstruir su rostro —su mandíbula superior desapareció por completo al recibir un
disparo a bocajarro— tras el atentado. El regreso a casa fue difícil y la adaptación
a su nueva situación —“el cuerpo recuerda todo, pero la conciencia olvida
deprisa, y no había tardado ni ocho días en perder el recuerdo de la palabra
articulada”— lo dejó al borde de la desesperación. Para sobreponerse a la tragedia —el tiroteo
dejó doce muertos, entre ellos algunos de sus mejores amigos, como los
dibujantes y columnistas del semanario Cabu, Wolinski y Charb— Lançon empezó a
escribir El colgajo, una
especie de autobiografía fragmentaria, hecha de jirones y desgarrones, de
agujeros (de bala) y descosidos que no son perceptibles a primera vista porque se producen
muy adentro, en sitios adonde sólo llega el dolor. La historia comienza el día
antes del atentado perpetrado por los hermanos Kouachi. Lançon acude al Théâtre
des Quartiers d'Ivry con una amiga a ver Noche de Reyes de Shakespeare. En la obra, uno de los
personajes, Orsino, pronuncia una frase que le parece una premonición de lo que
ocurriría a la mañana siguiente: "Nada de lo que es, es”. Aunque estas
palabras no están en la obra de Shakespeare, él cree haberlas escuchado. Lo cierto es que se
ajustan bastante a su nueva realidad. Nada de lo que es, es. Tampoco nada de lo
que fue. Así comienza el autor un periplo que le lleva a recorrer su vida de
antes y después del atentado, dejando caer por el camino palabras veraces y
momentos únicos sobre la vida, el amor, la muerte, el azar, el destino, la intimidad, el
peroné, Chloé, su cirujana, los hospitales —“el mundo del hospital es el mundo
de la constatación”— y, en fin, todo el espectro de la experiencia humana. El
colgajo es una de las
resurrecciones (nunca mejor dicho) literarias más insospechadas de las últimas
décadas. Sólo tiene un pero: que todo lo que lean a continuación —al menos en
2019— les parecerá soso, anodino, superficial comparado con este pequeño Gólgota
hospitalario.
“Nuestra relación [con Chlóe, su cirujana]
había empezado sobre la base opuesta a la que determina la mayor parte de las
relaciones humanas: primero el cuerpo, en la entrega más completa que quepa
imaginar, y luego el resto. [...] La intimidad que nos unía era vital, y sin
embargo no existía. [...] Había un marco del que no podíamos salir más que mis
huevos del calzoncillo durante la visita, hecho que una vez le hizo decir delante
de las enfermeras: ‘Trate de guardarse esto, será mejor para todos’. Me había
hecho mayor, los huevos me colgaban y no podía pedirle sin embargo que me
hiciera un lifting que no entraba dentro de su especialidad. [...] Si aquel día
me sobresalían era ante todo porque tenía que tener las piernas al descubierto
y subirme los calzoncillos lo suficiente como para que las zonas del trasplante
en lo alto del muslo izquierdo, en carne viva, no estuvieran expuestas a ningún
roce y pudieran ser examinadas: el hospital es a menudo el lugar de las órdenes
contradictorias”.
Philippe Lançon, El colgajo
Philippe Lançon, El colgajo