domingo, 15 de septiembre de 2019

Matar al padre

Desde su debut como escritor a los 22 años con su novela autobiográfica Para acabar con Eddy Bellegueule (En finir avec Eddy Bellegueule, 2014; Salamadra, 2015), Édouard Louis ha ido desplegando un universo literario propio en el que la realidad y la ficción se confunden como si fuera la misma cosa. Existe un fuerte vínculo entre Para acabar con Eddy Bellegueule y su última novela, Quién mató a mi padre (Qui a tué mon père, 2018; Salamandra, 2019). Se diría que es un spin-off  de aquélla que, por si no había quedado claro, viene a profundizar en el mundo de su infancia a la vez que le toma el pulso anímico a la política de nuestro tiempo: “La política es la distinción entre colectivos cuya vida se asegura, se alienta y se protege y otros expuestos a la muerte, la persecución, el asesinato”. Si Para acabar con Eddy Bellegueule se abría con una frase que, en su rotundidad, no dejaba indiferente a nadie: “De mi infancia no me queda ningún recuerdo feliz”, Quién mató a mi padre nos zarandea nada más empezar con esta confesión sobre su padre: “Durante toda mi infancia anhelé tu ausencia”. Quién mató a mi padre conecta con ese imaginario que desde Aden Arabia (1931) de Paul Nizan, y su célebre frase: “Yo tenía veinte años. No permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida”, desmitifica cualquier concepción idílica de la juventud. Y algo —bastante— de eso hay en las páginas de esta novela, en la que Louis, nacido como Eddy Bellegueule, se adentra nuevamente en la intimidad de su familia, en ese espacio donde la pobreza, la homofobia y la violencia fueron siempre de la mano, para hacer visibles unas heridas que han afectado a todas las dimensiones de su vida. Su estilo es urgente, conciso, furioso. Sin embargo, curiosamente, su rabia no va dirigida sólo contra su padre, quien ya casi no puede caminar y necesita un aparato para respirar; una parte de su rabia parece haber encontrado también el camino hasta los poderes públicos, cuya inactividad hacia las clases desfavorecidas hace que sean víctimas de una ideología de la exclusión. Quién mató a mi padre es el resultado de llegar hasta rincones olvidados que había que ventilar, cosas que no podían permanecer por más tiempo encerradas, pero sobre todo cuentas pendientes por ajustar con Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy, François Hollande y Emmanuel Macron, a los que Louis acusa de matar a su padre.




 “Las clases dominantes pueden quejarse de un gobierno de izquierdas, pueden quejarse de un gobierno de derechas, pero un gobierno nunca les causa problemas digestivos, un gobierno nunca les destroza la espalda, un gobierno nunca les lleva a ver el mar. La política no cambia sus vidas, o lo hace bastante poco. Esto también es curioso, ellos hacen la política, pero la política apenas tiene ningún efecto sobre sus vidas. Para las clases dominantes, la política es a menudo una cuestión estética: una manera de pensarse, una manera de ver el mundo, de construirse como individuos. Para nosotros, era vivir o morir”.

Édouard Louis, Quién mató a mi padre