martes, 10 de septiembre de 2019

Los monstruos no nacen monstruos

El bicentenario del monstruo de Frankenstein no cesa de dejarnos extraños frutos en forma de tributo, como la última novela de la escritora inglesa Jeanette Whinterson, Frankissstein, una historia de amor (Frankissstein: A Love Story, 2019), que la editorial Lumen publicará en España el próximo 7 de noviembre, o Máquinas como yo (Machines Like Me, 2019; Anagrama, 2019) de Ian McEwan. Aunque quien puso la primera piedra de esta nueva resurrección del clásico de 1818 de Mary Shelley fue el escritor iraquí Ahmed Saadawi con Frankenstein en Bagdad (Frankenstein in Baghdad, 2013; Libros del Asteroide, 2019), un perturbador relato de la crisis económica y de valores en Irak después de la segunda guerra del Golfo. Saadawi se sirve del mito de Frankenstein para narrar el terror cotidiano de los coches bomba, un arma genérica de destrucción masiva que no distingue entre objetivos militares y civiles. En Frankenstein en Bagdad, Hadi el Antiguallas, o Hadi el  Mentiroso, un trapero de aspecto sucio y carácter hostil, conduce al lector a través de las calles y plazas de un Bagdad en ruinas, pero con encanto y sabores deliciosos. Cuando no está embelleciendo sus historias para que parezcan más interesantes en el café de Aziz Misri, Hadi recoge de las calles fragmentos de restos humanos con la esperanza de devolver a las víctimas una apariencia de dignidad ensamblando sus pedazos en un solo cadáver. Un cóctel incendiario al que Saadawi añade su devoción por Mary Shelley dando vida —por decir algo— a la criatura creada por Hadi, a la que las balas de la policía atraviesan sin herirla ni matarla mientras persigue su objetivo de vengarse de las personas que lo asesinaron: “Me califican de criminal. No entienden que yo encarno la única justicia que hay en este país. [...] Yo soy la respuesta a la llamada de esta gente pobre. Soy el salvador, el redentor, el que todos esperaban, al que todos quieren, en el que todos confían”. Cuesta calificar como novela fantástica lo que a la vista se diría que es un bocado de realidad, fuerte y necesario, que reúne todos los requisitos para el culto, si es que ello es lícito tratándose de una novela que supura, huele y escuece como la peor de las heridas. Frankenstein en Bagdad transforma en sangre, horror y gente hecha pedazos cualquier amago de humanidad, en sintonía con los tiempos que corren. Si una cosa deja claro, si no estaba claro ya, es que los monstruos no nacen monstruos.




“La carne muerta que componía su cuerpo se desprendía si no vengaba a su dueño en un tiempo determinado. Sin embargo, la consumación de la venganza del dueño de un fragmento de su cuerpo provocaba la caída de ese fragmento. Como si ya no lo necesitara”.

Ahmed Saadawi, Frankenstein en Bagdad