El bicentenario del monstruo de Frankenstein no cesa de dejarnos extraños frutos en forma
de tributo, como la última novela de la escritora inglesa Jeanette Whinterson, Frankissstein, una historia de amor (Frankissstein: A Love Story, 2019), que la editorial Lumen publicará en España el próximo
7 de noviembre, o Máquinas como yo (Machines Like Me,
2019; Anagrama, 2019) de Ian McEwan. Aunque quien puso la primera piedra de
esta nueva resurrección del clásico de 1818 de Mary Shelley fue el escritor
iraquí Ahmed Saadawi con Frankenstein en Bagdad (Frankenstein in Baghdad, 2013; Libros del Asteroide, 2019), un
perturbador relato de la crisis económica y de valores en Irak después de la
segunda guerra del Golfo. Saadawi se sirve del mito de Frankenstein para narrar
el terror cotidiano de los coches bomba, un arma genérica de destrucción masiva
que no distingue entre objetivos militares y civiles. En Frankenstein en
Bagdad, Hadi el Antiguallas,
o Hadi el Mentiroso, un trapero de
aspecto sucio y carácter hostil, conduce al lector a través de las calles y
plazas de un Bagdad en ruinas, pero con encanto y sabores deliciosos. Cuando no
está embelleciendo sus historias para que parezcan más interesantes en el café
de Aziz Misri, Hadi recoge de las calles fragmentos de restos humanos con la
esperanza de devolver a las víctimas una apariencia de dignidad ensamblando sus
pedazos en un solo cadáver. Un cóctel incendiario al que Saadawi añade su devoción
por Mary Shelley dando vida —por decir algo— a la criatura creada por Hadi, a
la que las balas de la policía atraviesan sin herirla ni matarla mientras
persigue su objetivo de vengarse de las personas que lo asesinaron: “Me
califican de criminal. No entienden que yo encarno la única justicia que hay en
este país. [...] Yo soy la respuesta a la llamada de esta gente pobre. Soy el
salvador, el redentor, el que todos esperaban, al que todos quieren, en el que
todos confían”. Cuesta
calificar como novela
fantástica lo que a la vista se diría que es un bocado de realidad, fuerte y
necesario, que reúne todos los requisitos para el culto, si es que ello es
lícito tratándose de una novela que supura, huele y escuece como la peor de las
heridas. Frankenstein en Bagdad transforma en sangre, horror y gente hecha pedazos cualquier amago de
humanidad, en sintonía con los tiempos que corren. Si una cosa deja claro, si no estaba claro
ya, es que los monstruos no nacen monstruos.
“La carne muerta que componía su cuerpo se
desprendía si no vengaba a su dueño en un tiempo determinado. Sin embargo, la
consumación de la venganza del dueño de un fragmento de su cuerpo provocaba la
caída de ese fragmento. Como si ya no lo necesitara”.
Ahmed Saadawi, Frankenstein en Bagdad